Dios nos ayuda a luchar contra el mal

Dios jamás dejará de amarnos y siempre nos buscará hasta encontrarnos para que volvamos a Él. Siempre habrá quienes nos anuncien el Evangelio de salvación, y con el fuego del Espíritu Santo que los domina, nos inviten a volver a Dios. Ciertamente el testimonio que dé la iglesia acerca de su Señor y de la vida nueva que nos espera incomodará a muchos que, o se burlarán de los enviados o terminarán asesinándolos para evitarse la incomodidad de verse cuestionados en sus actitudes pecaminosas [Apocalipsis 11,7 – 10]

Sin embargo esto no puede dejar muda a la iglesia. Bajo todos los riesgos debe vivir su fidelidad a Cristo y al Evangelio que se le ha confiado para hacerlo llegar hasta el último rincón de la tierra. El autor del Apocalipsis usó la palabra «candelabro» para simbolizar a la iglesia [Ap. 1,20] con palabras que deberán colmarnos de la inagotable esperanza de nadie podrá destruir a la iglesia por más grave que sean las persecuciones a las que se la sometan.


Hoy, en esta era plagada de escepticismo, materialismo y anticristianismo, la amenaza a la iglesia parece ser tan grande como antiguamente, y el poder del anticristo tan mortífero como entonces. Pero sabemos que Jesús ha vencido de una vez y para siempre prometiendo que su iglesia jamás será derrotada por los poderes del mal y que Él estaría con ella para siempre 
[Mateo 16,18; 28,20]. Al final Dios llevará sanos y salvos a su reino celestial a aquellos que siempre le hayan permanecido fieles. Por eso roguémosle al Señor que nos conceda vivir ante Él no sólo con una vida íntegra, sino con un amor fiel que nos comprometa a ser portadores de su Evangelio, de su amor y de su vida al mundo entero. Cuando regrese triunfante el Hijo del hombre sólo contará el haber vivido como personas realmente unidas al Resucitado, con una vida renovada en Él y no apegada a lo temporal, queriendo construir un paraíso sólo pasajero.

 

¡Bendito sea el Señor, mi protector! Él es quien me entrena y me prepara para combatir en la batalla; Él es mi amigo fiel, mi lugar de protección, mi más alto escondite, mi libertador; Él es mi escudo, y con Él me protejo; Él es quien pone a los pueblos bajo mi poder[Salmo144,1 – 2]

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