El AVIÓN – Devocionales Semanales

 

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AVIÓN  

 

“Rubén Santana Mateo no iba a estar en ese avión. Tenía previsto su viaje para la noche del miércoles. Pero se enteró de que quedaba una plaza libre en el vuelo de las 13.00 y decidió cambiarlo para ganar unas horas. Una vez dentro, mientras esperaba el despegue, mandó un mensaje a su familia en el que les decía que el avión estaba ‘dañado’ y que saldrían con retraso. ‘Su mujer pensaba que todavía no estaba montado’, contaba ayer Javier Chevasco, un amigo de la familia. ‘Le respondió diciéndole que no se montase. A los pocos minutos volvieron a recibir un SMS: ‘Ya no nos dejan salir, está todo cerrado’. Fue su último mensaje’, explica”.*

 

El 20 de agosto de 2008, a las 14:45, un avión MD-82 matrícula EC-HFP del vuelo JK 5022 de Spanair se estrelló con 164 pasajeros, 2 niños pequeños y 9 miembros de la tripulación a bordo de él en el Aeropuerto de Barajas (Madrid).**

 

Difícil. Duro de sobrellevar. Una mezcla de sensaciones y sentimientos subyugados por la impotencia.

 

Apenas me enteré de lo sucedido, un tropel de recuerdos se amotinó en mi mente. Ocurre que mi esposa y yo tuvimos la dicha de conocer a Rubén, por lo que en un principio nos resistíamos a creer que aquello había ocurrido realmente y confiábamos en que se tratara de una pesadilla de la que despertaríamos pronto… pero no fue así. Un saldo de ciento cincuenta y cuatro muertos – entre quienes se hallaba él – constituía la triste prueba de la veracidad del hecho.

 

Luego del difícil ejercicio de garabatear unas líneas de pésame y enviarlas por correo electrónico a los familiares, amigos y conocidos allí en España, me sobrecogió una extraña sensación cuya pesadumbre me hizo recordar una de las plegarias del rey David:

 

Pero mi angustia iba en aumento; ¡el corazón me ardía en el pecho! Al meditar en esto, tuve que decir: ‘Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. Un soplo nada más es el mortal, un suspiro que se pierde entre las sombras’”.***

 

Porque la vida es frágil. Cada día nos despertamos en la confianza implícita que cada minuto será proseguido por otro, y otro, y otro. Sí, es cierto: sabemos que llegará “el día”… pero mayormente obviamos pensar en él. Tal vez se deba a un sano mecanismo inconsciente que nos previene de la locura que podría significar tener presente aquella realidad en todo momento. Quizás también se deba al ritmo vertiginoso de nuestra vida.

 

A pesar de que es probable que Rubén – hombre de edad mediana – no haya pensado en la muerte como algo que le sucedería durante aquella tarde, puedo asegurar que su confianza en una vida posterior a la presente era algo de lo que daba testimonio permanente.Porque Rubén era, al decir de un amigo de él, “un hombre bueno, querido y respetado, con una fe impresionante. La mejor persona que he conocido”.*

 

Evoco el recuerdo de Rubén Santana Mateo para honrar su memoria y la de quienes perecieron en aquel trágico accidente, para acompañar en el dolor a los familiares aunque sea con estas humildes y sencillas palabras, y – por supuesto – para unirme a las voces que reclaman un mayor control por parte de los organismos que deben velar por la seguridad en todas las instancias de la transportación de pasajeros.

 

Pero también lo hago para recordarte y recordarme acerca de la fragilidad de la vida y la necesidad espiritual de trascendencia que podemos – aquí y ahora – llegar a satisfacer al buscar y acercarnos a Jesucristo. Como lo hizo Rubén mientras vivía entre nosotros. Como podemos hacerlo tú y yo en este instante.

 

¡Buen Fin de Semana!

  

 

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