Cristiano cuida lo que dices
«…EL SEÑOR ME DIO LENGUA DE SABIOS, PARA SABER HABLAR PALABRAS AL CANSADO…» (Isaías 50:4)
Dios nos ha dado a cada uno una lengua; es una herramienta fundamental para animarnos los unos a los otros. Se la ha concedido a todos -jóvenes y mayores, ricos y pobres, sabios y necios. Podemos usarla para animar o para desanimar. Con frecuencia con la lengua destruimos a los demás, en lugar de edificarlos. Y suelen ser aquellos más cercanos quienes se convierten en el blanco de nuestras críticas más severas. La crítica presentada con una actitud errónea socaba la autoestima de la persona. ¡Y puede hacer que ésta, a su vez, se convierta en alguien muy crítico! También lastimamos a otros cuando los ridiculizamos o somos sarcásticos, con frases como: ‘¿Qué te hace creer que eres tan listo?’ o ‘Es la pregunta más tonta que he oído en toda mi vida.’
Es posible que reírnos de los errores de los demás, mofarnos de alguien o llamarle cosas como «patoso», «flojo», «chapucero», «tonto» o «gordito» pueda parecer muy gracioso a los oyentes, o que hasta la misma víctima se ría, pero esas palabras normalmente hacen mella en la persona. Querer demostrar que sabes más que alguien puede ser fuente de desaliento para el oyente. A veces herimos a alguien cuando hablamos demasiado y no damos la oportunidad de que el interlocutor se exprese. Le hacemos sentir que lo que tiene que decir no es tan importante como nuestras palabras de sabiduría. Por lo tanto, ora a diario para que Dios te guíe y te indique qué decir. Y Él lo hará. «…El Señor… me ha dado sus palabras de sabiduría, para que yo sepa consolar a los fatigados. Mañana tras mañana… me abre el entendimiento a su voluntad. El Señor… me habló, y yo lo escuché…» (Isaías 50:4-5 NTV)
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