Apocalipsis 2:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Apocalipsis 2:18 | Comentario Bíblico Online

Sigue ahora la carta del Señor a la iglesia de Tiatira. Es el mensaje más largo (12 versículos) a la lugareña villa de Tiatira, hoy Akhisar, con unos 35.000 habitantes (censo antiguo). En realidad, es una carta doble: la primera parte (vv. Apo 2:18-23) está dirigida principalmente a propósito de «Jezabel»; la segunda (vv. Apo 2:24-29) tiene que ver con la comunidad entera, aunque las dos partes se superponen o entremezclan. En la segunda parte, no aparece ya ninguna reprensión. A partir de esta cuarta carta, los dos últimos elementos (promesa especial y estribillo) se invierten, y aparece en último lugar lo de «El que tenga oídos …».

1. Tiatira, que significa «actividad sacrificial», representa, para los sostenedores del nivel vertical histórico, el error en que cayó la Iglesia en este período (años 500 1500), al ignorar paulatinamente el hecho de que el sacrificio de Cristo en la Cruz era suficiente para perdonar los pecados (Heb 10:12) y convertir la Cena del Señor en un sacrificio con altar y casta especial de sacerdotes. En cuanto a la ciudad misma, los siguientes detalles pueden resultar interesantes:

(A) Está situada a 65 km al sureste de Pérgamo (comienza a cerrarse hacia abajo la herradura), entre los valles del Caico y del Hermo, y está abierta a una fertilísima llanura, cosa rara en las ciudades antiguas, que solían edificarse en alturas, a fin de defenderse mejor del enemigo que pretendiese asaltarlas. Fue fundada por Seleuco I Nicanor (355 280 a. de C.), uno de los cuatro generales de Alejandro Magno, entre los cuales repartió éste sus dominios antes de morir. Seleuco la pobló con soldados de Alejandro Magno y sus familias. Cayó en poder de Roma el año 190 a. de C.

(B) Era célebre por su comercio, sus hilaturas de lana y sus tintorerías. De allí era Lidia, la vendedora de púrpura de Hch 16:4, convertida al Señor por ministerio de Pablo. Las corporaciones de obreros y los gremios de industriales absorbían la vida comunal de la ciudad. Los gremios, como en otras partes, tenían sus dioses tutelares. Los habitantes de Tiatira tenían según Plinio mala fama, gente deshonrada.

(C) Había allí un templo erigido al dios Apolo, otro a Artemisa (la Diana latina, como en Éfeso), así como el famoso peribolé (recinto), residencia de la sibila oriental Sambata. No cabe duda de que esto fomentaba, además de la idolatría y de la superstición comunes a todo el Imperio, el ocultismo y el satanismo. «La vida religiosa dice Bartina (ob. cit., pág. 652) pagana se centraba en cultos y banquetes idolátricos.» Más aún, el que comía en esos festivales tomaba el alimento como un regalo del dios correspondiente al gremio respectivo. Por tanto, la difícil posición del creyente se debía a la alternativa entre el compromiso de cumplir con sus obligaciones gremiales paganas y las exigencias de su fe cristiana. El que se mantenía fiel arriesgaba su empleo, su prestigio, su vida misma.

2. A esta iglesia se presenta Cristo (v. Apo 2:18), en primer lugar, como «el Hijo de Dios», único lugar del Apocalipsis en que se afirma de modo explícito la filiación divina de Jesús, aunque ya encontramos epítetos equivalentes en Apo 1:6; Apo 2:27; Apo 3:5, Apo 3:21; Apo 14:1.

3. «El que tiene los ojos como llama de fuego» (v. Apo 2:18) es una expresión que encontramos ya en Apo 1:14. Los antiguos creían que, para gozar de una visión perfecta, se requería, además de la luz exterior, otra luz emanada del interior de la persona. Así pensaba Platón y, por eso, propuso su alegoría de la caverna, desde cuyo fondo ven los mortales pasar, cual sombras, las realidades de este mundo, hasta que, libres de este cuerpo opaco, material, vean la realidad como la ven los ojos de Dios. Agustín de Hipona pensaba del mismo modo. En este contexto cultural, era fácil para un habitante de Tiatira comprender mejor el sentido de la frase: Los ojos de Cristo, con su luz divina, omnisciente, penetran en el interior de las almas y de los corazones, sin que se les escape en la sombra el pecado más secreto (v. Apo 2:23).

