Oh Dios, sondéame y conoce mi corazón,
examíname y conoce mis pensamientos.
Mira, si mi camino es errado
y guíame por el camino recto.
Lo produciría si ambas cosas, conocimiento y presencia no estuvieran de la mano de un amor y aceptación incondicional de mi realidad como ser humano. Lejos de producir en mi terror y un bloqueo total ante la imposibilidad de huir del Señor y de esconder de Él mis pensamientos más íntimos, me invita a la posibilidad de encararme con mi realidad como ser humano, aceptar el qué soy y cómo soy y poder traerlo ante aquel que todo lo conoce y en todos lados está.
Puesto que el amor, la gracia y la aceptación son incondicionales y están garantizadas, la omnisciencia de Dios es una buena noticia, me permite conocer más acerca de quién soy, qué siento, qué pienso, cuáles son mis motivaciones. La omnisciencia del Señor echa luz sobre las áreas oscuras de mi existencia y realidad humana, las saca a la superficie y, consecuentemente, me concede la esperanza de cambio, renovación y restauración.
Por eso, el salmo acaba con las palabras que he reproducido al principio, palabras de esperanza de pedirle al Señor que me ayude a conocer, entender, cambiar y rectificar.
La omnisciencia unida al amor, la aceptación y la gracia producen esperanza de cambio.
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