Por Què Nuestros Hijos No Obedecen?

En el concepto: “Honra a tu padre y a tu madre” está involucrada la obediencia de los hijos a los padres
Efesios 6
1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;
3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.
4 Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.
Colosenses 6
20 Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.
21 Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.
En el Antiguo testamento, cuando Dios da los mandamientos a su pueblo (Ex. 20.12 y Dt. 5.16.) señala claramente la responsabilidad y deberes de los hijos para con los padres. En el concepto: “Honra a tu padre y a tu madre” está involucrada la obediencia de los hijos a los padres.
No hay duda que esta es una preocupación permanente en la generalidad de los padres y madres en el período de crianza de los hijos. Desde la más temprana edad hasta la juventud.
No obstante vemos en esta área tremendas dificultades en los vínculos familiares.
Para graficarlo, veamos algunas situaciones que se pueden dar que “ayudan” a que la obediencia esté ausente de nuestros hogares.
Situación 1: Una tarde de otoño ya avanzado, un niño estaba por salir cuando su madre le dice: «Va a refrescar. No te resfríes. Ponete un abrigo». El padre – delante del niño – interviene diciendo: «¡Dejalo que salga como está! No hace tanto frío. Vas a hacerle un debilucho». «¡Claro! -contesta la madre levantando la voz-. Como no sos vos quien lo cuida cuando se enferma…»
La escena continúa cada vez más violenta. El niño observa y escucha.
Situación 2: El padre amonesta severamente a su hijo. La madre – delante del niño – recrimina al padre diciéndole: «Eres muy exigente con el chico, ¿no te acordás como eras vos y lo que tu hacías a su edad?». El padre -casi gritando-: «¡No te metas! Yo sé lo que hago. ¿Qué se cree este mocoso? ¿Que va a hacer lo que quiera?».
La madre no se queda atrás. El padre tampoco. El niño observa y escucha.
Situación 3: Un día feriado el padre y el hijo están por salir de paseo. La madre recomienda al primero que cuide lo que el niño coma. Van al parque de diversiones y el padre deja que el niño tome varios helados y coma toda clase de “comidas chatarra” en los puestos ambulantes, pero le advierte: «No se lo digas a mamá. Decile que comiste otra cosa».
«Si lo llega a saber nos come crudos». El niño observa y escucha.
Situación 4: «Usted hoy no sale de casa en todo el día, está en penitencia hasta que yo regrese», le dice el padre a su hijo en castigo por alguna travesura. Luego se va al trabajo. Media hora después la madre se acerca a la cama del niño y melosamente le dice: «¡Pobrecito! y agrega, con un gesto en el que trata de ser severa pero que no engaña al niño: Es la última vez que desobedeces a papá. ¿Estamosí». «Pero antes de que llegue te acuestas de nuevo».
El niño observa y escucha.
Situación 5: Harta de los «desastres» que el niño ha provocado, la madre le dice con tono amenazante: «¡Vas a ver cuando venga papá! Le voy a contar todo lo que hiciste. ¡La paliza que te va a dar!». El padre regresa y su mujer cumple con lo prometido. «Tu hijo estuvo insoportable. Hizo esto y lo otro». El padre reacciona malhumorado: «¿Acaso yo soy el verdugo de la familia? ¿Por qué no lo castigaste vos en su momento? Uno llega del trabajo esperando encontrar tranquilidad y se encuentra con esto».
La madre excitada replica: «¡Y todavía te quejas! Se ve que no tienes que aguantarlo todo el día. Además… ¿qué creés que hago yo en casa? ¡Si trabajo más que vos!». Las palabras van y vienen.
Por último el padre, fuera de sí, grita al niño y le da una paliza. El niño observa, escucha… y llora.
Los padres socavan su autoridad
Las situaciones que acabamos de exponer, ponen en evidencia un error que muchos padres cometen en la educación de sus hijos: socavan su autoridad al poner de manifiesto su falta de unión y entendimiento. Estos padres están derribando los pilares de la confianza y el respeto mutuo sin pensar que mañana «se les caerá el techo encima».
Los padres que sistemáticamente hacen añicos su propia autoridad, no pueden pretender que sus hijos les obedezcan. Si hay algo que se nota en “estos padres” es que no son ningún ejemplo de obediencia a Dios, poco o nada pueden pretender sobre la obediencia de sus hijos.
Hay que ponerse de acuerdo
El ejemplo de “sometimiento del uno al otro” –Ef. 5:21 – en los cónyuges facilita le obediencia de los hijos, en cambio, inclinan a la desobediencia los padres que con sus discusiones dan un ejemplo de discordia y falta de sometimiento a Dios. Psicológicamente en la mente del niño la familia es una unidad y los padres son una sola cosa -como idealmente debe ser- (hermosa conclusión de la ciencia respecto de las verdades bíblicas.
Actitudes opuestas sobre un problema lo desorientan. No debería haber grandes disensiones entre los padres, pero si las hay, el niño debería observar que se resuelven dentro de ciertos límites de respeto, amor, confianza y dependencia del Señor. – Ef. 5:22-33 –
Si uno pierde la cabeza, que no la pierda el otro
Si uno de los cónyuges considera equivocada una medida tomada por el otro, no lo contradiga delante del niño. Si cree absolutamente necesario intervenir en ese momento, hágalo con serenidad y prudencia y solamente para mitigar las consecuencias de lo que él considera un error. Las críticas, el cambio de ideas y el acuerdo sobre cuál es la mejor manera de educar a los hijos, vendrán después.
Nada hay más perjudicial para los que ejercen la autoridad, que discutir «perdiendo la cabeza» frente a sus subordinados. Si uno pierde la cabeza, que el otro la conserve. Así no dará a sus hijos el triste espectáculo de una discusión violenta, incongruente, de oídos sordos, de odios y rencores entre los seres que él más ama.
Las consecuencias de un error educacional, salvo excepciones, nunca serán tan graves como la de una disputa conyugal delante de los hijos.
No hay que desautorizar al otro cónyuge
En ningún caso los esposos deberían desautorizarse modificando una orden dada por el otro, otorgando un pedido negado o levantando una penitencia impuesta. Además de perder autoridad, crean mutuos resentimientos -gérmenes de futuras discusiones- e incitan al niño a adoptar una actitud «astuta» frente a sus padres: oscilando como un péndulo hacia uno u otro, según convenga a sus deseos. Igualmente, los padres no deberían recurrir a la amenaza de contárselo al otro, es una confesión de impotencia que les quita autoridad moral.
Las alianzas solo en el matrimonio
Un mal muy observado es la alianza que cualquiera de los padres hacen con sus hijos en desmedro de la autoridad y figura del otro. No debe haber secretos entre uno de los padres y el o los hijos, a no ser para comprar un regalo sorpresa para el otro padre.
La unidad conyugal sólo puede ser producto de la confianza y el respeto
La obediencia de los hijos es el reflejo de la obediencia de los padres al Padre celestial que se manifiesta en la unidad conyugal y ésta a su vez es producto de la confianza y el respeto que reina entre los padres por la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Un ambiente donde reina el temor a Dios con una vida devocional real, se manifestará cargado de comprensión; sinceridad; comunicación; tolerancia; sacrificio y búsqueda de una auténtica felicidad de los seres que se ama. Cuando en un hogar se vive este ambiente, difícilmente llegan a ser un problema los hijos adolescentes.
La unión y buena voluntad de los padres respaldados por la autoridad de la Palabra de Dios, primeramente instalada en sus vidas, permiten al adolescente superar las dificultades que normalmente se le presentan. Cuando un joven vive en un ambiente en que se ama y se siente amado y comprendido, tiende a sentirse ayudado por esos seres que lo aman y a quienes ama.
Aprovechemos y disfrutemos que “…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. – Rom. 5:5 – y apliquémoslo a todas nuestras relaciones.

