Mensaje a la Conciencia – «OJALÁ»

Mensaje a la Conciencia – «OJALÁ»
por Carlos Rey



Era un día normal. Los radioyentes del programa Hoy por Hoy escucharon el saludo de Iñaki Gabilondo, como lo hacían todos los días laborables: —Buenos días, son las siete de la mañana, jueves 11 de marzo…. Hoy es el Día D menos tres. Estamos a menos de 48 horas de que finalice la campaña. El domingo, ¡a votar!… La pelea sigue estando encarnizada… parecen posibles casi todos los resultados…

Luis Garrudo, el portero de Infantado 5, volvió a ver desde su portal la furgoneta blanca Renault de la que hacía unos minutos se habían bajado unos individuos sospechosos. No sabía que debajo del asiento del copiloto había un trozo de un cartucho de dinamita y siete detonadores, acompañados de una cinta magnetofónica en la que se recitaban los versos del Corán: «En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso».

En el corredor de Alcalá de Henares los trenes del AVE (Alta Velocidad Española) circulaban puntualmente durante la hora de mayor afluencia de pasajeros, un tren cada cinco minutos. El tren de las 7:00 estaba entrando en Atocha. El de las 7:05 se encontraba a medio camino. El de las 7:10 se aproximaba a El Pozo. El de las 7:15 acababa de entrar en la estación de Santa Eugenia. Los cuatro conformaban un convoy cargado de seis mil personas y catorce bombas: los trenes de la muerte.

De pronto, en la radio Cadena SER, Miguel Ángel Oliver anunció:

—A la actualidad de Madrid se suma una última hora. Iñaki, ¿qué sabemosí

Iñaqui respondió en directo, leyendo pausadamente:

–Ha habido una explosión hace unos minutos en las vías del AVE…

Eran las ocho menos ocho minutos de la mañana.

El pueblo español no sólo grabó en la memoria la cifra de casi doscientos muertos y dos mil heridos de aquel crimen contra la humanidad, sino también los rostros y los nombres y apellidos de las inocentes víctimas. Entre ellas están Félix González Gago, subteniente del Ejército del Aire, de cincuenta y dos años, que tomó el tren ese día sólo porque perdió el autobús acostumbrado; como también Juan Antonio Sánchez Quispe, peruano de cuarenta y cinco años, limpiador de cristales, que sólo quería ahorrar el dinero necesario para comprarse una furgoneta y así no tener que depender más del tren. 1

«¡Ojalá ninguna de las víctimas hubiera tenido que depender del tren aquel aciago jueves!», pudiéramos lamentarnos al oír esto. Irónicamente, de pensar así estaríamos empleando la única frase que recibimos de los árabes, a pesar de que éstos residieron ochocientos años en España. «Ojalá» es casualmente la adaptación fonética al español de la frase arábiga que significa «Quiera Alá» o «Quiera Dios», 2 y sin embargo es precisamente la frase o palabra que menos se justifica emplear con relación a un acto despiadado como el de aquel 11 de marzo.

Es una injuria atribuirle a Dios autoría alguna de semejante matanza. Y es el colmo del descaro perpetrar tal genocidio «en el nombre de Dios», precisamente porque Él es «clemente» y «misericordioso» por naturaleza. Por eso a Jesucristo, el Hijo de Dios, que dio su vida por toda la humanidad, lo califica la Biblia, el Libro Sagrado de los cristianos, como el autor de la vida y no de la muerte. 3

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