Procusto, el que nunca estaba satisfecho con las personas

Procusto MitologiaProcusto, el que nunca estaba satisfecho con las personas

«No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.» Filipenses 2:3 (NVI)

En la mitología griega, Procusto era un hermoso bandido y posadero del Ática (o según otras versiones a las afueras de Eleusis). Se le consideraba hijo de Poseidón. Con su esposa Silea fue padre de Sinis.

Procusto tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta, Procusto la acostaba en una cama corta y procedía a serrar las partes de su cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si por el contrario era más baja, la invitaba a acostarse en una cama larga, donde también la maniataba y descoyuntaba a martillazos hasta estirarla (de aquí viene su nombre). Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque ésta era secretamente regulable: Procusto la alargaba o acortaba a voluntad antes de la llegada de sus víctimas.

Esta cultura de no estar nunca satisfecho con los visitantes, es la misma que Pablo intenta eliminar cuando le escribe a los filipenses. Nadie podía satisfacer a Procusto, porque era un insatisfecho por naturaleza. Y se esforzaba en encontrarle una forma inaceptable a cada visitante.

A veces actuamos de la misma manera en la iglesia, insatisfechos por como son los demás, porque nadie se ajusta a las medidas pretendidas por cada uno de nosotros, nos encargamos de mutilar a los demás para acomodarlos a nuestros parámetros. Buscamos personas a nuestra medida, que nos satisfagan hasta el más mínimo detalle, sin darnos cuenta que esto es imposible.

En la comunidad de la iglesia, Dios nos acepta como somos y nos da la bienvenida, sin pedirnos que modifiquemos nuestra forma de ser. Es cierto que Él espera que maduremos y que mejoremos a diario. Pero no hacerlo no nos justifica para cortar con el serrucho de la lengua y la crítica las partes que molestan.

Lejos de ser como Procusto, debemos ser como Dios, que ama y acepta al otro sin exigir cambios, aunque su conducta no le agrade. Es lo que hizo con vos cuando entraste en la iglesia. Es lo que espera que hagas vos con los demás. Reciprocidad divina.

REFLEXIÓN – No actúes como Procusto, actuá como Dios.

Un gran abrazo y bendiciones

Dany

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