Hebreos 10:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Esta sección puede dividirse en cuatro partes: 1) insuficiencia de los antiguos sacrificios (vv. Heb 10:1-4); 2) suficiencia del sacrificio de Cristo (vv. Heb 10:5-10); 3) finalidad del sacrificio de Cristo (vv. Heb 10:11-14); 4) el nuevo pacto implica el perdón de los pecados, por lo que sobra toda otra ofrenda por el pecado (vv. Heb 10:15-18).

1. El argumento de los versículos Heb 10:1-4 es el siguiente: La ley sólo contiene sombras, no realidades. Por eso, los sacrificios prescritos por la Ley no pueden llegar a la realidad del pecado para borrarla, pues su eficacia se basa en otra sombra, que es la sangre de animales. Veamos dichos versículos en la NVI: «La Ley es sólo una sombra de los bienes futuros, no la realidad misma de esos bienes. Por esta razón, nunca puede, por medio de los mismos sacrificios que se repiten incesantemente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan a rendir culto a Dios. Si pudiera hacerlo, ¿no habrían cesado ya de ser ofrecidos? Porque, en tal caso, los que se acercan a rendir culto habrían sido purificados de una vez por todas, y no se habrían sentido por más tiempo culpables de pecado. Pero dichos sacrificios son un anual recordatorio de los pecados, porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados». Estamos familiarizados con estas ideas, pero hay detalles que requieren especial atención.

(A) Extraña, a primera vista, que el autor sagrado contraste «sombra» (gr. skiá) con «imagen» (lit. gr. eikón); pero este vocablo indica aquí la forma verdadera, como en una estatua sólida, de los bienes mesiánicos. Este contraste entre la sombra, inestable, huidiza, pasajera, y la imagen, sólida y estable, le sirve suficientemente al autor sagrado para lo que quiere poner de relieve, como le sirvió al apóstol el contraste de sombra y cuerpo en Col 2:17Col 2:17. Aquí viene bien una aguda observación de J. Brown, quien advierte que el autor sagrado no dice que la Ley era una sombra, sino que tenía una sombra, con lo cual se muestra que (a) la Ley, considerada en su totalidad, no era tipo; (b) que lo que de típico contenía, sólo imperfectamente era típico. Sólo la propia Escritura puede decirnos lo que allí había de tipo y lo que era mera sombra.

(B) En efecto, lo que de huidizo e inestable tenía la Ley en sus sacrificios (muchos), sus sacerdotes (muchos), su eficacia real (nula), hacía que la comparación entre tipo y antitipo no pudiese aplicársele con relación al sacrificio de Cristo (el de Isaac sí fue verdadero tipo). Sólo eran sombra, no imagen sólida. Por eso, «los que se acercan» (es decir, a rendir culto a Dios) no podían ser perfeccionados (v. Heb 10:1), no sólo como pecadores necesitados de perdón, sino ni siquiera como adoradores necesitados de aceptación.

(C) ¿Y cómo podían considerarse dignos de aceptación, cuando la conciencia les decía (v. Heb 10:2) que no estaban limpios de pecado, puesto que los sacrificios que por ellos se hacían tenían que repetirse sin demora cada año? El hecho mismo de su repetición les decía que eran insuficientes para quitar los pecados, «de poder hacerlo, ¿no habrían cesado ya de ser ofrecidos?» (esta lectura de la NVI es la más probable, a la vista del original).

(D) Ese «anual recordatorio» de los pecados (v. Heb 10:3) era la prueba palpable de que la sangre de los animales sacrificados no puede quitar los pecados (v. Heb 10:4). Dice Trenchard: «Es interesante comparar la frase del versículo Heb 10:3 en estos sacrificios … se hace recordación de los pecados , (Vers. H.A.) con las palabras del Maestro al instituir la cena memorial: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados» (Mat 26:28). … Haced esto en memoria de (Luc 22:19). Este contraste pone de relieve de una forma dramática la gran diferencia en el valor de los sacrificios, pues bajo el antiguo pacto servían para traer a la memoria los pecados, mientras que, tras la perfecta remisión de éstos por el derramamiento de la sangre de Cristo, el recuerdo de los adoradores limpiados se fija, no ya en los delitos expiados, sino en la persona de la Víctima».

