Al ser nombrado médico hospitalario, vi toda clase de miserias. Cierto día un albañil ingresó en el hospital durante mi servicio. Su estado era grave y él era consciente de ello. Pero la cercanía de la muerte parecía no inquietarlo en absoluto. La feliz expresión de su rostro me conmovió profundamente.
Como no tenía familiares, cuando murió, en mi presencia examinaron las pocas cosas que contenía su valija. Entre ellas se hallaba una Biblia. ¡Qué sorpresa cuando vi que era la que mi madre me había dado! Mi nombre estaba anotado en ella, así como un versículo escrito con su letra. A mi requerimiento, este libro me fue otorgado.
El último propietario lo había leído mucho, a juzgar por los numerosos versículos subrayados. Yo estaba muy turbado. Dios me buscaba. No estuve tranquilo hasta haber aceptado a Jesús como mi Salvador.
Esta Biblia llegó a ser un tesoro para mí: me recordaba a mi madre y, ante todo, era un testigo de la gracia del Buen Pastor.
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