DAME, HIJA MÍA, TU CORAZÓN

 

«¡DAME, HIJA MÍA, TU CORAZÓN!»
por el Hermano Pablo
Fue una larga espera. Una espera de cuatro años. Una espera que sufren muchas personas en diferentes partes del mundo. Una espera que se convierte en angustia, pesadumbre y agonía. Chester Szuber, de cincuenta y ocho años de edad, soportó cuatro años esa espera. ¿Qué esperaba? Un corazón. Szuber, que padecía del corazón, estaba a la espera de un donante.

Szuber nunca pensó quién podría ser el donante. Sabía que quien donara el corazón tendría que morir, pero nunca se imaginó quién podría ser.

¿Quién, por fin, donó el corazón? Una señorita de veintidós años de edad. Su nombre: Patti Szuber. La donante fue su propia hija, Patti, estudiante de enfermería. Patti murió en un accidente automovilístico, y fue el corazón de ella el que fue trasplantado al pecho de Chester. Patti era la menor de seis hijos, y toda la familia aprobó el trasplante. El padre podría vivir normalmente muchos años más llevando en el pecho el corazón de su hija.

He aquí un caso conmovedor. El padre pudo seguir viviendo porque su hija murió. Toda esa amorosa familia unida pudo entonces hallar consuelo diciendo: «Patti no ha muerto del todo. Su corazón sigue latiendo en el pecho de nuestro padre.» Es como si ese hombre, aunque jamás se le hubiera ocurrido hacerlo, le hubiera suplicado a su hija difunta: «¡Hija mía, dame tu corazón!»

Eso es precisamente lo que dice la Biblia. La súplica se encuentra en el libro de los Proverbios. Dice así: «Dame, hijo mío, tu corazón y no pierdas de vista mis caminos» (Proverbios 23:26).

Así como Dios inspiró al sabio maestro a que hiciera en los Proverbios, ahora se dirige a todos nosotros y nos ruega: «Dame, hijo mío, tu corazón.» Dios es un Padre amoroso, afectuoso y tierno, y como tal nada le satisface más que poseer el amor, la devoción y el compañerismo de sus hijos. Esa súplica lo dice todo: «Dame, hijo mío, tu corazón.»

Dios no es un ser insensible, con corazón de piedra, que sólo desea condenarnos y castigarnos. Al contrario, Dios es Amor, y como es amor Él busca quien lo ame. Es por eso que clama de lo más profundo de su corazón y nos suplica: «¡Hijo mío, dame hoy tu corazón!»

Cuando nos sometemos al señorío de Cristo, es como si estuviéramos dándole nuestro corazón. Ese es el primer paso hacia una vida nueva, una vida de amor, de paz y de justicia. Démosle nuestro corazón a Cristo. A cambio Él nos dará la salud espiritual que tanto necesitamos. Démosle hoy nuestro corazón.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí