Apocalipsis 2:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La segunda carta está dirigida a la iglesia de Esmirna. Como sólo ocupa cuatro versículos, damos previamente el texto completo, según la NVI: «Al ángel de la iglesia en Esmirna, escribe: Éstas son las palabras del que es el Primero y el Último, que murió y volvió otra vez a la vida. Conozco (lit. sé) tus aflicciones y tu pobreza ¡pero si eres rico! . (Conozco) la maledicencia de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que son sinagoga de Satanás. No tengas miedo por lo que vas a padecer. Yo te digo que el diablo va a arrojar a algunos de vosotros en la cárcel para poneros a prueba (el mismo verbo del v. Apo 2:2), y sufriréis persecución (lit. tendréis tribulación) durante diez días. Sé fiel, incluso hasta el punto de morir, y yo te daré la corona de la vida. Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venza no sufrirá daño alguno de la segunda muerte».

1. Comienza la carta, como la anterior, con la comisión de escribir al ángel responsable. El destinatario es aquí el de la iglesia en Esmirna (v. Apo 2:8). Este nombre significa, en griego, «mirra», y el nombre cuadra muy bien con lo que se dice aquí de esta iglesia, ya que la mirra es símbolo de grandes sufrimientos y de muerte. Ella formaba parte del perfume de la unción sagrada (v. Éxo 30:23-33). Los comentaristas de todos los tiempos han visto en el don de los magos a Jesús la condición de Siervo Sufriente, propia del Salvador, así como el incienso es símbolo de la oración que se eleva a Dios (su condición divina), y el oro es emblema de la realeza del Señor (el nacido «rey de Israel»). Notemos también que Jesús, ya en la Cruz, rechazó el vino mirrado que habría aliviado sus sufrimientos, porque quería morir sin «anestesia».

2. Esmirna es la única de las siete ciudades mencionadas en los capítulos Apo 2:1-29 y Apo 3:1-22 de Apocalipsis que todavía subsiste, bajo el nombre de Izmir, en Anatolia (Turquía), a unos 60 km de las ruinas de Éfeso; cuenta con dos millones de habitantes en la actualidad, y es sede de un arzobispado católico. No me consta el número de los evangélicos. Los siguientes detalles pueden resultar interesantes:

(A) Fundada por los eolios antes del siglo VII a. de C., se supone que fue la patria de Homero. Fue destruida en el siglo VI a. de C. y reconstruida por Lisímaco a principios del siglo III a. de C., hasta llegar a ser una de las más prósperas ciudades del Asia Menor. Quizás haya una alusión a esta condición de ciudad «rediviva» en la frase: «el que estuvo muerto y revivió» (lit.). Los romanos la premiaron por su lucha heroica contra Mitrídates y le concedieron numerosos privilegios. Por ello, se levantó allí, en el año 195 a. de C., un templo a la diosa Roma, el cual se supone ser el primero del mundo en su género. Durante el reinado de Tiberio (en el año 26 d. de C.), fue levantado allí un templo al emperador.

(B) Parece ser que el Evangelio llegó allá desde Éfeso (v. Hch 19:10). Como ciudad típicamente comercial, abundaban en ella los judíos, quienes se oponían fieramente a la iglesia de Cristo (v. Apo 2:9; Apo 3:9. V. tambien Ignacio de Antioquía, en su carta a los esmirneos, 5). De esta oposición de los judíos tenemos también testimonio en Hch 13:50; Hch 14:2, Hch 14:5, Hch 14:19; Hch 17:5; Hch 24:2. Esmirna era ya entonces una ciudad bellísima. Edificada junto a un entrante del mar Egeo, es la ciudad más bella y extensa, gloriosa y pintoresca, del Asia Menor. El céfiro que viene del mar la refresca incluso en el caluroso estío de Turquía. En lo alto de la colina Pagos había un grupo de hermosos edificios llamados «la corona de Esmirna». A esto viene quizás la alusión del versículo Apo 2:10 «la corona de la vida».

(C) La reputación histórica de Esmirna, como ciudad fiel a Roma, la metrópoli, así como su fama de fidelidad y lealtad en el trato con los demás, queda aludida en lo de «sé fiel» del versículo Apo 2:10. Aunque, sin duda, la comunidad cristiana fue fundada en el tercer viaje misionero de Pablo (años 53 56), Juan extendió posteriormente a ella su apostólica supervisión. Amigo y discípulo de Juan fue el gran obispo de Esmirna, Policarpo, de cuyo martirio en la hoguera (año 155 o 156) conservamos un fascinante relato, verdadera joya literaria del siglo II (v. Padres Apostólicos, versión de D. Ruiz Bueno, BAC, 1974, pág. 654 y ss.; 678 y ss.). Sólo mencionaremos aquí que fue condenado a muerte por negarse a decir: «César es el Señor». Y cuando el procónsul le conminó: «¡Jura y te pongo en libertad! ¡Maldice de Cristo!», Policarpo le contestó: «Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?»

(D) Como final de esta introducción, añadiré que, tras diversos avatares, Esmirna cayó en poder de los turcos en el año 1417. Grecia la conquistó en 1919, pero en 1922 volvió a ser ocupada por los turcos. Después del tratado de Lausana (1923), la población griega tuvo que emigrar, y la ciudad quedó enteramente en poder de los turcos.

3. Tras de la intimación común a escribir la carta (esta vez, al ángel de la iglesia en Esmirna), el Señor repite la frase de Apo 1:17: «Esto dice el Primero y el Postrero» (v. Apo 2:8). Cristo es el de siempre (Heb 13:8, comp. con Éxo 3:14, Éxo 3:15), incluso en el sentido de que fue el primero en ser destinado, desde la eternidad, a una muerte violenta (1Pe 1:20) y el último que quedará en pie cuando todos sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies (Sal 110:1; 1Co 15:25-28). Así, el versículo Apo 2:8 empalma con el versículo Apo 2:10: «No temas en nada lo que vas a padecer» (lit.). El que estuvo muerto (gr. eguéneto nekrós; es decir, por mano ajena) y volvió a la vida puede alentar a los suyos, puesto que, si es cierto que murió por fidelidad a la voluntad del Padre, ahora vive para siempre y domina la situación: controla la Historia y tiene las llaves de la muerte y del Hades. Por eso puede animar a su iglesia fiel, como lo hace en los versículos siguientes.

4. Añade el Señor a continuación (v. Apo 2:9): «Sé tu tribulación y tu pobreza» (lit.). Como en todas estas cartas, aparece el verbo oída, sé (de primera mano, por experiencia intuitiva). Lo de obras no está en el original, por lo que no sirve comentar la diferencia, en esto, con la iglesia en Efeso, aunque no cabe duda de que las obras de la iglesia en Esmirna reflejaban el fervor del primer amor. La fidelidad a Cristo comportaba, no sólo tribulación, sino también pobreza (gr. ptokheían, suma pobreza; comp. con Luc 16:20 «mendigo» gr. ptokhós ). Ya que los creyentes solían surgir más bien entre las gentes de condición humilde (1Co 1:25-29), se añadía a esto el que, al profesar la fe cristiana, eran despedidos del trabajo y del oficio secular. Con la pobreza venía el hambre y los sacrificios de toda índole y, con frecuencia, la persecución y la muerte violenta.

No es difícil seguir a Cristo cuando todo marcha bien; es fácil incluso ser héroe de un momento; pero es más difícil servir a Dios fielmente y seguir a Jesús en medio de una constante angustia, perseverar en el deber de cada día en medio de una cerrada oposición. ¡Qué consuelo para los creyentes de Esmirna saber que Cristo conoce bien y comparte su aflicción (comp. con Isa 63:9; Hch 9:4; Col 1:24; 1Ts 2:14-16), hasta en el detalle de que los judíos se conjuran con los gentiles para perseguirles, de la misma manera que Herodes, Caifás y Pilato se hicieron amigos para crucificar a Cristo! Cristo es su Pastor (1Pe 2:25), que va delante de ellos «aunque anden en valle de sombra de muerte» (Sal 23:4). No es extraño que haya en España quienes añoran los años de persecución. El capítulo único de la profecía de Abdías apunta en este sentido, tanto en la persecución como en la gloria futura del pueblo de Dios. En nuestros tiempos ha desaparecido la hoguera inquisitorial o las fieras del circo romano, pero los modernos adelantos de las drogas, de la parapsicología y del control de la mente por medios físicos (¡el lavado de cerebro!), harán más temible la persecución de los últimos tiempos, especialmente cuando aparezca en público el Anticristo.

5. Junto al consuelo, esa maravillosa frase en paréntesis: «¡Pero tú eres rico!» (v. Apo 2:9). ¡El reverso completo de Laodicea! (v. Apo 3:17). ¡Ninguna queja, ningún reproche del Señor a Esmirna! Cristo conoce bien, sabe, la verdadera riqueza de aquella iglesia. Los hombres ven el exterior y juzgan por el exterior. ¡Pobre compañía de cristianos! Pero Dios penetra en la realidad interior. ¡Qué consuelo!

