Devocional : La fe que rehúsa

La fe que rehúsa

«Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.  Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible».  Hebreos 11:24-27.

Alguna vez en la vida, el verdadero siervo de Dios tiene que elegir y decidir con quién quedarse.

Ese momento no lo busca o lo pretende él por si mismo, sino que lo señala directamente Dios y lo direccióna dé tal manera que se parece a un cruce con dos caminos…  a un lado el camino cómodo y fácil.

El camino asfaltado por la mano del hombre y adornado de la gloria humana, pero carente de la presencia de Dios.

Este es el camino ancho ausente de obstáculos… sin cruz, sin corona, sin espinos, sin esputos, sin dolor, sin traiciones, etc.

Es el camino de los aplausos humanos, que conducen al hombre a la fama a las codiciadas y perseguidas sillas del poder y de la grandeza ministerial o humana.

Es el camino de la mayoría, conocida como la Avenida de La Popularidad, la cual conduce a los hombres de Dios a la ciudad de Laodicea, el lugar donde mueren los tibios vomitados por la boca de Dios.

Al otro lado el camino angosto… el sendero del desprecio, de las burlas, de las persecuciones, de la sed, del hambre.

El sitio de la soledad, el lugar donde te desechan y desprecian, donde te destruyen y asesinan.

Moisés era un hombre humanamente hablando, de futuro brillante, era ni más ni menos que un príncipe egipcio, era el hijo de la hija del Faraón.

Ella le salvó la vida y lo adoptó como su legítimo hijo.

Era una locura que Moisés rehusara tal dignidad y grandeza…  tal futuro tan prestigioso.

Sin embargo… Lo hizo y por fe rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón para convertirse en un don nadie.

Aborrecido por sus propios hermanos por quien fue capaz hasta de matar y perseguido por Faraón y su imperio.

Huyó al desierto y se escondió en la soledad para salvar su propia vida.

Un hombre solo, contra un imperio, del cual él había formado parte.

Cuantas luchas tendría, no lo sé, pero me imagino que no le fue fácil mantenerse de pie.

Pero él se sostuvo por fe, como viendo al invisible.

Está escrito que el justo por la fe vivirá y si retrocediere no agradará al Señor.

En medio de aquella terrible soledad, Dios usó el amor de Sephora, su esposa para consolarlo y para llenar de esperanza sus años de pastor de ovejas.

El regalo consolador de Dios fue el hogar que halló en aquella situación difícil.

¡Qué bueno es Dios y qué hermoso es el amor de la esposa y de los hijos en las horas de negro dolor, que vivimos muchas veces, como instrumentos escogidos por Dios!

Moisés desapareció literalmente y nadie preguntó más por él.

El desierto se tragó su popularidad y bajo la arena, su orgullo fue sepultado.

¿Cuántas cosas enterró Moisés en aquel desierto?

No lo se…

Pero Dios consideró que el desierto era un tratamiento adecuado para formar al líder que fue Moisés.

La arena, donde Moisés escondió su crimen, fue luego un instrumento purificador, pues en el desierto los arenales lo sepultaron y lo escondieron de los egipcios.

Con la misma medida con que midió Moisés, fue medido él…

Y así Dios hizo un Moisés nuevo y lo preparó para una cita en su monte santo.

80 años después de nacer un anciano bordea el monte de Dios y va subiendo mientras guía su rebaño.

El no sabe ni cree y nadie le cree tampoco, que Dios lo ha elegido siglos antes para que cumpla la gigantesca misión de libertar la nación de Israel.

Moisés ignora que en unas horas más Dios cambiará su destino para siempre.

De repente su rebaño estará en último plano de importancia y Moisés será tomado por Dios.

40 años después de haber rehusado llamarse hijo de la hija de Faraón, Moisés comprendió que Dios verdaderamente lo había salvado y elegido para que cumpliera una misión especial en el mundo.

Moisés fue atrapado en el monte santo por la misma gloria de Dios, como una mariposa nocturna que es atraída por la luz en la noche, Moisés sucumbió a la llama irresistible de Yo Soy, el Eterno.

Ahora comprendió después de tanto tiempo porque Dios lo había sacado de las aguas y preservado en medio de sus propios enemigos.

Ahora entendió con claridad porque fue impulsado a rehusar las glorias sucias y paganas de los egipcios.

Aquella gloria era incomparable.

Millones de veces mejor que las glorias trasnochadas del poder en Egipto.

Y al final se rindió.

El hombre otrora poderoso en palabras, vino hecho un tartamudo y media lengua a los pies gloriosos de Dios.

Le entregó a Dios su vara inmunda de pastor, era todo lo que le quedaba.

No tenía más entre sus manos que entregarle a Dios.

Desde aquel glorioso día…

No fue más la vara de Moisés, era la vara de Dios.

¿Conoces tú la fe que rehúsa?

¿La fe que renuncia y se despoja a sí misma?

¿La fe que nos aleja de nuestras posiciones y posesiones a cambio de una cita con la gloria de Diosí

Cuando tú estés frente a la llama incandescente de la gloria de Dios, descubrirás que valió la pena.

Nada es comparable a la verdadera gloria de Dios.

Amén.

Dios Te Bendiga.

— Devocionales Cristianos www.devocionalescristianos.org

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