Devocionales – Un precioso tesoro que el enemigo aveces nos roba

La Razón no está reñida con la Fe

Ernesto R.  Moguel

Ambas son necesarias y se complementan en el trayecto evolutivo del espíritu.

El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio.
El fruto del servicio es la paz.

Alguién dijo que: Mientras la razón estimula nuestro intelecto, la fe anida en el corazón del ser humano y lo impulsa al calor de la espiritualidad, posibilitando un íntimo acercamiento con Dios.  Ambas son necesarias y se complementan en el trayecto evolutivo del espíritu.

La fe no es visible ni se puede tocar, pero la puedes sentir en tu corazón.  La fe es lo que te afianza cuando otros se resignan.  Es lo que te hace creer en la bondad de los demás y te ayuda a hallarla.

Fe es confiar en un poder mayor que el tuyo y saber que pase lo que pase, este poder te ayudará a franquear lo que sea.  Es creer en ti y tener la valentía de defender lo que tú crees. Fe es la serenidad en la tormenta, la determinación en la adversidad, y el amparo en las dificultades.  Porque nada puede tocar el alma protegida por la fe.

La fe es creer en lo que no se puede ver.  Es guardar la calma cuando todo es turbulento.  La fe no es pasiva: ¡es poner las creencias en práctica!  Tener fe es pedir lo que se necesita.  La fe es oír lo imperceptible y ver lo invisible; creer lo increíble y recibir lo imposible.  ¡La fe va en contra de las expectativas y condiciones naturales!

Tener fe es crear un vacío en el corazón para que lo llene Dios.  Tener fe no es creer simplemente que Dios puede hacer algo, ¡sino que lo hará!  Con fe, la respuesta no sorprende.  Ya se sabía que sucedería.  Tener fe es permanecer en tu puesto cuando todos los demás desertan.  Es quemar las naves para no poder volver atrás.

Es estar dispuesto a pagar cualquier precio.  Es hacer lo que Dios pide hoy y creer que Él hará mañana lo que ha prometido.  La fe es lo contrario del temor.  Tener fe es elegir a Dios a pesar de las demás posibilidades.  Es confiar en la Palabra de Dios y no en lo que te dicen tus sentidos.  Es estar dispuesto a morir confiando.  La fe es como un músculo que se vuelve fuerte y flexible al ejercitarlo.  ¡La fe se edifica con el profundo amor a Dios!

La fe no es secundaria, es esencial; no es superficial, es profunda; no es accidental, es necesaria; no es un complemento, es una sustentación, una base, un todo: rige la vida del hombre.  Al que le falta, anda trunco, deforme, está insatisfecho, errante; como si algo dentro anunciara que estamos, incompletos, desprendidos, flojos…  vacilantes…  Porque la fe es el amarre, el faro…  el sentido y el sostén de la vida.

La fe es como una semilla o como una lucecita que tiene que crecer.  Que tiene que hacerse llama fuerte.  Pero hay muchos peligros, muchas dificultades que pueden ahogar la fuerza de la semilla o pueden apagar la llama débil.

Uno de los obstáculos que te alejan de la fe es la tristeza.  No sólo quita el sueño también provoca la envidia y los celos, porque detrás de la tristeza está la ira.  La tristeza es mala consejera y peor compañera.  Agota el espíritu, destruye la ilusión, a veces surge del orgullo herido de la falta de fe.

La tristeza va descartando toda posibilidad o toda esperanza y se cierra toda relación o comunicación de amor.  La tristeza precede, acompaña y subsidia al pecado.  La fe nos hace trabajar con serenidad sin perder la esperanza, sin dejarnos dominar por la amargura o el pesimismo, la fe nos hace ser mensajeros y testigos de sanas y buenas alegrías.

La verdadera alegría sabe de penas y dolores, pero pone dulzura y serenidad a la vida, precisamente porque bebe en las fuentes del amor, de la fe y del perdón.

Cuando se pierde la fe El poder de creer es más importante que el poder económico, político y social, el creer en alguien significa más que cualquier otra cosa para ese ser humano.

El que no tiene fe no entiende al que la tiene, y no sabe estimar los valores eternos.  Es como hablarle a un ciego de colores.  Cuando se pierde la fe, literalmente se pierde el rumbo, porque el ser humano que no tiene fe está a la deriva, está solo dentro de la vorágine de la vida.

Todo lo ve negativo, piensa que vino de la nada y se va a la nada.  Entonces es importante que se den un rato para meditar y recuperar la fe en Dios cualquiera que sea su concepto de Dios.  Es preocupante cuando no sabemos quiénes somos ni a donde vamos y si esta travesía se hace sin fe, entonces desconfías hasta de tu propia sombra y te vuelves un hombre o una mujer andando a ciegas.

Si crees en algo, o en alguien, te sientes más seguro.  Algunas personas portan moneditas que le «dan suerte» o «estampitas» o «patitas de conejo» porque tienen una necesidad de creer en algo, pero no saben que ese algo en donde depositan su confianza es un objeto inerte.  Es necesario de creer en algo grandioso y eso grandioso solamente puede ser Dios.

Creer en Dios te da seguridad de que estás protegido, caminas confiado que Él está a tu lado y que te hace fuerte.  Por lo tanto actúas con seguridad.

Te voy a contar una metáfora que le sucedió a un hombre que no tenía fe:

Érase un rey que salió a pasear dentro de sus dominios; con él iba su corte.  En el pretil de una casa, el rey se dio cuenta que estaba recargado un campesino completamente ebrio; lo tomó de los brazos y lo llevó a su palacio.

Al llegar a dicho lugar, lo mandó asear y vestir con los mejores ropajes, y le proporcionó alojamiento en una de las habitaciones más bellas del castillo.  Cuando despertó el susodicho, (ya se han de imaginar cómo reaccionó), gritó asustado al verse dentro de tanto lujo, e incluso llegó a pensar que estaba soñando.

Los sirvientes se acercaron y le pidieron que se tranquilizara, que no debería temer, porque él era el hijo del rey.  El hombre por supuesto que no les creía.  Momentos después, lo invitaron a bajar al comedor y al ver los manjares que ahí se encontraban, se abalanzó con voracidad sobre ellos para tomar los mejores.  Pacientemente los sirvientes le dijeron: No te desesperes, todo es tuyo, ¿no te das cuenta que eres el hijo del rey?

De tanto escuchar que era el hijo del rey, que este hombre se lo creyó y empezó a actuar como un verdadero príncipe.  Él verdaderamente desempeñó su papel de acuerdo a lo que le hicieron creer que era.  De la misma forma Dios nos adopta como sus hijos y como tal deberíamos actuar.

Por lo general pensamos que no somos lo bastante buenos, lo bastante maravillosos, lo bastante puros, como para ser una parte de Dios.  Al tener este tipo de pensamientos hemos negado por mucho tiempo el aceptar saber quiénes somos, o quizá nadie nos lo ha dicho.

Devocionales Cristianos

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