6. Jesús conoce bien, no sólo la bondad de los suyos, sino también la maldad de sus enemigos (v. Apo 2:9): «… y la blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satanás». La maledicencia de dichos judíos era, a no dudar, no sólo contra los cristianos, sino contra el mismo Cristo. Los descendientes o familiares de aquellos que altercaron con Jesús, y a quienes el propio Cristo tuvo que decir que no eran verdaderos hijos de Abraham y de Dios, sino «hijos del diablo» (Jua 8:41, Jua 8:44), respaldaron ahora e incluso instigaron a los paganos a perseguir a los cristianos. En efecto, los cristianos de Esmirna informaron años más tarde que los judíos se unieron a los paganos para pedir la muerte de Policarpo ¡por la oposición de éste a la religión pagana del Estado! (recordemos el diálogo de los judíos con Pilato el día de la crucifixión del Señor).

No es, pues, extraño que Jesús diga que «no son judíos». Precisamente Judá (hebr. Yehudá) significa «alabanza, en forma de acción de gracias» (Gén 29:35); y estos judíos, en lugar de alabar a Dios, blasfemaban de Él. De esta forma, en lugar de ser «congregación de Jehová», eran «sinagoga de Satanás», el «acusador de los hermanos» (Apo 12:10). En cambio, todo verdadero creyente, aunque fuese de origen pagano, pasaba a ser «circuncidado en espíritu» (Rom 2:26-29) e «hijo de Abraham» (Rom 4:16-19; Gál 3:29). Ésta es también nuestra herencia, pero ¿cuál es nuestra riqueza? (v. Mat 6:19-21, Mat 6:24; Luc 12:21; 2Co 6:8; 1Ti 6:17-19; Stg 2:5).

7. Como la iglesia de Esmirna iba en breve a ser probada severamente, se le recuerda a continuación (v. Apo 2:10) que su Salvador, el Señor Jesús, es el dueño de la Historia y el conquistador de la muerte: «No temas en nada lo que vas a padecer. Mira, el diablo …». Habla así porque detrás de los perseguidores paganos están los judíos («sinagoga de Satanás hijos del diablo» ), aunque no cabe duda de que Dios iba a usar esta persecución para bien de los suyos (v. Gén 50:20; Hch 2:23; Rom 8:28). Iban a ser probados, experimentados, en el crisol de la persecución. Se declaran explícitamente dos detalles de esta prueba:

(A) «El diablo va a echar a algunos de vosotros en la cárcel» (v. Apo 2:10). El verbo griego bállo, arrojar, es aquí muy expresivo, porque «las cárceles eran como una cisterna, en las que se entraba por un agujero del techo» (Bartina, ob. cit., pág. 646).

(B) El hecho de que se trate de una tribulación «por diez días» da a entender que será por un período breve (comp. con Gén 24:55; Hch 5:18; Jer 42:7; Dan 1:12; Hch 25:6). Eso se ofrece como un estímulo para aguantar mejor (comp. con Isa 26:20; Isa 54:8; Mat 24:22; 2Co 4:17; 1Pe 1:6). Quizá se trate de una persecución localizada; desde luego, hay que distinguirla de «la prueba que ha de venir sobre el mundo entero» (Apo 3:10. V. también Apo 7:14), de la que los «sellados» serán preservados (Apo 7:2.; Apo 12:6). Con todo, es curioso el hecho de que, entre las diez persecuciones llevadas a cabo por los emperadores romanos contra los cristianos, la décima, la de Diocleciano, fue la más cruel y duró diez años.

Lo cierto es que la iglesia de Esmirna sufrió dos grandes persecuciones; en la primera murieron mártires nada menos que 1.500 de sus miembros; en la segunda, 800. Es muy significativo que, en términos generales, mientras duraron las persecuciones, se mantuvieron mucho mejor la ortodoxia doctrinal y la fidelidad al Señor.

Según los que interpretan los capítulos Apo 2:1-29 y Apo 3:1-22 de Apocalipsis como una representación de la Historia de la Iglesia a nivel vertical histórico, la iglesia de Esmirna representa la epoca de las persecuciones (años 54 294, aproximadamente). Sin embargo, no todos los que abogan por esta interpretación ven en esos «diez días» del versículo Apo 2:10 las diez persecuciones aludidas.

