Apocalipsis 19:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Apocalipsis 19:11 | Comentario Bíblico Online

En esta porción, nos es presentada la Segunda Venida de Cristo (vv. Apo 19:11-16) y la batalla de Armagedón, donde el Señor derrota completamente a Sus enemigos de los últimos días, arrestando juntamente a los jefes de la rebelión final, el Anticristo y el Falso Profeta, los cuales son los primeros en ir (por cierto, vivos), ¡antes que el diablo!, al infierno (vv. Apo 19:17-21). Éste es uno de los pasajes más gráficos de la Biblia acerca de la Segunda Venida del Mesías. Merill C. Tenney dice que sigue el modelo de una procesión triunfal romana. Cuando un general regresaba de una campaña victoriosa, tenían una gran parada en la Vía Sacra, la principal calle de Roma, que conducía desde el Foro hasta el templo de Júpiter en el Capitolio. Montado en caballo blanco, el general iba al frente de las tropas, seguidas por los carros que transportaban el botín capturado a los enemigos, y por los prisioneros encadenados, que habrían de ser ejecutados o vendidos como esclavos en los mercados de la ciudad. Los jefes rebeldes eran conducidos a la Prisión Mamertina para ser ejecutados, mientras se ofrecían sacrificios de acción de gracias en el Templo.

Cualquiera puede ver ahora el contraste entre los versículos que vamos a estudiar y el arrebatamiento de la Iglesia, donde no hay evidencia de juicio sobre la tierra, sino encuentro con Cristo «en los aires», mientras que ahora viene con el designio específico de hacer juicio y establecer su justo reinado. Zac 14:3, Zac 14:4 nos lo dice así:

«Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se posarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está enfrente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur».

De acuerdo con esto, Cristo volverá al monte de los Olivos desde el que ascendió a los cielos (v. Hch 1:11). El momento será dramático al partirse en dos el monte, en prueba del poder y de la autoridad de Cristo. Hoy dicho monte tiene dos picos y entonces (como el Coloso de Rodas sobre la ciudad) Cristo pondrá un pie sobre cada uno hasta transformar el monte en un gran valle que se extenderá al este y al norte desde Jerusalén, y al sur hasta Jericó y el Jordán. Con Mat 24:27-31 (v. también Zac 12:10; Jua 19:37) como fondo, podemos estar seguros de que todos (creyentes e incrédulos) le verán. Se le compara al relámpago porque con su resplandor iluminará el cielo y la tierra, después que el sol habrá sido oscurecido, y la luna no dará luz, y caerán las estrellas, junto con los demás fenómenos aludidos en Mateo y en el propio Apocalipsis, fenómenos que acompañan a toda intervención sobrenatural extraordinaria de Dios.

1. Después de esta introducción, facilitada casi enteramente por el Dr. Walvoord, pasamos ya al análisis de la porción, empezando por los versículos Apo 19:11-16, que dicen así en la NVI:

«Vi el cielo, que estaba abierto, y ante mis ojos estaba un caballo blanco, y el que lo montaba se llama Fiel y Veraz. Con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos son como fuego llameante, y en su cabeza hay muchas coronas. Lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo Él. Está vestido de un manto teñido en sangre, y su nombre es el Verbo de Dios. Le seguían los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones. Él las regirá con un cetro de hierro. Y Él pisa el lagar de la furia de la cólera del Dios Todopoderoso. En su manto y sobre el muslo, lleva escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES».

(A) Estos seis versículos están dedicados a describirnos la persona y la figura del jinete que monta el caballo blanco y que, como ya dijimos en el comentario a 6:2, no debe confundirse con el que monta el caballo blanco que vemos allí. Juan vio primero el cielo ya abierto (el verbo está en participio de perfecto pasivo) y después vio salir del cielo un caballo blanco símbolo de victoria. Al jinete se le dan varios epítetos, aunque ninguno de ellos, ni todos juntos, pueden agotar la descripción exhaustiva de la personalidad de Jesús. Para que se vea claramente que el blanco no es aquí sólo símbolo de victoria, sino también de santidad (lo que no ocurre en Apo 6:2), se hace notar primeramente que el jinete se llama Fiel (en la misión que se le ha confiado v., por ej., Luc 19:10; 2Co 1:18-20) y Veraz (consecuente y constante en el cumplimiento de su misión); además, juzga y guerrea con justicia» (lit.): Justa es la causa que defiende, y justos son los medios que emplea para defenderla (comp. con Isa 11:4). El jinete de Apo 6:2 salió venciendo y para vencer, pero ahora el Rey de reyes y Señor de señores viene a triunfar sobre los blasfemos que han usurpado el control sobre el mundo.

