EL PRECIO DE LOS VENENOS

EL PRECIO DE LOS VENENOS
por el Hermano Pablo

El hombre examinó la lista de precios. Todo estaba en orden y la lista estaba correcta, pero eran precios demasiado altos. Aun la pieza más barata estaba fuera del alcance de sus modestos bolsillos. Así que Hernán Carrera decidió no comprar nada. Tal vez, después de todo, había otra solución a su problema.

No eran precios de revólveres ni de pistolas los que Hernán estaba estudiando. Hernán Carrera estaba examinando precios de venenos. Veintinueve gramos de veneno de cobra valían nueve mil dólares; de la serpiente Bungarus Caeruleus, catorce mil dólares; de la serpiente marina, cuarenta y tres mil; y de la araña viuda negra, el más caro de los venenos, dos millones, trescientos sesenta mil dólares. Y toda esa gran suma de dinero compraba solamente 28.7 gramos del veneno.

¿Cuál era el interés de Carrera en comprar venenosí No sabemos si quería eliminarse él mismo o si tenía planes de eliminar a otro. Como quiera, no lo compró.

¡Qué caros son los venenos de primera calidad! Debe ser por eso que la gente, si es que desea envenenarse o envenenar a otro, usa venenos más baratos, como son los insecticidas, DDT, o en último caso, la gasolina o el kerosén.

Es importante reconocer que hay otro veneno que puede incluso hacer más daño que los de víboras y arañas, y que, desgraciadamente, es más común y se obtiene con más facilidad que el veneno de ellas.

¿Cuánto cuesta el veneno que sale de la lengua? No cuesta nada: un mínimo de juego de músculos linguales, un rápido vibrar de cuerdas vocales y una cantidad insignificante de saliva lubricante, y nada más.

Sin embargo, ¡qué tremendas consecuencias, cuánta ofensa, cuánto dolor, cuánto daño, incluso cuánta muerte puede causar, y en efecto causa, esa breve, pequeña y lacónica palabra venenosa!

Del apóstol Santiago extraemos la siguiente cita: «¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad» (Santiago 3:5,6).

Pongamos nuestro corazón y nuestra voluntad bajo el señorío de Cristo. Esa es la manera de asegurar que nuestras palabras jamás sean veneno. Si Cristo domina nuestro corazón, dominará también nuestra lengua. No usemos nuestra lengua para maldecir sino para bendecir a los demás.

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