Devocionales Cristianos : Tomás y la fe

Tomás y la fe

 
Después de resucitado Jesús, en la noche del primer día de la semana, se apareció ante los discípulos y puesto en medio de ellos los saludó.

– Paz a vosotros -les dijo (Juan 20:19).

Luego, como para demostrarle que era en verdad él resucitado, les mostró las manos y el costado.

Ellos se regocijaron y él sopló y les dijo.

– Recibid el Espíritu Santo (Juan 20:22).

Pero uno de los discípulos, Tomás, no estuvo presente cuando Jesús vino y al decirles los demás que habían visto al Señor, la inesperada respuesta fue impactante.

– Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos y metiere mi mano en su costado, no creeré (Juan 20:25).

Parecería que Tomás, quien andaba con Jesús y conocía su evangelio, era un incrédulo.

Hechos anteriores indican que no es así.

Al contrario, este era un discípulo sumamente fiel a Jesucristo.

Tanto, que hasta estuvo dispuesto a morir por él.

Antes de la crucifixión y resurrección, en ocasión en que Jesús expresó su deseo de ir a Judea y sus discípulos temieron que allí fuera apedreado y matado.

Tomás estuvo dispuesto a acompañarlo y morir con él.

– Vamos también nosotros, para que muramos con él (Juan 11:16).

Eso es fidelidad.

Tomás, como nosotros, pudiera ser que en ocasiones se despistara y no viera o entendiera las señales del Señor.

Entonces al darnos cuenta, se hace necesario hablar con él, cuestionarlo, de ser necesario.

De alguna forma él nos ilustrará y dará luz.

En una ocasión Jesús expresaba a los discípulos que pronto iría a preparar morada para ellos y que a su debido tiempo ellos conocerían el camino para llegar a las mismas.

Tomás pareció no entender el mensaje y le cuestionó.

– Señor, no sabemos a dónde vas

 
– ¿Cómo, pues, podemos saber el camino? (Juan 14:5)

La respuesta de Jesús no se hizo esperar.

– Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:6).

Tomás fue un honesto y fiel discípulo en Jesucristo y nos enseña con su actitud que debemos estar seguros del evangelio que se nos predica.

El no estaba en el lugar donde le dijeron que se había aparecido Jesús resucitado.

Posiblemente, temía sufrir un desengaño.

No quería una experiencia de otro, quería vivir su propia experiencia.

– Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (Juan 20:25).

Cuestionó, sí, pero no se alejó del Cristo resucitado por no haber vivido aquella experiencia.

Allí estaba, ocho días después, en un hogar donde se adoraba a Jesús, cuando él se presentó en medio de ellos y proclamó.

– Paz a vosotros (Juan 20:26).

Ese era su día de encuentro con el Cristo resucitado.

– Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente (Juan 20:27).

Es importante, una vez que conocemos a Jesús, que nos envolvamos con él, hablemos, oremos con él.

Cuestionémosle, si lo entendemos necesario, pero no le abandonemos, no nos alejemos de él.

Llegará entonces la oportunidad de tenerle cerca, de verle, de tocarle y como Tomás, decirle.

– ¡Señor mío, y Dios mío! (Juan 20:28)

El no te rechazará por no haber creído.

Quizás también cuestionará tu proceder y con su amor y misericordia te diga.

– Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron (Juan 20:29).

Lo cual parece un reproche, pero no lo es.

Es solo una lección de fe, que no exige pruebas.

Amén.

Dios Te Bendiga.

 

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