Mateo 10:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Quiénes eran los que Cristo envió para que fuesen sus apóstoles o embajadores: eran discípulos suyos (v. Mat 10:1). Los había llamado algún tiempo antes para que fuesen sus discípulos, y les había prometido que los haría pescadores de hombres; ahora les cumplía la promesa. Cristo suele conferir sus honores y sus gracias gradualmente. Hasta ahora, los había tenido:

1. En estado de prueba. Aunque Jesús conoce lo que hay en el hombre, y sabía desde el principio a quiénes había elegido (Jua 2:25; Jua 6:64), empleó este método para dar ejemplo a su Iglesia. Al ser el ministerio una comisión importante, es conveniente que los candidatos sean puestos a prueba por algún tiempo, antes de conferirles tal comisión.

2. En estado de preparación. Durante algún tiempo les había estado equipando para esta gran obra. Los preparó: (A) tomándolos consigo para que estuviesen con Él. La mejor preparación para la obra del ministerio es el conocimiento experimental y la comunión íntima con el Señor Jesucristo. Quienes deseen servir a Cristo, han de acostumbrarse a estar con Él (Jua 12:26). Pablo tuvo la revelación del Hijo de Dios, no sólo a Él sino en Él (Gál 1:16) antes de ir a predicar a Jesús entre los gentiles; (B) Enseñándoles. Estaban con Él como alumnos; Él les abría las Escrituras, y les abría el entendimiento para que entendiesen las Escrituras; a ellos les fue dado conocer los misterios del reino de los cielos (Mat 13:11). Quienes están llamados a ser maestros, deben ser antes alumnos; hay que recibir antes de poder dar. Cristo enseñó a sus discípulos (Mat 5:2.) antes de enviarlos y, más tarde, cuando les amplió la gran comisión, les amplió de igual modo la instrucción (Hch 1:3).

II. Cuál fue la comisión que les dio.

1. Les llamó (v. Mat 10:1). Antes les había llamado a que le siguieran; ahora les convoca a una mayor familiaridad. Los sacerdotes de la Antigua Ley se acercaban a Dios mucho más que el resto del pueblo escogido; algo parecido (no igual) ha de decirse de los ministros del Señor en la Nueva Ley; están llamados a tener una mayor intimidad con el Señor, ya que han de ser los administradores de los misterios de Dios (1Co 4:1). Es de notar que, cuando los discípulos iban a ser instruidos, se acercaron a Jesús de su propio acuerdo (Mat 5:1), pero ahora que iban a ser comisionados para predicar el Evangelio, fue Jesús quien los llamó. Esto nos muestra que hemos de estar más dispuestos a aprender que a enseñar. Hemos de esperar a que Él nos llame con un claro llamamiento, antes de cargar sobre nosotros la tarea de enseñar a otros.

2. Les dio autoridad (gr. exousían= potestad, facultad): les confirió una delegación autorizada en su nombre (v. Mat 10:1), para reclamar audiencia, imponer obediencia y confirmar su comisión mediante el ejercicio de dicha autoridad sobre los demonios, echándolos fuera, y sobre toda clase de enfermedades y dolencias, sanándolas. Toda autoridad legítima es derivada de Jesucristo, pues a Él le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra. Y Él delega algo de este honor y de esta potestad en sus ministros, como Moisés lo hizo sobre su asistente Josué. Demonios y dolencias, he ahí las causas de todos los males. Por eso, el objetivo del Evangelio era dominar al demonio y curar al mundo.

(A) Les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera. La potestad puesta en manos de los ministros de Cristo está directamente encaminada a oponerse al diablo y al reino de las tinieblas. Cristo dio poder para arrojar al demonio de los cuerpos, pero esta era la señal de que el dominio del diablo sobre los espíritus quedaba abolido con todos sus efectos legales, pues para esto se manifestó el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1Jn 3:8; Heb 2:14).

Les dio autoridad para sanar toda clase de enfermedades y dolencias. Les autorizó para hacer milagros en confirmación de la doctrina, y demostrar así que esta era de Dios; para probar así que, no sólo era fiel, sino también digna de toda aceptación (1Ti 1:15); que el objetivo del Evangelio es sanar y salvar (la misma palabra hay en griego para sanar y salvar, así como en hebreo para ayudar y salvar); pues los milagros que Cristo llevó a cabo, y para los que dio autoridad a sus apóstoles, no sólo mostraban que era el Gran Maestro y Señor del mundo, sino también el único Redentor. Podrían sanar toda clase de enfermedades, sin exceptuar las que son tenidas por incurables y desahuciadas por los médicos. En la gracia del Evangelio hay un bálsamo para cada herida y un remedio para cada dolencia. No hay enfermedad espiritual tan maligna, tan inveterada, tan resistente, que no tenga remedio en el poder más que suficiente de Cristo. Que nadie pues, diga: No hay remedio, no quedan esperanzas. Aunque la brecha sea tan ancha y tan profunda como el océano, el poder de Cristo alcanza siempre mayores distancias.

