¿De Quien Es La Gloria?

«Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Coríntios 10:31).

 

Muchos años atrás, Michelangelo, el escultor, y Rafael, el pintor, estaban comisionados para ejecutar obras de arte para el embellecimiento del Vaticano.  Aunque cada de ellos fuese considerablemente respetado y tuviese un trabajo diferente a realizar, surgió un amargo espíritu de pique a punto de no se hablaran cuando se encontraban.  El celo existente de un para con el otro era muy evidente para aquéllos que los conocían.  Lo más sorprendente de todo eso era que ambos deberían estar haciendo su trabajo «para la gloria de Dios».

 

Mucho tiempo perdemos y muchas bendiciones dejamos de recibir simplemente porque no aprendemos a glorificar a Dios en todos los momentos y situaciones de nuestras vidas.

 

Queremos notoriedad, queremos reconocimiento, queremos ser aplaudidos, queremos eso y aquello y nos olvidamos de que sin Cristo nada somos.

 

Nuestra vida, casi siempre, se transforma en una competición.  Merezco una colocación mejor de lo que mi amigo porque soy más inteligente y más capaz. 

 

Merezco un cargo de liderazgo en la iglesia porque tengo mucho más condición de lograr éxito que mi hermano.  Merezco más atención de mi líder porque soy el más competente para realizar las tareas necesarias para la buen andadura de cualquier proyecto.

 

Además de no dar la gloria debida al Señor aún olvidamos que todos los méritos de nuestro éxito se deben a los méritos de Jesus.

 

Si comprendemos que cada uno de nosotros puede, en el nombre del Señor, ser bien devenido y feliz al mismo tiempo que otros, conseguiremos realizar mucho más obras para la gloria del nombre de nuestro Salvador.  Los resultados serán mucho más grandiosos y el mundo a nuestro rededor será mucho más agradable para todos que en él viven.

 

Cuando hacemos todo para la gloria del Señor, todos somos igualmente victoriosos.

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