PREDICACIÓN Y ENSEÑANZA – Motivando con sabiduría

     

     

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    Motivando con sabiduría

    por Jeanne Zomes

     

    Ocho maneras creativas de animar a otros y así cumplir con la exhortación del apóstol Pablo: «Por tanto, alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno al otro, tal como lo estáis haciendo…. Y os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los desalentados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos».

     

    Cada uno de nosotros nos enfrentamos periódicamente a tiempos de desánimo y conflicto. Esta es una experiencia normal en la vida de quienes caminan con Cristo. No obstante, en esos momentos quedamos particularmente expuestos a los ataques del enemigo y requerimos, de manera más intensa, la cobertura y el aliento de nuestros hermanos. En otras ocasiones, seremos nosotros los instrumentos del Señor para proveer este servicio a quienes estén pasando por experiencias similares a las nuestras.

     

    El ánimo y el sustento constituyen, entonces, una de las funciones básicas de la vida en comunidad. Aun cuando el contexto deseable no es el de una crisis, estas proveen el marco ideal para que los hijos de Dios puedan alcanzar la plenitud de vida que Cristo les ofrece. Estas acciones, sin embargo, no ocurren por accidente ni al azar. Más bien son el producto de decisiones puntuales que señalan la existencia de relaciones sanas y comprometidas dentro del cuerpo de Cristo.

    Examinaremos, en este espacio, ocho caminos creativos que pueden servir para motivar a otros a seguir avanzando en los diferentes desafíos que presenta el ser discípulo de Jesús.

    1. En palabra. Las palabras de nuestra boca son uno de los elementos que más afectan la vida de los que están a nuestro alrededor. El autor de Proverbios afirma: «Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos» (16.24).

    No es una exageración afirmar que nuestras palabras pueden ser instrumentos que traigan sanidad al alma. Vivimos en un mundo donde hemos recibido muchas palabras que denigran, hieren y maldicen. Tristemente la cultura nos ha condicionado a enfocarnos más en los aspectos negativos de la vida que en los positivos. Cuando permitimos que nuestra boca hable lo que edifica, sin embargo, podemos desatar bendición sobre la vida de nuestros hermanos. Es una buena costumbre evaluar las palabras que vamos a hablar antes de que salgan de nuestra boca, para asegurarnos de que llevarán bien a la otra persona. Las palabras que edifican pueden ser un cumplido, una expresión de gratitud o de afecto.

    2. Por escrito. Las epístolas del Nuevo Testamento ofrecen una clara prueba del poder de la comunicación escrita. La ventaja de este medio es que la persona que recibe las palabras conserva una copia de las mismas y puede volver una y otra vez a nutrir su corazón del mensaje que contienen.

    No necesitamos ser escritores ilustres para poder utilizar esta herramienta. En ocasiones basta con una pequeña y escueta nota. Para alguien que está desanimado, el breve mensaje que contiene puede significar mucho. Solamente requerimos un poquito de creatividad para anotar un pequeño mensaje que a otro le puede producir mucho bien. Yo suelo, por ejemplo, dejar notas en el maletín de mi marido con mensajes como este: «Te amo». Es muy breve, pero está cargado de significado y cariño. También podemos utilizar el correo electrónico o aún nuestros celulares para enviar pequeños mensajes de cariño y ánimo.

    3. Con la presencia. El salmista declara: «cercano está Jehová a los quebrantados de corazón» (34.18). Esta es una de las características que más atesoramos de nuestro Señor, pues sabemos que aún cuando las situaciones se ven muy negras, él no nos abandona. El ser parte de su familia constituye una invitación a que nosotros también asumamos este compromiso con otros.

    Acompañar a otros no requiere de una capacitación como consejero, ni nos obliga a ofrecer la respuesta o la solución para la situación que el otro esté enfrentando. Es asumir el compromiso de estar presente, para que el Señor fluya a través de nuestra vida hacia aquellos que están necesitados. Esta compañía tampoco requiere de muchas palabras. Jesús mismo invitó a tres de sus discípulos a que lo acompañaran en Getsemaní. No necesitaba sus consejos, sino el calor de su compañía en un momento muy difícil para él. Del mismo modo, nuestra sola presencia puede resultar un regalo que imparta profundo aliento.

