Jesucristo Crucificado

Jesucristo Crucificado

Nosotros predicamos a Cristo crucificado. 1 Corintios 1:23.

Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. 1 Corintios 2:2.

Si hay algo extraordinario en la historia del mundo es el inmenso desarrollo del cristianismo. Se difundió a través de todo el imperio romano en algunos decenios, antes de propagarse por todo el mundo. Parece increíble cuando se piensa que en el fondo de esta doctrina encontramos lo siguiente: un hombre agobiado por insultos, burlas y golpes, clavado como un malhechor en una cruz situada cerca de Jerusalén. Sin embargo, este hombre era inocente, según la misma opinión de su juez. Él era el Hijo de Dios que se ofrecía en sacrificio, él, la única víctima santa y pura, para resolver definitivamente el problema del pecado y adquirir la salvación de todos los que creerían en él.

Imaginémonos la oposición que debía producir el mensaje de la cruz en gente de cierto nivel intelectual: judíos religiosos y griegos versados en filosofía. Al oír esta extraordinaria predicación, todos podían encogerse de hombros y declarar: ¡Qué locura!

Pues bien, esta locura a los ojos de los hombres venció: “Cristo crucificado… poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres… lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte… a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:23-29). Aquí está la demostración del valor divino de la obra de la cruz.

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