El verdadero amor de Dios

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Durante nuestro vivir en Cristo, muchas veces hemos escuchado hablar del amor de Dios. Es casi obvio, y le damos todos adjetivos que lo califican de inmenso, generoso, desinteresado, puro, real, etc. El acto sublime de ese amor lo conforma sin duda alguna la crucifixión, y es en ese momento donde nadie puede dudar de la veracidad de ese amor.

Pero, si tenemos que pensar en lo que implica ese amor, ¿sabemos realmente hasta dónde llega?, no en SU capacidad, la cual es infinita, sino en nuestra capacidad receptiva del mismo.

Imagino nuestra relación con Dios de la siguiente manera, nosotros, en una pequeña isla, y Dios en otra, y tenemos que llegar a Él, necesitamos acercarnos, conectarnos, y que ante todo Él lo haga con nosotros. Estiramos los brazos para alcanzarlo, pero no lo logramos, entonces nuestra desobediencia, altivez, egoísmo, falta de fe, de compromiso, nuestros puntos de incredulidad, se elevan a nuestro alrededor como muros, “tapiamos” nuestra vida, y no sólo no logramos llegar a Dios, sino que tampoco permitimos que Él lo haga, nos cerramos en nuestro territorio y le pedimos que llegue a nosotros, pero al mismo tiempo ponemos impedimentos para lograrlo, y es allí cuando el amor de Dios actúa, y atraviesa todo aquello, mientras nosotros levantamos murallas, Él levanta puentes.

Puentes que atraviesan lo que nosotros mismos levantamos, así se acerca a nosotros, así nos rescata.

El amor de Dios es tan fuerte e intenso, que atraviesa el egoísmo, el desinterés, la incredulidad, o lo que sea que nosotros hayamos puesto como muro.

Les invito a leer el pasaje de Juan 4: 3 al 15.

Versículos 3 al 9. Jesús sale de Judea, y necesita pasar por Samaria, cansado del camino, se si enta junto al pozo de Jacob. Y allí espera. Llega una mujer samaritana, y Jesús le pide agua. Jesús la estaba esperando, le habla primero, Jesús comienza el diálogo, comienza la relación. Lejos de darle lo que le pide, (aunque sea por pura cortesía), lo desafía mediante su diálogo, por su diferencia de nacionalidad. Ella era mujer, (y sabemos la significancia de esto en dicha época), era samaritana, sin embargo, Jesús le habla y ella misma pone en relevancia la diferencia, ella la marca, Jesús no.

Jesús, Dios mismo, se hizo igual a nosotros, y peor aún, se denigró por nosotros, (Filipenses 2: 6 – 8), jamás puso entre nosotros, entre nuestra relación su Majestad, que definitivamente Él la tiene. Al igual que con la mujer, Dios nos está esperando, nos habla, nos busca y muchas veces somos nosotros quienes lejos de responder al llamado, colocamos barreras, así como hizo ella.

Entonces, Dios nos necesita en su obra, por ejemplo y decimos: “¿Yo?, ¿Pero si no soy el mejor?, Seguro hay otro que pueda hacerlo, que esté capacitado”, acaso, ¿No queda claro que Jesús esperaba a ESA mujer? Jesús sabía que ella vendría y la estaba esperando. Dios sabía que hoy vendrías y te está esperando. 

El amor de Dios, trasciende las diferencias, porque la supera, para el amor de Dios no hay “peros” si te está esperando.

Versículos 10 y 11: Jesús retoma el diálogo, insiste en levantar un puente entre Él y la mujer, aunque ella insiste en levantar barreras. Jesús comienza a manifestarle su Divinidad, le plantea quién es, y lejos de escuchar la profundidad de sus palabras, ella se remite a la insignificancia que Jesús no tenía que con qué sacar el agua. Ahora el diálogo está en parámetros diferentes, Jesús está en un nivel espiritual y ella en un nivel carnal.

Otras de nuestros muros, nuestra carnalidad, y no hablo del extremos, no somo s fornicarios, borrachos, ladrones, asesinos, etc. Pero somos orgullosos, egoístas, juzgadores, ¿No es eso carnal? Y no hace falta que nadie lo note, porque si está, ya está levantando muros, con cimientos profundos sin lugar a dudas.

El amor de Dios trasciende nuestra carnalidad, porque a través de Su Espíritu Santo en nosotros, nos lleva a su nivel espiritual, nos saca de lo carnal y comienza a actuar en nuestras vidas.

Versículo 12: No logra comprender con quién está hablando y continúa colocando barreras, es más, aún no le ha dado el agua que le pidió, es decir, que no comprende el mensaje que Jesús le habla, y a pesar que ella sigue hablando del pozo físico de agua ¡Sigue sin darle el agua que le pidió! Es decir, que continúa encerrada entre las mismas paredes que ella levanta. ¡Cuántas veces hacemos lo mismo! No logramos comprender lo que Dios tiene para nosotros pero tampoco actuamos a favor de comprender lo y simplemente nos limitamos a quedarnos donde estamos. Simplemente sin hacer nada. 

Versículos 14 y 15: Jesús le ofrece lo que tiene, Vida Eterna. Fíjense que especial, Jesús le pidió a ella algo totalmente posible, es más, algo por lo cuál ella se estaba acercando al pozo, agua, tenía todo para dársela, pero no lo hizo y contrariamente a ella, Jesús le da lo más importante, la posibilidad de ser salva.

Me avergüenzo cuando me doy cuenta lo que me parezco a esa mujer samaritana, Dios no me pide grandes cosas, me pide lo que puedo hacer. Pienso y recuerdo y jamás Dios demandó de mi algo imposible. Sin embargo, muchas veces he actuado como ella, no sólo no respondiendo al llamado, sino colocando barreras. Y aún así, Dios actúa en mi vida.

A pesar de mí, Dios sigue colocando puentes entre nosotros, y lo hace gracias a SU AMOR, un amor que puede con todo, incluyéndome.

No importa de qué sea el muro que yo levante, Dios lo contrarresta con un puente inmenso de amor, ese amor que lo llevó a desamparar a su propio hijo, por mí, por nosotros. Y solamente pudo hacerlo porque a pesar de todo lo que soy y somos, nos ama con un amor verdadero y sin barreras.

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