El templo santo y el hombre

 


El apóstol Pablo escribe: «¿No sabéis que sois santuario de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotrosí Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios, el cual sois vosotros, es sagrado» (1 Co. 3:16, 17).

Ha recibido revelación para comparar al hombre con el templo. De la manera que antes Dios vivía en el templo, ahora el Espíritu Santo vive en el hombre. Comparándole con el templo podemos ver cómo se manifiestan claramente los tres elementos del hombre. Sabemos que el templo está dividido en tres partes. La primera es el patio exterior, que todos pueden ver y visitar.

Aquí se ofrece toda la adoración externa. Más adelante está el Lugar Santo, en el que sólo pueden entrar los sacerdotes y donde se ofrece a Dios aceite, incienso y pan. Están muy cerca de Dios, pero aún les falta porque están todavía fuera del velo y, en consecuencia, no pueden estar ante su misma presencia.

Dios reside en lo más profundo, en el Lugar Santísimo, donde la oscuridad queda eclipsada por la luz brillante y donde ningún hombre puede entrar. Aunque el Sumo Sacerdote lo hace una vez al año, esto indica, no obstante, que hasta que el velo no sea desgarrado no puede haber ningún hombre en el Lugar Santísimo. El hombre también es el templo de Dios y también tiene tres partes. El cuerpo es como el patio exterior, y ocupa una posición externa con su vida visible para todos. Aquí el hombre debería obedecer toda orden de Dios. Aquí el Hijo de Dios sirve como sustituto y muere por la humanidad. Dentro está el alma del hombre, que constituye la vida interior del hombre y abarca la emoción, la voluntad y el pensamiento. Así es el Lugar Santo de una persona regenerada, porque su amor, voluntad y pensamiento están plenamente iluminados para que puedan servir a Dios como lo hacía el sacerdote en la antigüedad. En la parte más interna, detrás del velo, está el Lugar Santísimo, en el que no ha penetrado jamás ninguna luz humana y que ningún ojo ha visto. Es el «lugar secreto del Altísimo», el lugar donde vive Dios.

El hombre no tiene entrada allí a menos que Dios esté dispuesto a desgarrar el velo. Es el espíritu del hombre. El espíritu se encuentra más allá de la consciencia del hombre y por encima de su sensibilidad. Aquí el hombre se une y se comunica con Dios. No hay lámpara o luz alguna en el Lugar Santísimo, porque Dios vive allí. En el Lugar Santo hay el candelabro de siete brazos. Y el patio exterior recibe la luz del día. Todos éstos sirven de imágenes y sombras para una persona regenerada. Su espíritu es como el Lugar Santísimo, donde vive Dios, donde todo se hace por fe, más allá de la vista, sentido o comprensión del creyente. El alma se parece al Lugar Santo en que está abundantemente iluminado con muchos pensamientos y preceptos racionales, mucho conocimiento y comprensión sobre las cosas del mundo material y el de las ideas. El cuerpo es comparable al patio exterior, claramente visible para todos. Las acciones del cuerpo las pueden ver todos. El orden que Dios nos presenta es inequívoco: «vuestro espíritu y alma y cuerpo» (1 Ts. 5:23). No es «alma y espíritu y cuerpo», ni tampoco es «cuerpo y alma y espíritu». El espíritu es la parte preeminente y por eso se menciona en primer lugar.

El cuerpo es la más humilde y en consecuencia es mencionada al final. Y el alma está en medio y por eso se la menciona entre las otras dos. Habiendo visto ahora el orden de Dios, podemos apreciar la sabiduría de la Biblia al comparar al hombre con un templo. Podemos reconocer la perfecta armonía que existe, entre el templo y el hombre en cuanto al orden y al valor. El servicio del templo funciona según la revelación en el Lugar Santísimo. Todas las actividades del Lugar Santo y del patio exterior están reguladas por la presencia de Dios en el Lugar Santísimo. Éste es el sitio más sagrado, el lugar en el que convergen y se apoyan las cuatro esquinas del templo. Nos puede parecer que en el Lugar Santísimo no se hace nada porque está completamente a oscuras.

Todas las actividades se realizan en el Lugar Santo, e incluso las actividades del patio exterior las controlan los sacerdotes del Lugar Santo. Sin embargo, todas las actividades del Lugar Santo en realidad son dirigidas por la revelación en el absoluto silencio y paz del Lugar Santísimo. No es difícil percibir la aplicación espiritual de esto. El alma, el órgano de nuestra personalidad, se compone de pensamiento, voluntad y emoción. Parece como si el alma fuera el director de todas las acciones, porque el cuerpo sigue su dirección. Antes de la caída del hombre, sin embargo, a pesar de sus muchas actividades, el alma era gobernada por el espíritu. Y éste es el orden que Dios quiere todavía: primero el espíritu, después el alma, y finalmente el cuerpo.

W. Nee

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