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En el concepto: “Honra a tu padre y a tu madre” está involucrada la obediencia de los hijos a los padres

Efesios 6

1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.

2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;

3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.

4 Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.

Colosenses 6

20 Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.

21 Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.

En el Antiguo testamento, cuando Dios da los mandamientos a su pueblo (Ex. 20.12 y Dt. 5.16.) señala claramente la responsabilidad y deberes de los hijos para con los padres. En el concepto: “Honra a tu padre y a tu madre” está involucrada la obediencia de los hijos a los padres.

No hay duda que esta es una preocupación permanente en la generalidad de los padres y madres en el período de crianza de los hijos. Desde la más temprana edad hasta la juventud.

No obstante vemos en esta área tremendas dificultades en los vínculos familiares.

Para graficarlo, veamos algunas situaciones que se pueden dar que “ayudan” a que la obediencia esté ausente de nuestros hogares.

Situación 1: Una tarde de otoño ya avanzado, un niño estaba por salir cuando su madre le dice: «Va a refrescar. No te resfríes. Ponete un abrigo». El padre – delante del niño – interviene diciendo: «¡Dejalo que salga como está! No hace tanto frío. Vas a hacerle un debilucho». «¡Claro! -contesta la madre levantando la voz-. Como no sos vos quien lo cuida cuando se enferma…»

La escena continúa cada vez más violenta. El niño observa y escucha.

Situación 2: El padre amonesta severamente a su hijo. La madre – delante del niño – recrimina al padre diciéndole: «Eres muy exigente con el chico, ¿no te acordás como eras vos y lo que tu hacías a su edad?». El padre -casi gritando-: «¡No te metas! Yo sé lo que hago. ¿Qué se cree este mocoso? ¿Que va a hacer lo que quiera?».

La madre no se queda atrás. El padre tampoco. El niño observa y escucha.

Situación 3: Un día feriado el padre y el hijo están por salir de paseo. La madre recomienda al primero que cuide lo que el niño coma. Van al parque de diversiones y el padre deja que el niño tome varios helados y coma toda clase de “comidas chatarra” en los puestos ambulantes, pero le advierte: «No se lo digas a mamá. Decile que comiste otra cosa».

«Si lo llega a saber nos come crudos». El niño observa y escucha.

Situación 4: «Usted hoy no sale de casa en todo el día, está en penitencia hasta que yo regrese», le dice el padre a su hijo en castigo por alguna travesura. Luego se va al trabajo. Media hora después la madre se acerca a la cama del niño y melosamente le dice: «¡Pobrecito! y agrega, con un gesto en el que trata de ser severa pero que no engaña al niño: Es la última vez que desobedeces a papá. ¿Estamosí». «Pero antes de que llegue te acuestas de nuevo».

El niño observa y escucha.

Situación 5: Harta de los «desastres» que el niño ha provocado, la madre le dice con tono amenazante: «¡Vas a ver cuando venga papá! Le voy a contar todo lo que hiciste. ¡La paliza que te va a dar!». El padre regresa y su mujer cumple con lo prometido. «Tu hijo estuvo insoportable. Hizo esto y lo otro». El padre reacciona malhumorado: «¿Acaso yo soy el verdugo de la familia? ¿Por qué no lo castigaste vos en su momento? Uno llega del trabajo esperando encontrar tranquilidad y se encuentra con esto».

La madre excitada replica: «¡Y todavía te quejas! Se ve que no tienes que aguantarlo todo el día. Además… ¿qué creés que hago yo en casa? ¡Si trabajo más que vos!». Las palabras van y vienen.

Por último el padre, fuera de sí, grita al niño y le da una paliza. El niño observa, escucha… y llora.

Los padres socavan su autoridad

Las situaciones que acabamos de exponer, ponen en evidencia un error que muchos padres cometen en la educación de sus hijos: socavan su autoridad al poner de manifiesto su falta de unión y entendimiento. Estos padres están derribando los pilares de la confianza y el respeto mutuo sin pensar que mañana «se les caerá el techo encima».