4. Los «pies semejantes al bronce bruñido» (v. Apo 2:18) son, como en Apo 1:15, para pisotear y triturar a sus enemigos, como si triturara vasos de alfarero (v. Apo 2:27, comp. con Sal 2:9 y hasta con Isa 63:3). Muchos autores opinan que, al aparecer fluido el estado del bronce, tanto aquí como en Apo 1:15, esta transparencia y luminosidad del ámbar o azófar podría simbolizar el camino luminoso, de naturaleza espiritual totalmente pura, de los pies de Cristo. Lo primero parece estar más en consonancia con la alusión al Sal 2:1-12, más bien que lo último. Es un gran consuelo para un creyente saber que tiene un Señor que todo lo ve y todo lo puede. También entraña una advertencia saludable. Dice Grau (ob. cit., pág. 113): «Lo que tú y yo no hemos contado a nadie, Cristo lo sabe!» Sí, y también conoce «las profundidades de Satanás» (v. Apo 2:24).

5. A pesar del reproche que viene en el versículo Apo 2:20 (y precisamente por ello), la alabanza que se contiene en el v. Apo 2:19 es espléndida; se mencionan muchas y grandes virtudes: (A) «Las obras» (gr. ta érga), excelentes, por los motivos que las informaban; (B) «El amor» (gr. agápen), un amor activo, distintivo del verdadero discípulo de Cristo (Jua 13:35) y bien ejercitado en obras de misericordia y beneficencia; (C) «La fe» (gr. pístin), no como medio de salvación, sino como fidelidad, lealtad constante al Señor, como fruto de una comunión íntima con Él; (D) «El servicio» (gr. diakonían), del cual dice Grau (ob. cit., págs. 114, 115): «¿Qué es sino el amor en acción? Servicio es más que trabajo, servir representa algo más que el simple hacer. Requiere comprensión, ternura, disponibilidad, atención, etc., y no simple actividad. Campbell Morgan decía que

hacer mucho sin amor no es servicio, sino vanagloria;

hacer lo que nos gusta, no lo que necesita el prójimo, no es servicio, sino vanidad;

estar dispuesto a dar un banquete, pero no un vaso de agua fresca, no es servicio, sino soberbia».

(E) Finalmente, «la paciencia» (todas las virtudes llevan artículo en el original, y van referidas al gr. sou tu que va al final de todas), en sentido de aguante (gr. hupomonén), como una fuerza especial que la caridad, el amor de arriba (v. el comentario a 1Jn 3:1), da para sufrir con santa resignación (comp. con 1Co 13:7 «todo lo soporta»). No es simplemente constancia, sino un espíritu de perseverancia alegre y de paz activa, que se mantiene firme en medio de las dificultades. «Alguien ha dicho comenta Grau (ob. cit., pág. 115) que es la capacidad de estar tranquilo, o quieto, en medio de la tempestad. Si la fidelidad es la fe en acción, la paciencia es la condición del carácter que resulta de ella; es la expresión de la lealtad. ¿No será también esta paciencia de que se habla aquí, la paz de espíritu y de corazón en medio de las fatigas de la vida?» Además, todas estas virtudes iban en aumento, al revés que en Éfeso.

6. A continuación viene el reproche (v. Apo 2:20): «Pero tengo unas pocas cosas contra ti». Es la misma frase del versículo Apo 2:14. A mayores alabanzas, más duro reproche. Se tolera (gr. eás), o se permite (gr. apheís) según se siga la lectura de un grupo de MSS o de otro , la presencia de un foco de corrupción dentro de la iglesia: «Toleras a esa mujer Jezabel, que se llama a sí misma profetisa» (NVI). Cierto número, no despreciable, de MSS dicen «tu mujer», pero está mucho mejor atestiguada la lectura «esa (lit. la) mujer».