(B) En el versículo Apo 19:12, se no dice que sus ojos son como llama de fuego (lit.), expresión que repite a la letra la de Apo 1:14 y, con pequeñas variantes, la de Apo 2:18. Significa que atraviesa los secretos del corazón y tiene poder para consumir como el fuego (comp. con Heb 12:29). En la cabeza de Jesús vio Juan muchas diademas, símbolo de soberanía total y universal; muchas más que las diademas del dragón y del Anticristo (v. Apo 12:3; Apo 13:1), pues le pertenecen todas (v. Apo 5:12, Apo 5:13), y más duraderas, pues son eternas; no perecen como las del dragón y las de su agente principal, el Anticristo. El que montaba el caballo blanco en Apo 6:2 era un jefe infame. El que monta este otro caballo blanco es el verdadero soberano de la humanidad. «A su presencia se derriten los montes y tiemblan las naciones» (Isa 64:1, Isa 64:2).

(C) Añade el texto sagrado (v. Apo 19:12) que «lleva escrito un nombre que nadie sabe sino sólo Él» (lit.). El verbo griego oíden, que es el que tenemos aquí, expresa un conocimiento obtenido por estudio o por experiencia sensorial (no dice guinóskei, conoce). Comenta S. Bartina (ob. cit., pág. 809): «No se dice que no se pueda leer el nombre del jinete, sino que no se puede comprender. Su sentido profundo queda impenetrable, como lleno de misterios (Mat 11:27; Jua 8:55)». Es muy probable, como sugiere el mismo autor, que ese nombre sea, como se dice a continuación (v. Apo 19:13), «el Verbo de Dios» (comp. con Jua 1:14). Según H. A. Ironside, el sentido de cada uno de los tres nombres es como sigue: (a) El nombre que sólo Él conoce indica la gloria eterna del Hijo, al que solamente el Padre conoce; (b) el Verbo de Dios alude a su Encarnación (Jua 1:1, Jua 1:14, Jua 1:18); (c) el Rey de reyes y Señor de señores alude a su Segunda Venida.

(D) El jinete lleva (v. Apo 19:13) un manto (gr. himátion, ¡la clámide del general romano!) salpicado de sangre (lit.), no de la suya propia, sino de la de sus enemigos, como en Isa 63:1-3. Aunque muchos MSS dicen teñido o bañado (gr. bebamménon), merece mayor aceptación la lectura rerantisménon, rociado, salpicado, que no sólo cuadra mejor con el lugar paralelo de Isa 63:3, sino también con lo que ocurre en un batalla como ésta. Aunque es posible que esta circunstancia aluda a «otras luchas y otras victorias de este jefe militar» (Bartina), mi opinión es que, como en Apo 14:20, alude a la batalla de Armagedón, que va a ser descrita en los versículos Apo 19:17-21 y que ya fue mencionada en Apo 16:16. En la segunda parte del versículo Apo 19:13 se dice literalmente que «ha sido llamado su nombre el Verbo de Dios». El uso del perfecto medio-pasivo del verbo griego kaléo, llamar, indica que ese nombre lo lleva «desde siempre», como traduce Bartina.

(E) El versículo Apo 19:14 nos presenta a continuación, siguiendo al jinete del caballo blanco, y montados también en caballos blancos, a los ejércitos celestiales (v. Apo 17:14), compuestos probablemente de hombres, no de ángeles. Dice Bartina (ob. cit., pág. 810): «Siendo las dos bestias humanas, parece que es más conveniente que sean vencidas por humanos. Al dragón le encadenará un ángel, como se dirá expresamente (Apo 20:1-3)». El atuendo lo confirma también, a la vista del contexto anterior: «vestidos de lino blanco puro» (lit. Comp. con el v. Apo 19:8). No obstante, un contexto más general de las Escrituras parece exigir que, con Jesús en delegación y autoridad de Jehová Tsebaoth, los ejércitos celestes habrían de comprender también a los ángeles (v. Mat 16:27; Mat 25:31).

