Marcos 10:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Como hemos dicho otras veces, nuestro Señor Jesús no permanecía por mucho tiempo en un mismo lugar, pues toda la tierra de Palestina era, por así decirlo, Su «parroquia» y, por tanto, quería visitar cada parte de ella. Ahora le tenemos «levantándose de allí [de Capernaúm], y yéndose al distrito de Judea y al otro lado de Jordán» (v. Mar 10:1). Así cerraba su circuito como el del sol, de cuya luz y de cuyo calor nada se esconde. Allí:

I. «De nuevo se aglomera una multitud en torno a Él y, como era su costumbre les enseñaba una vez más.» Mateo (Mat 19:2) nos dice: «los sanó allí». El que sanaba los cuerpos, sanaba las almas con Su enseñanza. «Una vez más.» Tal es la riqueza de las enseñanzas de Cristo, que siempre hay algo más que aprender en Su escuela; y tan olvidadizos somos, que siempre es menester que se nos recuerde lo que ya sabemos.

II. Se acercan luego unos fariseos para ponerle a prueba (v. Mar 10:2).

1. Comienzan preguntándole sobre el divorcio: «le preguntaban si es lícito a un hombre repudiar a su mujer». Le tentaban a fin de sorprenderle en alguna falta, cualquiera que fuese su opinión sobre la cuestión que le proponían. Los ministros de Dios siempre deben estar en guardia, no sea que, bajo pretexto de pedirles consejo, les tiendan una trampa.

2. Cristo les responde con una pregunta: «¿Qué os ordenó Moisés?» (v. Mar 10:3). Así les habló para mostrar Su respeto por la Ley de Moisés y para que al poner la ordenación de Deu 24:1 en su debido contexto, quedasen ellos mismos confundidos.

3. Ellos contestaron citando correctamente: «Moisés permitió escribir un certificado de divorcio, y repudiarla» (v. Mar 10:4). En Mat 19:7, les vemos que dicen: «mandó», pero no hay contradicción entre el «permitió» y el «mandó», porque en la Ley de Deu 24:1 hay un permiso y un mandato: permiso de repudiarla, pero mandato de darle la carta de divorcio.

4. Al replicar a esto, Cristo se atiene a la explicación que ya vimos en Mat 5:31-32; Mat 19:1-12, con una variante digna de consideración: tanto en Mat 5:32 como en Mat 19:9 se incluye un inciso («excepto por causa de fornicación») que no aparece aquí en Mar 10:11. Esto refuerza la opinión va expuesta en el comentario a Mateo, de que dicha cláusula se refiere a las uniones ilegítimas, por haber sido contraídas en grado de parentesco prohibido por la Ley, cosa que afectaba a los judíos, para quienes fue escrito principalmente el Evangelio de Mateo, mientras que el de Marcos iba especialmente dirigido a griegos y romanos, para quienes el divorcio por causa de adulterio era cosa bien conocida y admitida, por lo cual, se calla aquí, e indican que el Señor no admitía el adulterio como motivo para el divorcio vincular y que la única causa por la que fue permitido en la ley mosaica era «la dureza de vuestro corazón» (v. Mar 10:5), pero que el propio Moisés dejó consignado (Gén 1:27; Gén 2:24) que habría un solo varón para una sola mujer, y que ambos llegarían a ser como una sola persona. De esta manera, en Mar 10:5-9, lo mismo que en Gén 1:27; Gén 2:24, quedan fijadas las dos propiedades del matrimonio: unidad e indisolubilidad. Además, el matrimonio no es una institución inventada por los hombres, sino por Dios: «Por tanto, lo que Dios unió (lit. unció juntamente, de donde procede el vocablo cónyuge = uncido al mismo yugo), que no lo separe el hombre». La elección de cónyuge puede ser desacertada si no se ha hecho con oración y discreción pero la unión matrimonial es obra de Dios y, por eso, no hay desacierto anterior que justifique su ruptura, mientras Dios no tenga a bien romperla con la muerte de uno de los cónyuges.

5. La conversación que Cristo mantuvo en privado con Sus apóstoles «cuando volvieron a la casa» (v. Mar 10:10). Fue una ventaja para ellos el tener oportunidad de conversar personalmente con el Maestro, no sólo acerca de los misterios del Evangelio, sino también de los deberes morales. De esta conversación, sólo sabemos lo que queda consignado en los versículos Mar 10:11-12, donde Cristo restableció la ley primitiva sobre el matrimonio: cualquiera de los dos cónyuges que se separe del otro y se atreva a atentar una nueva unión matrimonial es un adúltero. Si la prudencia y la gracia, la santidad y el amor reinan en el corazón, resultará suave y ligero el yugo (v. Mat 11:30; 1Jn 5:3) que para el hombre carnal puede resultar intolerable.

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