Bendito el varón que confía en el Señor…será como el árbol plantado junto a las aguas…
ni dejará de dar fruto. Jeremías 17:7-8.
Un canal de irrigación
Para irrigar sus campos y huertos, los montañeses de una región de Suiza acondicionaron largas canalizaciones que captan el agua de una fuente o de un glaciar y descienden al valle. Los canales deben ser mantenidos cuidadosamente; cada propietario es responsable de conservar en buen estado la sección que atraviesa su campo, pues el agua es preciosa y debe ser repartida juiciosamente. Si el canal se obstruye, está sucio o se rompe la canalización, los árboles se secan, los cultivos se echan a perder.
A la mujer del pozo de Sicar Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios”, ¡tendrías agua viva!
La primera pregunta que debo hacerme es: ¿Conozco la fuente de agua viva? La fuente es Jesús, el Hijo de Dios.
La segunda pregunta es: ¿Tengo sed? El Señor mismo responde en Juan 7:37-38: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí… de su interior correrán ríos de agua viva”.
A la tercera pregunta: ¿Cuál es el precio que se debe pagar? Él nos responde: “El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17). Jesús pagó todo ofreciendo su vida en rescate por todos aquellos que se acercan a él.
Si estoy conectado a la fuente, al igual que un canal, mi vida y mi comportamiento serán limpiados de manera que a través de mí el agua de vida de Dios pueda correr abundantemente hacia los demás.
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