2. La porción siguiente (vv. Heb 10:5-10) es de la mayor importancia, por cuanto en ella vemos los dos elementos (material y formal) del sacrificio de Cristo: el sacrificio mismo (elemento material) y la obediencia con que lo ofreció (elemento formal; comp. con Rom 5:19), ¡y esta obediencia es precisamente lo decisivo (v. Heb 10:10, comp. con Heb 5:8, Heb 5:9, así como con 1Sa 15:22; Sal 51:16) para nuestra salvación!

(A) «Por lo cual …» (v. Heb 10:5), es decir, precisamente porque los sacrificios de la Ley no podían quitar los pecados, se presenta en el mundo el propio Hijo de Dios, el Mesías, para ofrecerse a Sí mismo por los pecados; pero aun esto mismo habría sido insuficiente si Dios mismo (el Padre) no le hubiese enviado precisamente a eso (v. lo de «me preparaste un cuerpo» del v. Heb 10:5, y lo de «para hacer tu voluntad» de los vv. Heb 10:7 y Heb 10:9, comp. con Isa 53:6, Isa 53:10; Hch 2:23, entre otros lugares).

(B) La cita de los versículos Heb 10:5-7 está tomada del Salmo 40:6 8 conforme a la versión de los LXX. La diferencia más notable, que ya explicamos en el comentario a dicho salmo, es la del versículo Heb 10:5: «Pero me preparaste un cuerpo», mientras que en Sal 40:6 dice: «Has horadado mis orejas». Baste decir ahora que la sustancia es la misma, pues por el oído entra el mandamiento, y con el cuerpo se cumple; en ambos casos se pone de relieve la voluntariedad de la obediencia, al tener en cuenta, además, que en hebreo oír y obedecer son el mismo verbo.

(C) En el versículo Heb 10:7, parece indicarse que lo de «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» es una cita de la Escritura, pues continúa diciendo (v. Heb 10:7): «Como está escrito de mí en el rollo del libro» (es decir, en el cilindro donde se envolvía el rollo). La cita no puede hallarse literalmente en ningún lugar del Antiguo Testamento, pero sí el «sentido íntimo e interno de la ley, que el siervo de Dios, por la iluminación del Espíritu, había llegado a comprender» (Trenchard).

(D) En los versículos Heb 10:8 y Heb 10:9, el autor sagrado hace ver que el desagrado de Dios con respecto a los sacrificios del antiguo régimen (vv. Heb 10:5, Heb 10:6) da a entender el propósito divino de sustituirlos por algo que de veras le había de agradar: la obediencia perfecta de Su Siervo hasta la muerte. Por lo cual, el establecimiento del nuevo pacto, sobre la aceptación del derramamiento de la sangre de Cristo («lo segundo», en el v. Heb 10:9, al final; «Segundo», en el tiempo no en calidad), significaba la abrogación automática de «lo primero» (el antiguo pacto, con las normas y sacrificios de la Ley).

(E) El sentido del versículo Heb 10:10 se capta mejor en la NVI: «Y en virtud de esta voluntad hemos quedado nosotros santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una sola vez para siempre». Analicemos este versículo:

(a) ¿De qué voluntad habla aquí, de la de Dios o de la voluntad humana de Jesucristo? El contexto no admite otra que la de Dios el Padre, de donde partió la soberana y amorosa iniciativa de nuestra salvación. Pero esa voluntad ha llevado a cabo la obra de «separarnos» para Él y «consagrarnos» a Él mediante la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre en ofrecerse como sacrificio en expiación del pecado.

(b) Nótese lo de «el sacrificio del cuerpo», donde se pone de relieve el elemento material del sacrificio (comp. con Rom 12:1, «vuestros cuerpos»), como eran los cuerpos de los animales los que eran ofrecidos en sacrificio. Es, además, en el cuerpo donde reside la sangre, que hace expiación por la persona.

(c) La finalidad del sacrificio de Cristo se recalca, una vez más, mediante el adverbio griego ephápax, una vez por todas, como en Rom 6:10 y, en esta misma epístola, aquí y en Heb 7:27 y Heb 9:12.

