Apocalipsis 18:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Se describe ahora la angustia que sienten los reyes y los mercaderes ante la caída de Babilonia, y las endechas con que se lamentan de su destrucción. Viene primero (vv. Apo 18:9, Apo 18:10) la lamentación de los reyes. A continuación (vv. Apo 18:11-17), las lamentaciones de los comerciantes. Y, finalmente (vv. Apo 18:17-19), las de la marina mercante.

1. Dicen así los versículos Apo 18:9 y Apo 18:10 en la NVI: «Cuando los reyes de la tierra que fornicaban con ella y compartían su lujo, vean el humo de su incendio, llorarán y se lamentarán por ella. Aterrados a la vista de su tormento, se detendrán a distancia y clamarán diciendo:

¡Ay! ¡Ay, oh gran ciudad,

oh Babilonia, ciudad de poder (lit. Ia ciudad, la fuerte)!

¡En una sola hora ha llegado tu condenación!»

(A) Los reyes que aquí se citan no pueden ser los diez de Apo 17:12, Apo 17:16, aunque éstos son precisamente los que acabaron con la Roma eclesiástica. Son más bien los de Apo 17:2; Apo 18:3, designados genéricamente como «los reyes de la tierra»; por tanto, en mucho mayor número que los diez de Apo 17:12, Apo 17:16. Sus lamentos se parecen a las endechas sobre Tiro en Eze 26:16.; Eze 27:35.

(B) Para que esto se cumpla en la Babilonia politicomercantil, no es menester pensar en una reconstrucción de la Babilonia antigua, según opinan algunos autores (entre ellos, Walvoord, ob. cit., pág. 263). Esto rompería completamente la idea de la Comunidad Europea, con su centro en Roma y bajo el imperio del Anticristo. Hay también autores que ven la Babilonia religiosa en Roma, y la politicoeconómica en la Babilonia literal, reedificada. Otros se fijan únicamente en el sentido simbólico de Babilonia como representación de la perversidad idolátrica. Dice J. Grau (Estudios sobre Apocalipsis, pág. 285): «De ninguna ciudad puede afirmarse que en ella sola pueda haberse encontrado la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra . La gran ciudad tiene que entenderse simbólicamente». Opino personalmente que eso se cumple en Roma, como centro representativo de una Iglesia apóstata que ha perseguido a muerte a cuantos no han estado de acuerdo con sus doctrinas y prácticas. Lo de «todos» no pasa de ser una hipérbole de las que Juan hace uso corriente (comp. con Jua 3:26; Jua 11:48).

(C) En la lamentación de los reyes son de notar los siguientes detalles: (a) Con el verbo griego klaúsosin se designa el lamento vocal, a gritos, a diferencia del verbo dakrúo de Jua 11:35, que denota el llanto silencioso. (b) El verbo kópsontai designa los golpes de pecho que se dan en su lamentación. (c) Los repetidos ayes (gr. ouaí, ouaí), son equivalentes al ulular que tantas veces hemos visto en los Profetas, y son gritos que formaban parte del ritual de lamentación. Todo ello imita en el más alto grado el duelo por la pérdida de los seres más queridos. Pero es un lamento totalmente egoísta, como se hace en la quiebra de un negocio. Por eso, se añade (v. Apo 18:10) que hacían el duelo «desde lejos» (gr. apó makróthen hestekótes), como si temiesen que les alcanzase también a ellos el castigo. «¡Qué triste es la hora del juicio comenta Walvoord (ob. cit., pág. 263) , cuando es demasiado tarde para la misericordia!»

2. Vienen a continuación las lamentaciones de los comerciantes (vv. Apo 18:11-17): «Los mercaderes de la ciudad llorarán y se lamentarán sobre ella, porque nadie comprará ya sus mercancías cargamentos de oro, plata, piedras preciosas y perlas; de lino fino, púrpura, seda y escarlata; de toda clase de madera olorosa; objetos de toda clase, hechos de marfil, de madera de mucho precio, de bronce, hierro y mármol; cargamentos de cinamomo y especias, de perfumes, mirra e incienso; de vino y aceite, de flor de harina y trigo, de ganado vacuno y de corderos; de caballos y carruajes; de cuerpos de esclavos y de vidas humanas . Y dirán: El fruto que tanto apetecías se ha marchado de ti. Todas tus riquezas y todo tu esplendor se han desvanecido y nunca los recobrarás . Los mercaderes que le vendían sus mercancías y se enriquecían a costa de ella, se detendrán a distancia, aterrados a la vista de su tormento. Llorarán y se lamentarán, diciendo:

¡Ay! ¡Ay, oh gran ciudad,

la que se vestía de lino fino, de púrpura y escarlata,

y deslumbraba enjoyada de oro, piedras preciosas y perlas!

¡En una sola hora ha quedado en la ruina toda esa opulencia » (NVI).

(A) Dos veces más ocurre aquí la frase ya conocida «llorarán y se lamentarán» (vv. Apo 18:11 y Apo 18:15), pero el segundo verbo no es el mismo del versículo Apo 18:9, sino el verbo penthéo, que indica duelo o lamentación en general, pero no especifica lo de «golpearse el pecho» como en el versículo Apo 18:9.