(A) Comencemos por afirmar que se trata de un nombre simbólico, ya que ningún judío habría puesto semejante nombre a una hija suya, y no era presumible que un pagano griego lo hiciese. Basta con recordar la historia funesta de la impía mujer de Acab, rey de Israel (v. 1Re 16:31; 1Re 18:4; 1Re 19:2, 1Re 19:21; 1Re 21:25; 2Re 9:22, 2Re 9:30-37), para calibrar la maldad de la seudoprofetisa a la que se refiere el presente versículo. Jezabel, hija del rey de Sidón, Etbaal, fue la que indujo a su marido Acab a la idolatría, la injusticia y la corrupción; la que introdujo en Israel el culto a Astarté (la Venus de Fenicia y Siria), a Baal y a otras deidades falsas, y lo hizo con carácter oficial y el apoyo del Estado, de aquel Estado heredado de David y típicamente teocrático.

(B) Como observa Barchuk, su influencia era mucho más nefasta que la de Balaam, «porque Balaam podía solamente aconsejar, mientras que ésta podía ordenar también, como quien tiene autoridad». Es significativo que su propio nombre según el mismo autor quiera decir «deshonesta, perjura». Ella era la inductora de todo mal y la perseguidora de los verdaderos profetas (v. 1Re 16:31; 1Re 18:4, 1Re 18:13, 1Re 18:19; 2Re 9:22). Como observa Grau (ob. cit., pág. 117), «Jezabel representa el maridaje idolatría-Estado, así como la simbiosis profetismo-laxitud moral (1Re 16:31; 2Re 9:22-30)».

(C) Pero veamos ya las actividades de esta otra «Jezabel» de Tiatira: «Se llama a sí misma profetisa» (NVI). Es cierto que hallamos verdaderas profetisas en la primitiva Iglesia (v. Hch 21:9), pero ésta, aunque se llama así, no lo es, puesto que (v. Apo 2:20), «con su doctrina extravía a mis siervos hacia la inmoralidad sexual y a comer de lo inmolado a los ídolos» (NVI). Arrogándose una didakhé (gr. didáskei, en presente continuo) o enseñanza que no le pertenece, es una falsa profetisa y una falsa maestra, que abusa de su gran ascendiente social así parece ser para hacer errar (gr. planá, también en presente), nada menos que dentro de la propia congregación, a los creyentes de la modesta, pero excelente, comunidad cristiana de Tiatira. Se trata, no cabe duda, de errores prácticos (y, por ello, más temibles), más bien que doctrinales, aunque no se descartan éstos. Incitaría a los creyentes a asistir a los festivales idolátricos y a conocer «las profundidades de Satanás» (v. Apo 2:24), con el señuelo de enterarse bien de la gnosis ocultista y experimentar la «luz pura del espíritu», para mejor vencer el pecado; podrán hacerlo diría ella sin dejar de ser cristianos; más aún, para ser mejores y más sabios cristianos.

(D) A esto se añade su endurecimiento, pues continúa diciendo el Señor (v. Apo 2:21): «Yo le he dado tiempo para que se arrepienta de su inmoralidad, pero no quiere arrepentirse» (NVI). En este versículo aparece la infinita longanimidad y misericordia del Señor, que le sigue dando tiempo para que se arrepienta (comp. con Rom 2:4, Rom 2:5). Tres veces sale aquí el verbo arrepentirse (gr. metanoeín) entre este versículo y el siguiente. «Pero no quiere arrepentirse.» También la otra Jezabel, aquel monstruo de iniquidad, tuvo su oportunidad, pero hizo caso omiso de todas las advertencias. Esta Jezabel se sentía «profetisa», con hilo directo hasta el Espíritu Santo; ¿por qué asustarse ante las advertencias de un viejo exiliado como Juan?

(E) La cosa era muy grave; la astucia, muy sutil: Jezabel (y sus seguidores) olvidaban la distinción entre comunicación y comunión con los paganos, entre comprar o comer viandas sacrificadas a los ídolos y participar en los banquetes idolátricos (v. 1Co 8:10). Y, lo que es peor, inducía a los creyentes a la relajación moral y a la idolatría. Dichos banquetes cúlticos terminaban, a menudo, en abiertas bacanales. El antinomianismo gnóstico encontraba así su expresión práctica. No estamos hoy inmunizados contra peligros similares. Quizá no digamos como los gnósticos: «Lo que hago con mi cuerpo no afecta a mi espíritu». También hubo quienes sacaban consecuencias falsas de un principio legítimo: «Ya no vivimos bajo la Ley, sino bajo la gracia» (v. Rom 6:15). Y muchos que profesan la fe cristiana dicen hoy en día (o, al menos, obran como si lo dijeran): «El negocio, la vida social, la política, las diversiones, etc., no tienen nada que ver con mi fe cristiana». ¡NO OLVIDEMOS QUE SOMOS SAL Y LUZ DEL MUNDO!