3. En los versículos Heb 10:11-14, es ampliado el concepto de finalidad perfecta en el sacrificio de Cristo. También estos versículos deben ser leídos en la NVI para no perder el sentido: «Día tras día, asiste de pie todo sacerdote y desempeña sus deberes religiosos; una y otra vez ofrece los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar los pecados. Pero cuando este sacerdote hubo ofrecido para siempre un solo sacrificio por los pecados, se sentó a la derecha de Dios (comp. con Heb 1:3). Desde entonces, está aguardando a que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies, porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que van siendo santificados».

(A) El primer detalle digno de especial atención es el contraste entre el «asiste de pie» del versículo Heb 1:11 y el «se sentó» (aoristo, de una vez por todas) del versículo Heb 10:12. Esto tiene una relevancia extraordinaria, pues muestra claramente que el sacrificio de Cristo ha terminado para siempre y no puede volver a repetirse. En efecto, cada sacerdote permanecía de pie mientras ofrecía el sacrificio. Sólo podía sentarse cuando, terminado el sacrificio, volvía a su habitación ordinaria. Por tanto, el hecho de haberse sentado Cristo significa que su función sacrificial se acabó. Cristo no vuelve ya más a ofrecerse ni con sus propias manos ni por manos de los sacerdotes, según sostiene erróneamente la Iglesia de Roma. Es cierto que siempre está vivo (comp. con Apo 1:18; Apo 5:6) para interceder por nosotros (Heb 7:25), pero lo hace sentado, como un rey; no como quien ruega, sino como quien manda.

(B) La razón por la que no necesita repetir en modo alguno su único sacrificio es que, por medio de Él, se obtuvo todo lo necesario para la salvación y santificación de los que, de gracia mediante la fe, reciben en sí mismos el fruto del árbol de la Cruz (v. Jua 3:14, Jua 3:15, comp. con Núm 21:9), directamente, sin mediación de ningún sacramento. El autor sagrado lo muestra en el versículo Heb 10:14: «Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos (pretérito perfecto) a los que van siendo santificados (presente continuo)», no sólo a lo largo de la presente dispensación, sino también durante todo el proceso de salvación de la vida de cada uno. Lo de perfectos significa, como en el versículo Heb 10:1, tener los pecados perdonados para siempre, pacificada la conciencia, y purificado el corazón, cosas que ninguno de los antiguos sacrificios podía ofrecer.

(C) Por eso, los sacerdotes del antiguo régimen tenían que estar (v. Heb 10:11) día tras día … una y otra vez ofreciendo los mismos sacrificios, ya que nunca podían borrar los pecados. El verbo para borrar es perieleín, quitar en derredor, «como si el hombre estuviera en su contorno totalmente cubierto de iniquidad» (Bartina).

(D) La espera de que habla el versículo Heb 10:13 no es ansiosa, sino tranquila, pues es solamente cuestión de tiempo. La victoria definitiva de Cristo sobre sus enemigos fue llevada a cabo en la Cruz (Col 2:14, Col 2:15); sólo queda, conforme a Sal 110:1; 1Co 15:25, que los derrotados enemigos vayan sometiéndose, de grado o por fuerza, hasta ser puestos por escabel de sus pies.

4. Los versículos Heb 10:15-18 corroboran, al citar nuevamente de Jer 31:33, Jer 31:34, la afirmación del versículo Heb 10:14 de que una sola ofrenda de Cristo bastó para el perdón de los pecados. Ya vimos la cita, más extensa, en Heb 8:8-12. Al autor sagrado le interesa aquí recalcar que «allí donde se da perdón de pecados, ya no hay lugar para ningún sacrificio más por el pecado» (v. Heb 10:18, NVI). Nótese, una vez más, ese «y sus pecados y sus iniquidades no los recordaré ya jamás» (v. Heb 10:17, NVI, siguiendo el orden que los vocablos guardan en el original). Este futuro, como hace notar Bartina, «acentúa la realidad del perdón divino. Dios de tal manera perdona, que no vuelve a reprochar el pecado cometido. Lo olvida. No quiere acordarse más de él, hablando a la manera humana».

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