Apocalipsis 1:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí nos describe el propio autor sagrado su reacción personal ante esta visión, juntamente con el consuelo y ánimo que el Señor le dio y la orden de escribir las cosas que acababa de ver.

1. Vemos primero la reacción de Juan (v. Apo 1:17): «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies». Los orientales suelen postrarse en tierra en actitud de reverencia, como hacen los mahometanos en oración, para acatar a un gran personaje. Juan une a esta actitud el espanto ante lo sobrenatural, ya que un judío se sentía como muerto si veía la gloria de Dios (v. Gén 3:8; Gén 17:3; Éxo 3:6; Núm 22:31; Jos 5:14; Isa 6:5; Dan 7:15; Dan 10:9; Eze 1:28). Quizá nos extrañe que Juan, el discípulo amado, que había recostado su cabeza en el pecho de Jesús, se aterrorice así ahora ante la sola vista del Señor, pero no olvidemos que el actual aspecto de Jesús ya no era el de antes (comp. con 2Co 5:16), sino de una tremenda gloria y majestad.

2. De inmediato, sin hacerse de esperar (v. Apo 1:17), el Señor consuela y anima a su fiel discípulo: Coloca su mano derecha sobre la cabeza de Juan en señal de amor, protección, fuerza y consuelo (comp. con Hab 3:2-5, Hab 3:16, Hab 3:19) y le dice: «Cesa de temer» (gr. me phóbou, en presente de imperativo lo que indica que Juan estaba temiendo , como en Jua 6:20, entre otros lugares). Las razones que le da para que cese de temer son tres:

(A) La primera es: «Yo soy el primero y el último y el que vive» (vv. Apo 1:17, Apo 1:18). Compárese con Apo 2:8 y Apo 22:13 (éste, sólo probable), así como con Isa 44:6; Isa 48:12, aplicado a Jehová, citas que sonarían fuertemente en los oídos de Juan: Como Jehová, también Cristo estaba al comienzo de todo (v. Pro 8:22; Jua 1:1, Jua 1:3), creándolo todo, y estará también al final como consumador y vencedor absoluto, cuando todos sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies (Sal 110:1; 1Co 15:25-28; Heb 10:13). Como se puede ver, el original une la primera frase del versículo Apo 1:18 con la última del versículo Apo 1:17. «El que vive» nos trae una reminiscencia de Éxo 3:14, Éxo 3:15, donde el nombre propio que Dios se da a sí mismo (YHWH) viene a ser una mezcla del verbo hebreo hayáh, «ser», en el sentido de llegar a ser algo (el único Salvador de su pueblo. Véase el contexto posterior de Éxo 3:14) y del verbo haváh, «ser», en el sentido de existir como algo vivo (de ahí el nombre de Eva, hebr. havváh, vida). «En él estaba la vida», leemos en Jua 1:4, compárese con Jua 5:26; Jua 6:51; Jua 11:25; Jua 14:6.

(B) La segunda razón es: «Estuve muerto, ¡y mira cómo ahora estoy vivo para siempre!» (v. Apo 1:18. NVI). Murió por nuestros pecados; su muerte no tenía otra razón de ser. Pero resucitó al tercer día, por cuanto el sepulcro no podía retener al Autor de la vida (Hch 2:24, Hch 2:31) y «a causa de nuestra justificación» (Rom 4:25). Y todo el que es de Cristo, ha sido sepultado con Él y ha salido con Él a una nueva vida (v. Rom 6:3.; Efe 2:5, Efe 2:6); y por su obra y el poder de su Espíritu, será también resucitado físicamente el último día (Jua 6:40, Jua 6:44, Jua 6:54; Jua 11:25; Rom 8:11; 1Co 15:20., etc.).

(C) La tercera razón es (v. Apo 1:18): «Y tengo las llaves de la muerte y del Hades», es decir, del sepulcro, en cuanto lugar de reposo de los cuerpos y estado de sombras (de espíritus desencarnados). También Cristo bajó al sepulcro, pero venció a la muerte, puso libremente su vida y volvió a recobrarla (Jua 10:18), poder que no posee ningún otro ser humano. Él tiene esas llaves, que son símbolo de poder, de dominio y de victoria; por eso, los vencidos entregaban a los vencedores las llaves de las ciudades ocupadas, como puede verse en el famoso cuadro de Velázquez, llamado «cuadro de las lanzas» (la rendición de Breda). ¡Qué consuelo para los cristianos perseguidos de entonces y de siempre saber que nuestro Salvador es el dueño de la vida y de la muerte; hace morir y hace volver a la vida; y, si padecemos con Él, también seremos resucitados y glorificados con Él!