Los padres que sistemáticamente hacen añicos su propia autoridad, no pueden pretender que sus hijos les obedezcan. Si hay algo que se nota en “estos padres” es que no son ningún ejemplo de obediencia a Dios, poco o nada pueden pretender sobre la obediencia de sus hijos.

Hay que ponerse de acuerdo

El ejemplo de “sometimiento del uno al otro” –Ef. 5:21 – en los cónyuges facilita le obediencia de los hijos, en cambio, inclinan a la desobediencia los padres que con sus discusiones dan un ejemplo de discordia y falta de sometimiento a Dios. Psicológicamente en la mente del niño la familia es una unidad y los padres son una sola cosa -como idealmente debe ser- (hermosa conclusión de la ciencia respecto de las verdades bíblicas.

Actitudes opuestas sobre un problema lo desorientan. No debería haber grandes disensiones entre los padres, pero si las hay, el niño debería observar que se resuelven dentro de ciertos límites de respeto, amor, confianza y dependencia del Señor. – Ef. 5:22-33 -Si uno pierde la cabeza, que no la pierda el otro

Si uno de los cónyuges considera equivocada una medida tomada por el otro, no lo contradiga delante del niño. Si cree absolutamente necesario intervenir en ese momento, hágalo con serenidad y prudencia y solamente para mitigar las consecuencias de lo que él considera un error. Las críticas, el cambio de ideas y el acuerdo sobre cuál es la mejor manera de educar a los hijos, vendrán después.

Nada hay más perjudicial para los que ejercen la autoridad, que discutir «perdiendo la cabeza» frente a sus subordinados. Si uno pierde la cabeza, que el otro la conserve. Así no dará a sus hijos el triste espectáculo de una discusión violenta, incongruente, de oídos sordos, de odios y rencores entre los seres que él más ama.

Las consecuencias de un error educacional, salvo excepciones, nunca serán tan graves como la de una disputa conyugal delante de los hijos.

No hay que desautorizar al otro cónyuge

En ningún caso los esposos deberían desautorizarse modificando una orden dada por el otro, otorgando un pedido negado o levantando una penitencia impuesta. Además de perder autoridad, crean mutuos resentimientos -gérmenes de futuras discusiones- e incitan al niño a adoptar una actitud «astuta» frente a sus padres: oscilando como un péndulo hacia uno u otro, según convenga a sus deseos. Igualmente, los padres no deberían recurrir a la amenaza de contárselo al otro, es una confesión de impotencia que les quita autoridad moral.

Las alianzas solo en el matrimonio

Un mal muy observado es la alianza que cualquiera de los padres hacen con sus hijos en desmedro de la autoridad y figura del otro. No debe haber secretos entre uno de los padres y el o los hijos, a no ser para comprar un regalo sorpresa para el otro padre.

La unidad conyugal sólo puede ser producto de la confianza y el respeto

La obediencia de los hijos es el reflejo de la obediencia de los padres al Padre celestial que se manifiesta en la unidad conyugal y ésta a su vez es producto de la confianza y el respeto que reina entre los padres por la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Un ambiente donde reina el temor a Dios con una vida devocional real, se manifestará cargado de comprensión; sinceridad; comunicación; tolerancia; sacrificio y búsqueda de una auténtica felicidad de los seres que se ama. Cuando en un hogar se vive este ambiente, difícilmente llegan a ser un problema los hijos adolescentes.

La unión y buena voluntad de los padres respaldados por la autoridad de la Palabra de Dios, primeramente instalada en sus vidas, permiten al adolescente superar las dificultades que normalmente se le presentan. Cuando un joven vive en un ambiente en que se ama y se siente amado y comprendido, tiende a sentirse ayudado por esos seres que lo aman y a quienes ama.

Aprovechemos y disfrutemos que “…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. – Rom. 5:5 – y apliquémoslo a todas nuestras relaciones.

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