(F) El versículo Apo 19:15 consta de tres frases que describen el estilo bélico del jinete que actúa como general en jefe de los ejércitos celestes: (a) «De su boca sale una espada afilada (lit. aguda) para herir con ella a las naciones» (v. el v. Apo 19:21, así como Apo 1:16; Apo 2:16, dependiendo de Isa 11:4). Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.707): «La espada simboliza el poder irresistible de su palabra de juicio y de gracia». No es aquí la mákhaira o espada corta, como machete o daga, de Efe 6:17 y Heb 4:12, sino la rhomphaía o espada larga, para combatir a campo abierto contra el enemigo, y siempre de doble filo. (b) «Él las regirá con un cetro de hierro» (comp. con Apo 2:27; Apo 12:5; Sal 2:9; Isa 11:4 en este último lugar dice: «herirá la tierra con la vara de su boca» ). (c) «Y Él pisa el lagar de la furia de la cólera del Dios Todopoderoso» (v. Apo 14:19, Apo 14:20, de Isa 63:2-6, como ya hemos mencionado en el comentario al v. 13). Es ya tarde para esperar misericordia. Cuando la gracia ha sido rechazada, el juicio divino se torna inflexible e irrevocable.

(G) La descripción del jinete del versículos Apo 19:11 termina aquí (v. Apo 19:16) con la frase: «En su manto y sobre su muslo (gr. merón) lleva escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES». Dice Newell (ob. cit, pág. 311): «El mismo Fuerte de Jacob (Sal 132:2, Sal 132:5 el paréntesis es mío ), que viene llevando escrito sobre el muslo REY DE REYES, en aquel Gran día de Ira, para establecer Su reino, es el que le tocó a Jacob en el muslo la noche en que luchó con Él (Gén 32:1-32), quitándole la fuerza carnal: Pues por la fuerza, ningún hombre prevalecerá; El poder pertenece a Dios». Dios (y, por tanto, el Hijo de Dios) no es solamente Amor (1Jn 4:8, 1Jn 4:16). En el vestido del jinete brilla la Santidad, y en el muslo la Potencia. Con su título de «Rey de reyes y Señor de señores» (que ya salió en Apo 17:14 del revés: «Señor de señores y rey de reyes» el sentido es el mismo ), la rebelión contra Dios y contra su Ungido (Sal 2:1-4) va a ser totalmente destruida. ¡Cómo se aprecia ahora la intimación del mismo Sal 2:10-12, a fin de llegar a tiempo a la bendición que obtienen los que creen en Él! Hemos dejado para final del comentario a esta porción una observación de Bruce. Aunque todos los MSS leen, en el versículo Apo 19:16, merón, muslo, dice el mencionado autor (ob. cit., pág. 1.707): «En el supuesto de que en el griego de Juan pueda subyacer un original semita, se ha conjeturado que el hebreo o arameo réguel (pierna) ha sustituido inadvertidamente a un original déguel (bandera o estandarte)».

2. Pasamos ya a los versículos Apo 19:17-21, donde vemos el resultado de la batalla de Armagedón; no se habla de la batalla misma, sino de la derrota de los enemigos tan pronto como se han puesto en línea de combate contra el jinete celestial y los suyos. Dicen así en la NVI:

«Y vi un ángel de pie sobre el sol, que gritaba con voz poderosa a todas las aves que vuelan en el cenit del firmamento: Venid y reuníos para el gran festín de Dios, para que comáis la carne de reyes, de generales y potentados, de caballos y de sus jinetes, y la carne de toda clase de gente, de libres y esclavos, de pequeños y grandes . Entonces vi a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos, reunidos para hacer la guerra contra el jinete del caballo y contra su ejército. Pero fue capturada la Bestia y, con ella, el falso profeta que había realizado las señales milagrosas de su parte. Con estas señales, había embaucado (gr. eplánesen, engañó, extravió) a los que habían recibido la marca de la Bestia y adorado su estatua. Ellos dos (la Bestia y el falso profeta) fueron arrojados vivos al lago de fuego de azufre ardiente. Los restantes fueron matados por la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se hartaron de sus carnes».

(A) Después de la visión del Señor Jesucristo viniendo como general en jefe de las huestes celestiales, Juan ve un ángel de pie sobre el sol, frase que es explicada de muy diversas maneras por los autores. Mientras Walvoord opina que «la imagen es de una luz brillante que habla de la gloria de Dios», Bartina sostiene que el ángel se colocaba sobre el sol, «para que el astro en su marcha le llevara sobre la tierra (Sal 19:7)». Bruce, por su parte, piensa que el sol ofrece al ángel «un buen punto de vista, desde el que pueda ser oído por todas las aves del aire». Desde un punto de vista excesivamente literalista, hay quienes insisten que la frase indica que el ángel brillaba más que el sol, mientras que su naturaleza espiritual le libra de sufrir daño del tremendo calor del sol (comp. con Sal 19:6). No parece que la frase indique que el ángel estaba revestido de un extraordinario brillo, como para oscurecer al mismo sol. Personalmente me inclino por la interpretación de Bruce, pues es la más natural y la menos expuesta a fantasías sin base.

