Devocional :Señor, tú eres nuestro refugio.



Señor, tú has sido nuestro refugio por todas las edades. Desde antes que se formaran los montes y que existieran la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios. Haces que el hombre vuelva al polvo cuando dices: Vuelvan al polvo, seres humanos [Salmo 90,1 – 3] .

 

La Sabiduría Divina se hizo carne y habitó entre nosotros: Jesús es el rostro humano de Dios. En Cristo se nos ha hecho manifiesta la buena nueva del amor de Dios hacia nosotros. El Dios-con-nosotros caminó con nosotros, especialmente con los pecadores y pobres para conducirlos a Dios, y hacerle experimentar el amor de todo un Dios que jamás lo ha abandonado a su suerte. La Sabiduría Divina, el Hijo de Dios, continúa tomando carne en su Iglesia para que a través de la historia, se continúe cumpliendo el designio salvador de Dios en favor de toda la humanidad. Para conocer los caminos de Dios es necesario entrar en una relación personal con Él. Es necesario orar ante Aquel con quien nos relacionaremos en un diálogo de amor sincero. Es necesario escucharlo como discípulos para conocer su voluntad y ponerla en práctica; necesitamos tener un corazón lleno de la Sabiduría de Dios, creador del universo y autor de nuestra salvación, para la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Sólo así colaboraremos para que se enderecen nuestros caminos y para que todos hagamos lo que agrada al Señor, y nos salvemos por nuestra unión en plena comunión de vida con Aquel que es la Sabiduría eterna.

 

Ante el Señor, Creador de todo y de todos, tenemos el mismo valor: el de la Sangre que su Hijo derramó para el perdón de nuestros pecados y para que haciéndonos a todos participar de su mismo Espíritu, seamos sus hijos por nuestra unión a Cristo Jesús, principio y cabeza de su iglesia. Muchos viven bajo el yugo del pecado. A ellos hemos de llegar para ayudarlos a dejar esa esclavitud y volver, ya no como siervos, sino como hijos, a la Casa Paterna. Muchos también continúan considerando a las demás personas como si fueran sus esclavos, haciéndoles trabajar más de lo debido y dándoles un salario de hambre. Es necesario trabajar por lograr una auténtica justicia social, por hacerla realidad en los diversos ambientes en que se desarrolle la vida de quienes creemos en Cristo. Entonces recibiremos a nuestro prójimo no como a una persona cualquiera, sino como al mismo Cristo, a quien amaremos no sólo mediante el culto, sino también a través del amor fraterno, que tengamos especialmente hacia los más desprotegidos.

 

El precio de nuestra unión a Cristo es el del amor indivisible. Entre Cristo y nosotros se realiza la alianza nueva y eterna, donde entramos en comunión de vida con el Señor. Entonces se hacen realidad las palabras de Cristo: "Como el Padre está en Mí y Yo en el Padre, así Yo estoy en ustedes y ustedes en Mí." Esta unión no puede darse sino en la renuncia a todo y a todos, incluso a los lazos familiares, no tanto porque tengamos que olvidarnos de las demás personas o alejarnos de nuestros familiares, sino decidirnos por tener un amor preferencial por Cristo, como centro de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y de nuestras obras; Él nos está diciendo que hay que saber distinguir entre los valores importantes, los absolutos, y los menos importantes, los relativos, y obrar en consecuencia, sabiendo renunciar a los secundarios para conseguir los principales. Seguir a Cristo exige opciones valientes, personales. Supone tomar la cruz y renunciarse a sí mismo, a nuestras apetencias más instintivas o a las sugerencias de este mundo que no nos llevan a ninguna parte. Seguir a Cristo no consiste en saber cosas o adherirse a unas verdades, es aceptar su estilo de vida. No se trata de renunciar a cosas por masoquismo, sino por conseguir valores mayores.

 

Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestra mente alcance sabiduría. ¡Señor, vuélvete a nosotros! ¿Cuánto más tardarásí ¡Ten compasión de estos siervos tuyos! Llénanos de tu amor al comenzar el día, y alegres cantaremos toda nuestra vida. Danos tantos años de alegría como los años de aflicción que hemos tenido. ¡Haz que tus siervos y sus descendientes puedan ver tus obras y tu gloria! Que la bondad del Señor, nuestro Dios, esté sobre nosotros. ¡Afirma Señor, nuestro trabajo! [Salmo 90,12 – 17] .

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Juan Alberto Llaguno Betancourt




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