Lo que usted diga puede marcar la diferencia

 

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Atención. ¿Las oye? Abra la puerta de su casa y salga al mundo. Abundan dondequiera y nos rodean por todos lados. Son pequeñas, pero causan un gran impacto. Las hay grandes, amenazadoras y malinterpretadas. Impetuosas. Agitadas. Confusas. ¿Las oye? Son una de las fuerzas más poderosas de toda la creación: las palabras.

Cuando Dios creó al mundo y todo lo que hay en él, lo hizo con palabras. Él dijo: «Sea» y fue. Y, asombrosamente, cuando Dios creó al hombre a Su propia imagen, le dio también la poderosa herramienta del lenguaje. Con una simple palabra, podemos crear una sonrisa en el rostro desanimado de un hijo, o aligerar el peso en el corazón cargado de un esposo. 

Nuestras palabras pueden avivar los sueños de una amiga, alentar a nuestros hermanos en la fe para que corran la carrera con paciencia, y traer el mensaje de esperanza y de sanidad en Cristo a un mundo que sufre. Las palabras son una de las fuerzas más poderosas del universo. 

¿Cómo debemos usar este invalorable regalo? La Biblia nos dice: «La muerte y la vida están en poder de la lengua» (Pr. 18:21). No tenemos más que salir a la puerta de la casa para ver la diferencia que pueden hacer las palabras. 

Las palabras tienen un gran impacto en los niños 

Los muchachos estaban preparados en la línea de salida, esperando la señal para iniciar la carrera de un poco más de tres millas a través de un sendero del bosque. Los padres y los fanáticos estaban de pie a los lados de la ruta, para animar al grupo de jóvenes que se preparaban para el campeonato a campo traviesa. Entre los corredores de ese día estaba mi sobrino Esteban. 

Tan pronto como su pie izquierdo dejó la posición de salida, su madre, Patricia, tomó el megáfono de 36 pulgadas y comenzó a gritar. 

¡CORRE, ESTEBAN!, lo animó, no una sola vez, sino una y otra vez con intervalos de diez segundos. Cuando lo perdió de vista, fue corriendo a otro punto estratégico a lo largo del sendero por donde los corredores tendrían que pasar. Y aunque ya no se podía ver a los muchachos, Patricia seguía animándolo: «¡CORRE, ESTEBAN!»

En un momento que gritó una vez más «¡CORRE, ESTEBAN!», un hombre que estaba al otro lado del parque le gritó: «¡YA ÉL NO PUUEEDDEE OOOOIRIRLALA!» 

«No sé si puede oírme o no», murmuró Patricia, «pero si existe la posibilidad de que pueda hacerlo, quiero que escuche mi voz animándolo». Así pues, durante 16 minutos esta diminuta y dinámica mujer estuvo enviando confianza y valor al corazón de su hijo. 

Cuando terminó la carrera, le pregunté a Esteban: 

— ¿Podías oír la voz de tu madre animándote, mientras corrías a través del bosque? 

— Oh, sí—me respondió sonriendo— Pude oírla durante todo el trayecto. 

Entonces le dije: 

— ¿Qué efecto tuvo eso en ti? 

— Hizo que no me rindiera—respondió— Cuando me dolían las piernas y me faltaba aire en los pulmones, y sentía como si fuera a desmayarme, escuchaba la voz de mamá, y eso hizo que no me rindiera. 

Ése es el poder que tienen las palabras de una mujer en sus hijos, cuando ellos se lanzan a la gran carrera de la vida; es una imagen que he conservado conmigo a lo largo de los años. Me pregunto cuántos hijos abandonan sus sueños, porque no hubo nadie que los animara. También me pregunto cuántos hijos renunciaron a hacer realidad sus sueños, porque alguien en quien confiaban les dijo que no podrían lograrlos. 

Desde el momento en que un niño sale de la seguridad del vientre, es formado, modelado, por las palabras de una madre. Con los ojos puestos en su bebé, la madre arrulla, consuela y estimula ese milagroso regalo de Dios, y ella se convierte para ese hijo en el espejo en que él se ve. Por un breve período de tiempo, tenemos el privilegio de formar y moldear un alma eterna. Y una de las principales maneras de hacerlo es por medio de las palabras que les decimos. 

Ya sea que tengamos hijos propios o el privilegio de que en nuestras vidas haya hijos de otras personas, tenemos el potencial de impactarlos eternamente, para bien o para mal. 

Las palabras pueden ser la fortuna o la ruina de un hombre 

Así como tenemos la capacidad de alentar o desalentar a un hijo, también tenemos el poder de levantar o arruinar a un esposo. Una querida amiga fue testigo del poder constructivo o destructivo de sus palabras. 