7. En vista de la impenitencia de Jezabel, la falsa profetisa de Tiatira, el Señor amenaza (vv. Apo 2:22, Apo 2:23) con graves castigos:

(A) «Así que voy a postrarla (v. Apo 2:22) en un lecho de dolor» (NVI). El castigo es justo y apropiado al pecado, puesto que esta seudoprofetisa incitaba a los creyentes de Tiatira a tenderse en el lecho de los banquetes idolátricos, según la costumbre de entonces (el triclinium de los romanos v. Jua 2:8 arkhitriklino, el jefe del triclinium ), y también en el lecho del adulterio. En pena de tal pecado, el Señor «la arroja (presente incoativo) a la cama» (lit.), donde tendrá enfermedad, dolor, sufrimiento.

(B) Sus seguidores tendrán (v. Apo 2:22) «gran tribulación», semejante a la de ella. Por Éxo 21:18; Jue 8:3, etc., vemos que «caer en un lecho» (hebr. nafal lemiskab) es sinónimo de enfermar gravemente «… si no se arrepienten». Nuevamente vemos que el Señor ofrece hasta el último momento la oportunidad de arrepentirse. Este acento de gracia y de misericordia se halla a lo largo de todo el Apocalipsis, hasta el final (v. Apo 22:17 como si Dios mismo, antes de cerrar para siempre las puertas de la Nueva Jerusalén, saliese a lanzar un último pregón de gracia).

(C) Los propios hijos naturales de Jezabel (v. Apo 2:23) serán heridos de muerte por el Señor (recuérdese la muerte del hijo ilegítimo de David y Betsabé 2Sa 12:18 ), como le pasó a la descendencia de la otra Jezabel (v. 1Re 21:21; 2Re 10:7). Quizás se refiera a los hijos «espirituales» de esta Jezabel. El original dice: «mataré con muerte», hebraísmo con el que suele designarse una muerte terrible, «pestilencial», como la de Eze 33:27, y colectiva. Con todo, se trata de un castigo correctivo y admonitorio: «y todas las iglesias sabrán …».

(D) Este juicio del Señor debe ser un ejemplo y un aviso para todas las iglesias: comprenderán lo que significa comportarse vilmente a los ojos del que (v. Apo 2:23) «escudriña los riñones y el corazón» (lit.). Los riñones, en la mentalidad hebrea, eran la sede de las emociones, de los sentimientos profundos, de los afectos ocultos, mientras que el corazón era la sede de los pensamientos que rigen la conducta, de los planes deliberados, de los deseos voluntarios, aunque no siempre plenamente conscientes (v. Jer 17:9). Todas estas cosas podrán estar ocultas a los ojos de los hombres, pero no pueden pasar desapercibidas para «el que tiene los ojos como llamas de fuego» (v. Apo 2:18, lit.), el cual penetra hasta lo profundo del hombre entero, con sus proyectos, quereres, deseos, intereses, motivos y responsabilidades. Dice Dios en Jer 17:10: «Yo, Jehová, que escudriño los riñones, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras». El final del versículo Apo 2:23 alude, en efecto, explícitamente al pasaje de Jeremías, y muestra también que el Señor se dirige personalmente a cada uno de los miembros de cada congregación (v. también Rom 8:27; 1Ts 2:5).

8. El Señor vuelve luego (vv. Apo 2:24, Apo 2:25) a dirigirse a la parte buena de la congregación: «Y ahora os digo al resto de los que estáis en Tiatira, a los que no seguís la doctrina de ella y no habéis aprendido los profundos secretos, como dicen ellos, de Satanás (no os impondré ninguna otra carga): Solamente que os atengáis a lo que tenéis, hasta que yo vaya» (NVI).