3. A continuación, el Señor profiere una orden (v. Apo 1:19): «Escribe, pues, las cosas que viste, las cosas que son y las cosas que van a suceder después de éstas» (lit.). De nuevo, el mandato de poner urgentemente por escrito (gr. grápson, en aoristo de imperativo) el contenido de la visión. Nótese que el presente versículo divide netamente en tres tiempos dicho contenido. Juan ya se halla recuperado de sus temores y en condición de prestar atención a lo que se le manda: «Las cosas que viste» (en aoristo) pertenecen ya al pasado; «las cosas que son» se hallan en los capítulos Apo 2:1-29 y Apo 3:1-22 y pertenecen al presente histórico; «las cosas que van a suceder después de éstas» pertenecen enteramente al futuro, como puede verse a partir de Apo 4:1. La expresión griega metá tauta («después de estas cosas») que aparece por primera vez al final de este versículo Apo 1:19, reaparece en Apo 4:1; Apo 7:1, Apo 7:9; Apo 9:12; Apo 15:5; Apo 18:1; Apo 19:1; Apo 20:3. Como dice W. A. Criswell (Expositor y Sermons on Revelation, pág. 177), «la clave de este libro está escrita aquí, en el capítulo primero del libro mismo». La interpretación de los capítulos Apo 4:1-11 y Apo 5:1-14 es decisiva para ver dicha clave en toda su fuerza y significación.

4. El capítulo finaliza con la interpretación que el propio Señor le hace a Juan de las siete estrellas y de los siete candelabros (v. Apo 1:20): «El misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha, y de los siete candelabros de oro es éste: Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias» (NVI).

(A) El versículo comienza con dos acusativos de los que suelen llamarse «absolutos», porque aparecen sueltos, independientes, como si no estuviesen regidos por ningún verbo. Bartina sugiere como solución más probable tomarlos «como acusativos de parte», como si el texto diese a entender: «En cuanto al misterio …». También es posible que haya de suplirse el verbo «escribe», con lo que dichos acusativos pasarían a ser normal término directo de dicho verbo.

(B) «Misterio» es un término que indica algo escondido o secreto, que necesita ser desvelado, descifrado, sacado a la luz. En cuanto a la interpretación que el propio Señor da, lo de los 7 candelabros de oro, que representan a las siete iglesias que se mencionan a continuación, está claro (comp. con Éxo 25:31; Zac 4:2; Mat 5:14; Mar 4:21; Luc 8:16; Luc 11:33; Heb 9:2), ya que la iglesia está llamada a ser «luz del mundo».

(C) Más difícil de resolver es lo de «los ángeles de las siete iglesias». El término aparece 26 veces en Apocalipsis y de suyo significa «mensajero». Hay quienes opinan (por ej. Walvoord y Scofield) que, en efecto, se trata de mensajeros enviados a tales iglesias. La opinión más corriente es que se trata de los pastores de las respectivas iglesias. Así opinan, entre muchos otros, Bartina, Grau, Barchuk, Hendriksen, Ryrie, Davidson. W. Smilh no se decide entre esta opinión y la que exponemos a continuación. Contra las dos opiniones que preceden, tenemos que el vocablo griego ánguelos en Apocalipsis siempre se refiere a seres puramente espirituales. Por otra parte, si se tratase de mensajeros que llevan el mensaje a las iglesias, no tendría ningún sentido el reprenderles.

Mi opinión personal, que es la de otros autores procedentes de muy diversos campos, es que se trata, no de ángeles de la guarda en el sentido de Mat 18:10; Hch 12:15; Heb 1:14, sino, de acuerdo con Dan 9:21; Dan 10:13; Dan 12:1, de celestiales contrapartes de las respectivas iglesias, como ángeles tutelares de las mismas. Dice Salguero (pág. 338): «Según las concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por ángeles (Apo 7:1; Apo 14:18; Apo 16:5), sino también las personas (v. Mat 18:10; Hch 12:15) y las comunidades. De ahí que san Juan considere cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta». Muy cerca de esto se halla la opinión de G. R. Beasley-Murray (NBC, 1171), quien dice: «Es mejor considerarlos como una personificación de la vida sobrenatural o celestial de las iglesias según son vistas en Cristo». Pero la mejor exposición de esta tendencia interpretativa se halla en F. F. Bruce (Revelation, en A Bible Commentary for Today, Pickering and Inglis, 1979, pág. 1683):

Los ángeles de las iglesias deben entenderse a la luz de la angelología del Apocalipsis no como mensajeros humanos o ministros de las iglesias, sino como celestial contraparte o personificación de las diversas iglesias, cada uno de los cuales representa a su iglesia en el aspecto en que se hace responsable de la condición y conducta de la respectiva iglesia . Podemos compararlos con los ángeles de las naciones (Dan 10:13, Dan 10:20; Dan 12:1) y de individuos (Mat 18:10; Hch 12:15).

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