III. El número y los nombres de los comisionados para ser apóstoles y, por tanto, mensajeros. Las palabras griegas ángel = mensajero, y apóstol = enviado, son sinónimas, aunque en la primera el énfasis se carga sobre el mensaje, y en la segunda sobre el envío. Todos los fieles ministros del Señor son mensajeros y enviados suyos, pero estos primeros enviados de Cristo, como primeros ministros de Estado de Su Reino, son llamados de una manera especial apóstoles, con las cualificaciones exclusivas que Pedro enumera en Hch 1:21-22. Cristo mismo fue eminentemente el Gran apóstol, o enviado de Dios (Heb 3:1) y así los envió a ellos (Jua 20:21). Pablo, el Gran apóstol, aunque trabajó más que todos ellos (1Co 15:10), no reunía todas las condiciones necesarias para pertenecer al círculo cerrado de los Doce pues no había convivido con el Señor en su vida mortal. También los profetas eran llamados mensajeros de Dios.

1. El número de los apóstoles fue doce, de acuerdo con el número de las tribus de Israel. Así serían los patriarcas de la Iglesia, como los doce hijos de Jacob habían sido los patriarcas de Israel. Los mismos israelitas según la carne habían de ser enviados los primeros (Rom 1:16; Rom 2:9) a las bendiciones del Evangelio de gracia; y aunque la masa del pueblo escogido rechazaría el anuncio mesiánico del Evangelio y, con su caída, vendría la salvación a los gentiles (Rom 11:11), cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, todo Israel será salvo (Rom 11:25-26) y, al final de los tiempos, estos mismos apóstoles han de juzgar a las doce tribus de Israel (Luc 22:30. Nótese que tal «autoridad apostólica» pretensión romanista no pertenece a la presente dispensación).

2. Sus nombres quedan registrados aquí, lo cual es un honor; pero ellos (y nosotros) tenían mayor motivo de alegrarse por el hecho de que sus nombres (excepto el de Judas Iscariote) estaban escritos en los cielos (Luc 10:20, si bien este versículo no se refiere a la misión de los Doce, sino de los setenta).

(A) Entre estos doce, hay algunos de los que, a base de la Escritura, no conocemos otra cosa que los nombres, como Bartolomé y Simón el cananita. No todos los ministros de Dios son igualmente famosos, ni sus trabajos celebrados de la misma manera.

(B) Son nombrados por parejas, porque al principio fueron enviados de dos en dos (Mar 6:7); aparte de otras razones de conveniencia, no cabe duda de que el motivo principal era el de hacer firme el testimonio con dos testigos. Esto es válido para todos los tiempos, porque además de la comunión fraternal que obtiene la bendición de una presencia especial del Señor (Mat 18:19-20), está la experiencia bien notoria de que, cuando son dos los obreros, uno puede recordar o puntualizar lo que al otro se le olvida o se le pasa por alto. Tres de estas parejas eran hermanos según la carne: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y el otro Santiago y Judas Tadeo. Cosa excelente es cuando los que son hermanos según la carne, lo son también por gracia, pues ambos vínculos sirven para unirles más estrechamente.

(C) Pedro es nombrado siempre el primero, sin duda, porque era como el portavoz de los demás en las grandes ocasiones (por ej. en Mat 16:16 y Jua 6:68); pero esto no le confería ningún poder o autoridad sobre los demás, ni era señal de ningún primado concedido a él ni reclamado por él, sobre el colegio apostólico o la Iglesia (las citas podrían multiplicarse).

(D) Mateo, el escritor del presente evangelio, es nombrado aquí junto a Tomás (v. Mat 10:3), pero en dos cosas hallamos una variante en Mar 3:18 y Luc 6:15, donde Mateo figura antes, mientras que en el relato que él mismo nos ofrece, Tomás aparece delante de él ¡Buen ejemplo a los discípulos de Cristo, para que den honor preferente a los demás! Los otros evangelistas le nombran sólo como Mateo; pero él se nombra a sí mismo como Mateo el publicano. Bien está que los que han sido salvos por gracia, recuerden la piedra de la que fueron cortados (Isa 51:1), ya que, al ser la salvación obra de Dios, a Él pertenece la gloria. Mateo el publicano es ahora Mateo el apóstol.

(E) Simón es llamado el cananita, que en arameo significa el celador (gr. zelotes), para distinguirlo mejor de Simón Pedro.

(F) Judas Iscariote siempre es nombrado en último lugar), con la coletilla infamante de: el que también le entregó. Tales manchas suele haber siempre en nuestros ágapes (Jud. v. Jud 1:12), cizaña en medio del trigo, lobos en medio de las ovejas; pero se acerca el día en que se hará la separación y se quitarán los disfraces, cuando a los hipócritas se les desprenda la máscara y aparezcan como son en realidad. (Otros detalles muy interesantes acerca de los nombres de los apóstoles pueden verse en el comentario de Broadus a este lugar.)

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