(A) El original habla de «las profundidades (gr. ta bathéa) de Satanás» (lit.), según las llamaban ellos. Se trata, sin duda, de los misterios reservados a los iniciados en el ocultismo de la «gnosis». Eran secretos que, al fin y al cabo, implicaban una rotunda emancipación de la moral cristiana, según el principio gnóstico: «todo es lícito a los perfectos». Los errores doctrinales del gnosticismo comportaban, en la práctica, libertinaje moral, independencia de toda autoridad y hasta ribetes de falso misticismo, mezclado con pretensiones proféticas.

(B) Con todo ello, el diablo «ganaba ventaja» (2Co 2:11. V. también 1Co 10:20-22) por ignorar sus maquinaciones; y eso, no desde el mundo exterior, sino desde dentro de la iglesia. Dice Grau (ob. cit., pág. 122): «En el mensaje dirigido a Esmirna, el diablo operaba desde la sinagoga (v. Apo 2:9). En el mensaje dirigido a Pérgamo, se advierte que el diablo tiene su trono en el templo de Esculapio (v. Apo 2:13), la divinidad pagana. Ahora, en Tiatira, el caso es más grave: el diablo había establecido su base de operaciones dentro de la misma iglesia».

(C) Jesús no impone otra carga por el hecho de prohibir el conocimiento de las llamadas «profundidades de Satanás». Es como si repitiese aquello de Mat 11:30 «mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (comp. con 1Jn 5:3), mientras que los seguidores de Jezabel tenían por yugo insoportable a juzgar por su conducta las enseñanzas evangélicas.

(D) «Solamente que os atengáis a lo que tenéis, hasta que yo vaya» (v. Apo 2:25. NVI), agrega el Señor. Ésta es la única carga que impone (comp. con Apo 3:11, semejante en el fondo, y recuérdese la decisión del sínodo de Jerusalén Hch 15:28, Hch 15:29 ). Dice el original: «Lo que tenéis (gr. ékhete, en presente), lo que ya poseéis, retenedlo (gr. kratésate, en aoristo de imperativo), agarradlo con fuerza, para que nadie os lo arrebate. Aquí está incluido todo el conjunto doctrinal revelado, así como las promesas, las esperanzas y los privilegios que comporta la condición cristiana. Dice Grau (ob. cit., pág. 123): «Es doctrina y vida, dogma y vivencia. Todo esto conviene que lo retengamos siempre, hasta que el Señor venga a buscarnos».

9. Llega ya la promesa (vv. Apo 2:26-28) para «el que vence y el que guarda mis obras hasta el fin», es decir, al que vence las tentaciones que la impía Jezabel presenta y al que hace con perseverancia las obras que agradan al Señor. Por eso, los dos verbos están en presente continuo. Lo que Cristo le promete son dos grandes privilegios:

(A) «Autoridad (exousían) sobre las naciones» (v. Apo 2:26), de parte del Soberano Señor de la Iglesia, que se pasea entre los siete candelabros (Apo 1:20). También él vencerá al mundo (1Jn 5:4, 1Jn 5:5) y al demonio (1Jn 2:14; 1Jn 5:18); sin olvidar, como dice Grau (ob. cit., pág. 123), que «la vida cristiana no es una batalla, sino una campaña». El versículo Apo 2:27 detalla la forma en que el vencedor ejercerá tal autoridad: «Él las regirá con cetro de hierro y las hará añicos como cacharros de barro; de la misma manera que yo he recibido potestad de mi Padre» (NVI). Analicemos este versículo:

(a) El versículo anterior extendía a los creyentes fieles de Tiatira el privilegio concedido a Cristo en el Sal 2:8. El presente versículo les aplica el versículo Apo 2:9 del mismo salmo, pero con una variante. El verbo hebreo rahah puede significar, con una pequeña variante, regir o pastorear, por una parte (v. Sal 23:1 «mi pastor»; hebr. roí); por otra, destruir o quebrantar. Los LXX lo vertieron por poimánein, pastorear (como en Jua 21:16), y de ahí toma Juan el verbo aquí. Sin embargo, el hebreo dice «quebrantarás», como puede verse en nuestra Reina-Valera.