(B) El ángel tiene voz grande (lit.). Siete veces se repite en este libro la expresión «a gran voz» (Apo 6:10; Apo 7:2, Apo 7:10; Apo 10:3; Apo 14:15; Apo 18:2 y aquí). El ángel necesita, en verdad, una voz muy potente para que le oigan todas las aves desde los cuatro puntos cardinales. La mención misma de la «gran voz» indica que estamos ante algo importante e inminente. Por su parte, las aves vuelan, como en otras ocasiones ellas mismas o los ángeles, en lo más alto del firmamento, para mejor acechar la presa. El ángel invita a las aves a un gran banquete (gr. deípnon, el mismo vocablo del v. Apo 19:9), que contrasta grandemente con el banquete de las bodas del Cordero. La imaginería está tomada de Eze 39:17-20, donde las aves de presa y las fieras del campo son invitadas, de acuerdo con el contexto anterior, a contribuir a la tarea de limpiar la tierra de cadáveres, para proteger de la peste a los sobrevivientes. El ángel llama a este banquete «el gran festín de Dios» (NVI). Dice Bartina (ob. cit., pág. 812): «Le llama de Dios por la causa que actualmente se ventila; pero quizás sería más justo ver en estas palabras, como otras veces, un superlativo máximo. Porque es la batalla decisiva». ¿Y por qué no por ser el festín que Dios mismo ha preparado?

(C) El ángel está tan seguro de la victoria de Cristo sobre sus enemigos, que invita (v. Apo 19:18) a todas las aves al banquete que les van a proporcionar los cadáveres de los caballos y de los jinetes de todas clases («libres y siervos ciudadanos y esclavos , pequeños y grandes según su posición social» ), especificando a los profesionales de la guerra («reyes … generales … guerreros avezados»). Dice Walvoord: «El juicio divino sobre los malvados no tiene acepción de personas ni de posiciones, y es el gran igualador de todos» (ob. cit., pág. 279). En efecto, todos (incluso los caballos) quedan igualados en la ruina común, como en Eze 39:17-20, aunque en Ezequiel el primer plano alude a la invasión de Israel por los enemigos del norte, mientras que aquí Dios pelea contra los ejércitos del mundo entero. Como dice el mismo autor, en el mismo lugar, el verdadero paralelo de Apo 19:17-19 se halla en Mat 24:28; y hace notar que, en buena hermenéutica, «semejanza no equivale necesariamente a identidad, mas siempre que vemos aves de presa, hay muerte».

(D) Esto es sólo el preludio de la destrucción de la Bestia y los suyos. Juan los ve a todos ellos, con sus ejércitos, preparados a guerrear contra Cristo y Sus huestes celestiales. La Bestia es la de Apo 13:1-10, y los reyes son los diez reyes de la gran confederación europea y todos los demás que ayudarán a la Bestia en la batalla final. Aunque hayan tenido graves tensiones y aun batallas entre sí antes de la Segunda Venida de Cristo, ahora olvidarán sus diferencias (como lo hicieron un día Pilato y Herodes) para batallar contra el Rey de reyes y Señor de señores. Como en el caso de la caída de Roma (cap. Apo 18:1-24), no se describe la batalla misma, sino el resultado. Es de tener en cuenta que la guerra se lleva a cabo, no por el poder de las huestes celestiales de Jesucristo, sino por el poder de Su palabra todopoderosa, simbolizada en la espada aguda (vv. Apo 19:15, Apo 19:21) que sale de Su boca y cuya naturaleza, distinta de la mákhaira de Efe 6:17; Heb 4:12, ya hemos explicado anteriormente.