    4. Con el contacto físico. Jesús a menudo tocó a la gente, algo que seguramente impactó profundamente sus vidas, pues los grupos religiosos del momento se caracterizaban por evitar el contacto con otros, especialmente con quienes se consideraban «inmundos». Es recientemente en nuestros tiempos que los científicos comienzan a comprobar los efectos positivos del contacto físico, y nos animan a que expresemos el cariño hacia los demás por este medio. Un suave toque en el brazo, un abrazo o un apretón de manos pueden expresar sentimientos que no logramos captar con nuestras palabras.

    Cabe señalar, en este punto, que debemos ser cuidadosos con este tipo de expresiones cuando se trata de personas del sexo opuesto. Aún cuando existe una intención inocente, puede dar lugar a malas interpretaciones o despertar en nosotros deseos que no son saludables para relaciones que deben llevarse en santidad.

    5. Con oración. Pablo expresa, en prácticamente todas sus cartas, el compromiso de acordarse en oración de las diferentes congregaciones que había visitado. A la vez, escribió a la iglesia en Corinto para asegurarles que «con su oraciones» cooperaban con él (1Co 1.11). En su carta a la iglesia de Colosas menciona el ejemplo de uno de sus compañeros: «Epafras, que es uno de vosotros, siervo de Jesucristo, os envía saludos, siempre esforzándose intensamente a favor vuestro en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completamente seguros en toda la voluntad de Dios» (4.12).

    Todos podemos sostener un ministerio de impacto a través de la oración. Mi amigo Conrado, siendo relativamente joven, quedó inmovilizado por un derrame cerebral y ahora sólo puede mover sus ojos. Sin embargo, la gente lo conoce por sus oraciones a favor de otros.

    6. Con hospitalidad. Pablo exhorta a la iglesia en Roma a que «practiquen la hospitalidad» (Ro 12.13). La palabra griega que traducimos por hospitalidad denota un «amor fraternal a extraños». Este es un llamado particularmente apto para la Iglesia, pues personas desconocidas se acercan en forma permanente a nuestras reuniones para conocer más de cerca al pueblo de Dios y el evangelio de Cristo. ¡Qué manera más práctica nos ofrece la hospitalidad de dar a conocer el amor de Dios por todas las personas! Para poder brindar este servicio solamente hace falta tener un corazón dispuesto y generoso.

    7. Con generosidad. Proverbios 22.9 declara: «El … misericordioso será bendito». Dios desea que su pueblo comparta no solamente las reuniones con otros, sino también su tiempo, su dinero y sus posesiones. Esto nos resulta muy difícil en una cultura como la nuestra, tan fuertemente orientada hacia el individualismo. Los que vivimos en las grandes ciudades del continente solemos sentirnos abrumados por la gran cantidad de personas a nuestro alrededor, lo que no empuja a buscar refugio en nuestras casas. No obstante, a medida que el Espíritu nos vaya transformando a la imagen de Jesucristo esta actitud debe instalarse en nuestros corazones.

    Pablo nos ofrece un elocuente testimonio del camino que él siguió con las iglesias que estableció. «Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20.33–35)

    8. Con ayuda práctica. Con el espíritu correcto, las tareas comunes y cotidianas —de la casa, del jardín, la costura , el cuidado de los niños— pueden transformarse en un santo ministerio que provee ánimo a quienes lo necesitan. «Todo lo que hagáis hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres», exhorta Pablo a la iglesia en Colosas (Col 3.23). En nuestras congregaciones, en cualquier momento pueden surgir situaciones que se prestan para esta clase de acciones, las cuales proclaman, de una manera muy fuerte e impactante, que el amor del Señor se puede demostrar de muchas maneras diferentes.

    Adaptado del artículo de Jeanne Zornes, tomado del Manual de formación de líderes, Vol. II, publicado por Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados. ©2006Apuntes Pastorales, Volumen XXIV – Número 2

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