(b) Ya desde Homero (siglo IX u VIII a. de C.), los reyes eran llamados poiménes laón, «pastores de pueblos»; en cierto modo, los dos significados vienen a unirse aquí, lo mismo que en Sal 2:9, puesto que «pastorear con vara de hierro» equivale, como observa Grau (ob. cit., pág. 124), a «pastorear con firmeza». Esta expresión cuadra magníficamente con el modo en que Cristo ejercerá su oficio regio durante el Milenio; el reino mesiánico milenario será un reino, y un reinado, en el que los súbditos obedecerán puntualmente las órdenes del Rey, de grado o por la fuerza.

(c) La frase vuelve a salir en Apo 12:5 y Apo 19:15, lo que confirma la datación de tal gobierno durante el Milenio. Entonces será cuando los que tomaron parte en la primera resurrección (v. Mat 19:28 y comp. con Apo 20:4, Apo 20:6) participarán, de lleno, del poder regio de Cristo, lo mismo que del judicial, aunque ya desde ahora los ejercen los creyentes dentro de la Iglesia (1Co 6:2; 1Pe 2:9).

(d) Es cierto que esta autoridad se le concede al creyente fiel para el futuro. Pero, ya desde ahora, se siente seguro en las manos del Padre, quien controla todos los acontecimientos, prósperos y adversos, para bien de los que le aman (Rom 8:28). Si estamos fuertemente unidos a Jesús, nada ni nadie podrá hacernos daño (v. 1Pe 3:13), como no pudieron contra los fieles de Tiatira las autoridades o gremios locales ni la tiranía imperial, por mucho que se esforzasen en arrebatarles la fe. Y, tras del séptimo toque de trompeta, se oirá desde el cielo una voz que dirá: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (Apo 11:15). En Apo 3:21 hallamos cierta similitud con esta promesa. Lo de «las hará añicos como cacharros de barro» (NVI) lo entenderían bien los alfareros de Tiatira.

(B) La segunda promesa es (v. Apo 2:28): «También le daré el lucero de la mañana» (NVI). Esta segunda promesa indica asimismo una participación en la gloria del Señor resucitado. Es un don igualmente escatológico que, como en 1Co 15:41., implica las dotes gloriosas del cuerpo del creyente tras de la primera resurrección (comp. con Apo 1:16; Apo 22:16). La misma frase ocurre en 2Pe 1:19, al final. No se trata, pues, del llamado «lucero del alba» (Venus), sino del propio Sol, que es el que suministra al mundo la luz del día (comp. con Jua 8:12) y es un símbolo muy adecuado del Cristo resucitado, ya que el Sol parece morir cada día cuando es sepultado en el poniente, para salir de nuevo, con renovado resplandor, al día siguiente, por levante (que, en Cristo, no es desde el horizonte bajo y lejano, sino del cenit del mismo cielo , como anunció Zacarías, el padre de Juan el Bautista v. Luc 1:78 ).

Por otra parte, el Sol es llamado «el Astro-Rey», porque gobierna nuestro firmamento. Se nos promete así estar disfrutando eternamente de la compañía de nuestro Señor y Salvador. Por Núm 24:17 y Mat 2:2, compárese con Gén 49:10, vemos que la «estrella» está en conexión con el «cetro», y así es símbolo de la realeza. La promesa tiende a contrarrestar la influencia pagana del culto al Sol, en los días en que Juan escribía el Apocalipsis. Dice S. Bartina (ob. cit., pág. 658): «Cristo promete que lo que los paganos creen ser un dios, lo ofrecerá como baja criatura a sus fieles». Predomina la idea de una luz superior a la luz solar física. Por eso, las iglesias son «candelabros», y sus ángeles son «estrellas». Es un dato curioso el que, hasta entrada la Edad Media, el término griego que usa Pedro (2Pe 1:19, phosphóros; en latín, Lúcifer) se aplicaba a Cristo, como puede verse en el antiguo himno «Exultet», que la liturgia de Roma canta en la vigilia de Pascua de Resurrección, y en el que se llama a Cristo «lúcifer matutinus», «lucero de la mañana». Sólo a partir de una interpretación más profunda en la Edad Media de Isa 14:12, comenzó a llamarse Lucifer a Satanás.

10. Finalmente, el estribillo común («Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» v. Apo 2:29 NVI) aparece aquí en último lugar, como en las tres cartas siguientes.

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