8. Lo de «Hazte fiel hasta la muerte» (v. Apo 2:10. Lit.), no significa «hasta que te mueras», sino «aunque hayas de morir», «incluso hasta el punto de morir» (NVI). W. Hendriksen (ob. cit., págs. 65, 66) cita las frases de un timonel romano que decía así al dios de las aguas, mientras tripulaba su barco en medio del mar tempestuoso: «Padre Neptuno, puedes hundirme si quieres; puedes salvarme si quieres; pero, pase lo que pase, guardaré fiel mi timón». Una actitud semejante se le pide aquí a la iglesia: No les ha de importar tener que arrostrar la muerte física, ya que «la segunda muerte no les dañará» (v. Apo 2:11). Sobre lo de «fiel» (gr. pistós), comenta Millon (L Église, pág. 21): «Creyente es el que cree; fiel es aquel en quien se puede confiar sin ser engañado». Suelo expresarlo de esta otra manera: «Creyente es el que se fía de Dios; fiel es aquel de quien Dios se puede fiar». Los creyentes podemos ser fieles, no se olvide, únicamente sobre la base de la fidelidad de Dios a su Palabra, y del poder que el Espíritu Santo nos suministra. Cuando el cristiano se percata bien de que el amor providente de Dios le conduce siempre hacia lo mejor, y está dispuesto a plegarse en todo a la voluntad de su Padre celestial, puede también ser «fiel hasta la muerte», como Aquel cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (Jua 4:34) y, por ello, se hizo «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2:8).

La fidelidad hasta la muerte requiere amor al Señor y coraje de espíritu, pero puede empañarse con malos modos o imprecaciones impropias de un seguidor del Cordero que no abrió su boca cuando era conducido al matadero (Isa 53:7). Dice a este respecto el Profesor Grau:

Moisés tuvo que soportar mucho del pueblo de Dios, pero, al fin, «habló inconsideradamente con sus labios» y recibió así el reproche del Señor. En cambio, el que no haya reproche alguno contra Esmirna demuestra que sufrió sin perder la hermosura de carácter y conducta … A veces sabemos sufrir, pero no sin afear el lenguaje o el espíritu (ob. cit., pág. 97).

9. El versículo Apo 2:10 termina con esta promesa: «Y yo te daré la corona de la vida». Este genitivo es, probablemente, el que técnicamente se llama «epexegético», porque en realidad determina la cualidad de la corona; como si dijese: «Yo te daré una corona que es la misma vida eterna»; es una corona viva y, por tanto, no es algo exterior a la persona. Lo mismo que en 1Co 9:25, 1Co 9:27, se alude aquí a la corona de laurel que se colocaba en la cabeza del vencedor, símbolo de victoria festiva para el ganador de los juegos olímpicos (Esmirna tenía juegos famosos); no se trata aquí de la diadema real. Es la misma herencia reservada en los cielos, de la que Pedro dice (1 P. 1:4) que es «incorruptible, incontaminada e inmarcesible» (v. el comentario a dicho lugar). Ya hemos indicado que esta frase «corona de la vida» tendría un eco especial en los oídos de los creyentes de Esmirna, acostumbrados a contemplar el precioso conjunto de edificios construidos en la cima del monte Pagos y llamado «la corona de Esmirna».

10. El versículo Apo 2:11, con que termina la carta, repite el estribillo común a las siete: «El que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (NVI). Como en cada una de las cartas, hay también aquí una promesa «al que venza». La que aquí se promete es: «no sufrirá daño alguno de la segunda muerte» (NVI). El griego dice literalmente: «No recibirá daño en absoluto (ou me. Comp. con Jua 6:37, por ej.) procedente de (gr. ek) la muerte segunda». «La muerte segunda» (comp. con Apo 20:14; Apo 21:8) es el infierno, final último y definitivo para toda la eternidad de la muerte primera, que es el pecado muerte en el centro mismo del ser humano , del que la muerte física es el salario y la secuela lógica de una depravación que abarca al hombre entero y a todos los hombres (v. Gén 2:17; Rom 5:12.). A reserva de lo que digamos en el comentario a 20:5, 6, se puede ya adelantar que a cada una de estas dos muertes corresponden dos resurrecciones: la primera es el «nuevo nacimiento»; la segunda, la resurrección gloriosa, final, de los creyentes, que durmieron en el Señor.

Añadamos, para terminar esta porción, que «la muerte segunda» era ya de antiguo una frase rabínica. El Targum de Jerusalén (sobre Deu 33:6) dice: «¡Que viva Rubén en esta época y no muera de la segunda muerte de la que morirán los malvados en el mundo venidero!» (citado en el NBC, pág. 1173).

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