(B) Nótese la larga lista de objetos en los que los mercaderes de la tierra comerciaban con la gran ciudad: (a) Todo lo que servía para la ostentación (joyas y atuendo): «oro, plata, etc». (v. Apo 18:12). Para una lista similar, véase Eze 27:12. (b) El lujo en el atuendo hace pares con el lujo del mueblaje: las maderas más finas y olorosas (v. Apo 18:12). (c) Siguen las especias, los ungüentos y lo mejor del trigo, del vino y del aceite (v. Apo 18:13). (d) Después, el ganado y los caballos para las carreras o para la guerra (v. Apo 18:13). (e) Finalmente, «cuerpos» (gr. sómata). El vocablo griego es el que los LXX usan para designar a los esclavos en Gén 36:6. Realmente, para los amos paganos, los esclavos eran meramente cuerpos para el trabajo, para los juegos circenses o para los burdeles de prostitución masculina. Y, con los cuerpos, las almas humanas o, mejor, vidas humanas, ya que psukhás no tiene aquí ningún sentido moral ni espiritual, sino que designa probablemente «los esclavos dedicados a las artes liberales, a ser pedagogos, literatos, artistas» (Bartina, ob. cit., pág. 796).

(C) El autor sagrado hace una recapitulación general, en el versículo Apo 18:14, de los bienes que se han enumerado en los versículos Apo 18:12 y Apo 18:13. El original es muy expresivo en su semitismo: El griego opóra, que las versiones traducen por «fruto» o «fruta», significa, en realidad, la tercera estación del año en el cómputo griego, la cual correspondía, para los judíos, al final del verano y comienzo del otoño, cuando los mejores frutos de la tierra estaban ya maduros y sazonados. Pero es probable que sea un semitismo con el que se designa «todo lo que más apetecían los que compraban y vendían», ya que la primera parte del versículo Apo 18:14 dice literalmente: «y el fruto del deseo de tu alma se alejó de ti». Más aún, el texto sagrado (v. Apo 18:14) continúa diciendo: «y todo lo pingüe y espléndido se ha desvanecido (lit. ha perecido, el mismo verbo del final de Jua 3:16) de ti». Todo lo que representaba la prosperidad y el esplendor de la gran ciudad ha perecido para siempre. El versículo Apo 18:15 repite la elegía de los mercaderes para que se entiendan mejor sus lamentos por los artículos perdidos.

(D) A continuación (vv. Apo 18:16, Apo 18:17) viene la lamentación de los mercaderes en una endecha que se parece a las de los versículos Apo 18:10 y Apo 18:19, pero tiene también muchos elementos específicos, conforme a los objetos preciosos que se han enumerado en los versículos Apo 18:12 y Apo 18:13. Como contrapunto a los lamentos del versículo Apo 18:16, podrían escucharse las palabras de nuestro Salvador en Mat 6:19-21: «No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre corroen, y donde los ladrones horadan y roban. Allegad, más bien, tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, ni los ladrones horadan ni roban. Porque donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón» (NVI). La elegía de los comerciantes se fija especialmente en aquello en que más puesto tenían el corazón. ¡Y que todo se haya perdido en un instante …! (v. Apo 18:17). Todo esto nos recuerda también al rico de la parábola de Luc 12:16-21.

3. A las lamentaciones de los comerciantes siguen (vv. Apo 18:17-19) las de la marina mercante: «Todo piloto de mar y cuantos viajan por barco, los marineros y cuantos se ganan la vida en el mar, se detendrán a distancia. Cuando vean el humo de su incendio, exclamarán: ¿Hubo jamás una ciudad como esta gran ciudad? Arrojarán polvo sobre sus cabezas, y gritarán llorando y lamentándose:

¡Ay! ¡Ay, oh gran ciudad,

donde cuantos tenían barcos en el mar,

se enriquecieron de su opulencia!

¡En una sola hora ha quedado devastada!» (NVI).

Las lamentaciones de la marina mercante se describen aquí con colores e imágenes que parecen tomados de Eze 27:28, Eze 27:29. En los LXX, se mencionan allí cuatro clases de jefes marinos según el puesto que ocupan: el timonel, los subalternos, cada uno de acuerdo con su rango, los marineros rasos y, finalmente, los cargadores y los pescadores; ¡todos cuantos trabajan, de un modo u otro, en el mar! Todos ellos se paran de pie desde muy lejos; y lo único que se les ocurre decir es que no había otra ciudad semejante a aquélla. Se lamentan, no precisamente por la ruina de la ciudad, sino por lo mucho que ellos mismos han perdido al acabarse el comercio que mantenían con la gran ciudad. Para ellos, por tanto, no había, ni hubo jamás, otra ciudad como aquélla, a juzgar por los beneficios que las transacciones con Roma les habían reportado. Vemos (v. Apo 18:19) que arrojan polvo (o ceniza) sobre sus cabezas, lo cual era una señal de gran duelo entre los orientales (comp. con Job 2:12).

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