La Pasión por Dios – Por Claudio Freidzon

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Muchas personas en este mundo, aún sin conocer a Dios, lo dejan todo por un ideal. Se sacrifican para alcanzar la meta que representa la pasión de su vida. Un atleta que se prepara para una competencia lleva una vida de rigor y privaciones. No vacila en esforzarse y apartarse de todo. ¡Su corazón est dominado por una pasión!

Esa misma pasión debería caracterizar a todos los cristianos al buscar el rostro de Dios. Deberíamos arder con el mismo fuego que ardía en Pablo, en Jeremías, en Moisés. ¡Siempre querían más! Tenían hambre de Dios, pasión por conocerlo.

Años atrás, cuando terminaban los cultos de nuestra iglesia, me iba a mi casa, me arrodillaba y oraba: Señor, sé que hay más…, necesito conocerte mas. Dios puso en mí una gran sed espiritual. Y cuando lo busqué con pasión encontré lo que necesitaba.

Un día los ojos se me abrieron y entendí que la relación con el Espíritu Santo es más profunda que el solo hecho de dirigirle palabras a Dios. Fuí transformado. Comencé a vivir una nueva etapa en mi vida y en mi ministerio. El Espíritu Santo me llenó y volví al primer amor, donde no hay rutina religiosa, donde todo es fresco y renovado. Fue una experiencia tan fuerte que aún por las noches no dormía para tener comunión con Él. Aún hoy, Su presencia me seduce de tal manera que cuido mis ojos y mi corazón para que no se aparte de mí.

El apóstol Pablo vivió tremendas experiencias con el Señor. Su maravillosa conversión rumbo a Damasco lo puso cara a cara con el Cristo resucitado. Su ministerio palpó lo sobrenatural a través de las revelaciones (2 Co. 12:1) y las señales y prodigios que acompañaron su predicación (12:12). Pero su anhelo más profundo estaba en la misma persona de su Rey y por esta pasión estaba dispuesto a dejarlo todo y tenerlo por basura: Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, (Fil. 3:7-8). ¿Cuál es la diferencia entre un cristiano maduro y otro que no lo esí Mientras el creyente inmaduro sólo busca las manos del Señor (sus beneficios, sus obras), el espiritual tiene su mirada puesta en el rostro del Señor, en su misma persona. El inmaduro desea sólo los beneficios, el poder. El espiritual busca conocer al Dios del poder, Su carácter, Su voluntad. ¡Cuántos cristianos chapotean en cinco centímetros de agua pudiendo internarse en las profundidades de Dios! Me temo que muchos de ellos realmente no lo conocen porque nunca lo buscaron de veras. Así sucedió con el pueblo de Israel. En su peregrinaje por el desierto no buscaron a Dios para amarlo y obedecerle. Sólo le interesaban los beneficios que le daba. Al contrario de los israelitas, que conocieron la derrota porque pusieron sus ojos en las obras de Dios más que en Dios mismo, Moisés es un precioso ejemplo de búsqueda espiritual. Aun cuando disfrutó también de las maravillas que Dios hizo en el desierto (el maná, el agua de la roca, la nube y la columna de fuego…) él deseaba conocer a Dios en lo íntimo. El pueblo clamaba: Queremos comida! ¡Queremos agua!. Moisés oraba: Muéstrame tu gloria quiero conocerte, (Éxodo 33:13).

El rey David es también un buen ejemplo. Las circunstancias adversas, en lugar de abatirlo despertaban en él una sed espiritual intensa.

Él escribio: Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti oh Dios el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Diosí (Salmo 42:1-2).

El Señor desea tener comunión con nosotros, desea nuestro amor, nuestra atención. No podemos ser negligentes en semejante asunto. Es menester dedicar al Señor un tiempo escogido cada día. Buscar su rostro.

Dios busca un pueblo que tenga pasión por Él. Busquémosle en adoración, busquémosle en Su Palabra; cultivemos nuestra comunión con Él, y su gloria se hará real en nuestras vidas por la dulce presencia del Espíritu Santo.

Fuente: Revista Vida Cristiana.

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