Carlos e Isabel eran una pareja maravillosa con un hermoso futuro. Cuando celebraron su primer aniversario de bodas, tenían carreras prometedoras, una nueva casa y todo lo que les permitiría lograr el sueño americano. Pero tres años después, Carlos comenzó un nuevo negocio, y al agotársele el dinero, tomaron una segunda hipoteca sobre la casa. Isabel cayó en una depresión, y comenzó a utilizar sus palabras como armas para castigar a Carlos por sus debilitadas finanzas. «Es que eres muy estúpido», le decía. «¿Qué pasa contigo, que no puedes hacer nada bien?» Palabra a palabra, Isabel destruyó su matrimonio y a su esposo. Ella pensó que, por ser él un cristiano, nunca la dejaría, pero estaba equivocada. Un buen día, Carlos se marchó, y el año siguiente el divorcio fue definitivo. 

— Poco después de la partida de Carlos, escuché el silbido apacible de Dios—dijo Isabel. Parecía decirme: «¿Es esto lo que queríasí ¿Querías un divorcio? ¿Querías estar sola?»—. Entonces clamé: «Dios mío, ¿qué hice?» 

Aunque Carlos e Isabel estaban oficialmente divorciados, Dios comenzó a trabajar en el corazón de ella. Vio lo que habían hecho sus palabras y, con la ayuda de Dios, comenzó a cambiar. Prometió no volver a usar jamás palabras irrespetuosas. A partir de ese momento, resolvió utilizar sus palabras, no para dañar, sino para curar. 

El corazón de Isabel anhelaba volver a unirse a Carlos, pero su mayor anhelo era convertirse en la mujer que Dios quería que fuera. A medida que se sumergía en el estudio de la Biblia y en la oración, comenzó a ver a Carlos a través de los ojos de Dios, y a usar sus palabras para edificar, en vez de destruir. Al comienzo, Carlos estaba escéptico, pero al final se enamoró de nuevo de Isabel, y volvieron a casarse un hermoso día de agosto. 

Carlos me dijo después: 

— Creo que nada afecta tanto la confianza de un hombre, como la falta de respeto, hablando constantemente de sus debilidades. Los hombres tenemos una lucha constantemente para tratar de vencer al mundo. El hombre necesita saber que su hogar es un lugar seguro. 

En una encuesta realizada, le pregunté a cientos de hombres que era lo que más anhelaban de la mujer de sus sueños. Uno respondió: 

— Yo he sido silenciado, acallado a gritos, criticado, menospreciado, ignorado y marginado. Sé que fui creado con algún propósito, y sé que ante los ojos de Dios soy valioso. Por eso, lo que quiero es que alguien crea en mí. 

¿A dónde puede ir su esposo en busca de palabras de aliento? ¿A dónde podrá ir para que alguien lo anime y crea en él? Espero que sea a su hogar. 

El poder y el potencial del cambio 

¿No le alegra saber que el Señor es un Dios de transformación? Por tanto, anímese, amiga. Si usted está dispuesta a usar sus palabras como un instrumento de belleza, Dios es perfectamente capaz de darle el poder de hacerlo. Lo único que hace falta es oración y práctica. 

Examine cuidadosamente sus palabras a la luz de Filipenses 4:8. Pregúntese: «¿Es lo que voy a decir: verdadero, honesto, justo, puro, amable y de buen nombre? ¿Las palabras que pienso decir servirán para edificar o destruir, para animar o desanimar, para alimentar o devorar? 

En una oportunidad, cuando mi hijo tenía 11 años, lo llevé a un parque de diversiones. Cuando íbamos a descender a toda velocidad en la destartalada montaña rusa, me incliné hacia delante para recordarle la gran madre que él tenia, en caso de que lo hubiera olvidado. Pensé decirle: «Eres muy afortunado de tener una madre como yo, que te puede traer a un lugar como éste». Pero, antes de que salieran las palabras de mi boca, el Espíritu Santo me detuvo y me preguntó: ¿Es eso lo que quieres decir? ¿Se sentirá él afortunado? 

Cambié, entonces, las palabras, y le dije a mi precioso hijo: «Francisco, soy muy afortunada de tener un hijo como tú, al que puedo traer a un lugar como éste». En sus mejillas se dibujaron dos hoyuelos cuando sonrió, y a mí me corrieron las lágrimas cuando le di gracias a Dios por Su poder para cambiarnos. 

Ponga atención. ¿Las oye? Son pequeñas, pero impactan. Son una de las fuerzas más poderosas de toda la creación: las palabras. 

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