(E) Para localizar la batalla, basta con ver el lugar paralelo de Apo 16:14, Apo 16:16. Allí vemos que la batalla se libra en Armagedón (gr. Harmaguedón), es decir, «la meseta (hebr. ar) de Meguiddó», también llamada «llanura de Jezreel o de Esdrelón». Allí fue donde Barac luchó contra los cananeos (Jue 4:5), cuando hasta las estrellas pelearon desde sus órbitas; allí también derrotó Gedeón a los madianitas (Jue 7:1-25). Allí murió Josías a manos del Faraón Necao o Neco (2Re 23:29). Siglos más tarde, en el año 1187 de nuestra era, fueron muertos allí, a manos del sultán Saladino, muchos de los soldados de los pertenecientes a las llamadas «Cruzadas». En 1917, el general inglés Allenby triunfó allí sobre los turcos. Para más información véase W. Smith (ob. cit., págs. 1.518, 1.519).

(F) La mortandad de los enemigos ha sido mencionada proféticamente en la llamada del ángel a las aves del cielo (vv. Apo 19:17, Apo 19:18), pero ya en el versículo Apo 19:19 se pone de relieve el papel principal que en esta guerra juega la bestia, es decir, el Anticristo. Por ello, el énfasis del victorioso resultado de la batalla se pone en la captura del Anticristo y de su falso profeta. En el versículo Apo 19:20, donde se nos refiere dicha captura, se dan detalles de la principal actividad que el falso profeta había puesto en juego a favor de la causa del Anticristo: los falsos milagros con que había embaucado a cuantos llevaban la marca de la bestia. Ambos personajes nos son bien conocidos por la información que nos da el capítulo Apo 13:1-18.

(G) Uno de los datos más interesantes de esta porción es que tanto el Anticristo como el falso profeta son los primeros en ir al infierno (v. Apo 19:20) a pesar de que el infierno fue creado para el diablo y sus ángeles (Mat 25:41). Cuando el diablo sea arrojado allá (Apo 20:10), el Anticristo y el falso profeta habrán pasado ya en el infierno más de mil años. La expresión «lago de fuego de azufre ardiente» (v. Apo 19:20. NVI) es exclusiva del Apocalipsis, donde ocurre cinco veces (aquí y en Apo 20:10, Apo 20:14, Apo 20:15; Apo 21:8), aunque con ligeras variantes. Equivale a la guénna de los evangelios (v. por ej. Mat 10:28), la cual, a su vez, equivale al «fuego eterno» de Mat 25:41.

(H) El Anticristo y su falso profeta son arrojados vivos (sin más juicio) al infierno. De los restantes combatientes de la gran batalla, pertenecientes a las huestes del Anticristo, únicamente se nos dice (v. Apo 19:21) que fueron matados por la espada de Cristo y que todas las aves se hartaron de sus carnes. Éstos descendieron muertos al sepulcro para acudir, unos mil años después, al Juicio Final ante el Gran Trono Blanco (Apo 20:11.), antes de ser arrojados igualmente al infierno (Apo 20:15; Apo 21:8). Ya hemos dicho que la espada que sale de la boca de Cristo es Su palabra. Esta palabra es como espada de dos filos, pues puede ser palabra de gracia para unos y palabra de juicio contra otros. Con esta observación por delante, podrá entenderse mejor lo que a este respecto dice Bruce (ob. cit., pág. 1.707):

De punta a cabo, Apocalipsis es el libro del triunfo de Cristo. No fue con armas materiales, sino con el poder del Evangelio, como conquistó Cristo el pagano Imperio Romano; con el mismo poder ha continuado conquistando a lo largo de la historia y conquistará hasta el fin. La analogía de la Escritura descarta la idea de que Cristo, después de haber conquistado así durante las precedentes épocas, vaya a cambiar de armas para el final conflicto y recurra a las que Él rechazó el día de la tentación en el desierto.

(I) Después de una porción tan solemne, no queremos (ni debemos) pasar más adelante sin antes hacer algunas reflexiones devocionales, que pido prestadas a la pluma de J. Walvoord (ob. cit., pág. 281):

La Palabra de Dios deja bien claro que Dios amó de tal manera al mundo que dio a su Hijo, y que todos cuantos se apropian la gracia de Dios serán bendecidos inmensamente en el tiempo y en la eternidad. Por otra parte, la misma Palabra de Dios afirma claramente que los que desprecian la misericordia de Dios han de experimentar Su juicio sin misericor|dia. Qué locura es descansar en las porciones de la Palabra de Dios que hablan del amor de Dios, y rechazar las porciones que tratan de Su justo juicio. La presente época revela la gracia de Dios y el juicio suspendido. La época venidera, aunque continuará siendo revelación de la gracia de Dios, ofrecerá evidencia contundente de que Dios trae a juicio toda obra malvada, y que los que desprecian Su gracia han de experimentar Su ira.

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