Soy semejante al pelícano del desierto; Soy como el búho de las soledades (Salmos 102:6).
David sabía lo que era sentir la soledad. La conoció en su familia. Era uno de los ocho hijos de Isaí. Pero cuando Samuel pidió ver a los hijos de Isaí, nadie tomó en cuenta a David. El profeta contó y preguntó si había otro hijo en alguna parte. Isaí reaccionó como alguien que olvida las llaves.
«Queda aún el menor, que apacienta las ovejas» (1 Samuel 16.11).
La expresión que usó Isaí, «el menor», no era un cumplido. Lo que dijo literalmente era: «También tengo otro, pero es un mocoso». Algunos de ustedes fueron el mequetrefe de la familia. Al mequetrefe hay que aguantarlo y no perderlo de vista.
Ese día pasaron por alto al muchacho.
¿Cómo se sentiría usted si en una reunión de la familia no estuviera incluido su nombre?
Las cosas no mejoraron cuando cambió de familia.
Su inclusión en la familia real fue idea del rey Saúl. Su exclusión fue idea de Saúl también. Si no se agacha, David habría quedado clavado a la pared por la espada del celoso rey. Pero David eludió el golpe, y corrió. Durante diez años huyó. Se refugió en el desierto. Dormía en cuevas, sobrevivía como los animales salvajes. Lo odiaban y perseguían como a un chacal.
Para David la soledad no era una experiencia ajena.
Para usted tampoco. Ahora usted habrá aprendido que no tiene que estar solo para sentir la soledad. Hace dos mil años, la población de la tierra era de 250 millones de personas. Ahora hay más de 6 mil millones.
Si la soledad se curara con la presencia de personas, habría menos soledad en la actualidad. Pero la soledad permanece.
Una persona puede estar rodeada de una iglesia y todavía sentirse solo.
La soledad no es la ausencia de rostros. Es la ausencia de intimidad. La soledad no proviene de estar solo; proviene de sentirse solo. Sentir como si usted estuviera:
Enfrentando la muerte solo,
Enfrentando la enfermedad solo,
Enfrentando el futuro solo.
Las bolsas de la soledad se presentan en todas partes. Están diseminadas en los pisos de los internados estudiantiles y en los clubes. Las arrastramos hasta las fiestas y generalmente las llevamos de regreso. Las encontrará junto al escritorio del agotado trabajador, junto a la mesa del comilón, y en la mesa de noche del que encuentra compañía por una noche solamente. Probamos cualquier cosa para tratar de dejar nuestra soledad. Esta es una bolsa que queremos dejar muy pronto.
Pero, ¿deberíamos hacerlo? ¿Debemos estar prontos a desecharla?
En vez de apartarnos de la soledad, ¿qué tal si nos volvemos hacia ella?
¿Podría ser que la soledad fuera no una maldición sino un regalo?
¿Un regalo de Dios?
¿Podría ser que la soledad fuera no una maldición sino un don? ¿Un Don de Dios?
… Me pregunto si la soledad no será la forma de Dios de llamar nuestra atención
Dios cambia la situación. Usted pasa de ser un solitario a ser amado. Cuando usted sabe que Dios lo ama, no se va a desesperar porque no tiene el amor de otros.
Jesús buscó la soledad luego de recibir la noticia de que Juan el Bautista había muerto. Algunas veces debemos enfrentarnos a nuestro dolor solos. Jesús, sin embargo, no se entregó al pesar, volvió a su ministerio.
Es posible que no se te haya ocurrido, que Jesús sabe lo que es la soledad, el desaliento y la tristeza. No obstante, él quiere que sepas que no estás solo.
Tu Señor te hizo. Te salvó. Tú eres su hijo escogido y especial. Y él está contigo, sea que lo sientas o no cerca de ti. El que no puedas verlo o tocarlo no significa que no esté contigo todo el tiempo. Puedes contar con sus promesas. Él te está diciendo: aunque pases por las aguas, yo estaré contigo.
Hay creyentes que no pueden creer que Dios sienta la soledad y el dolor que ellos sienten. Piensan que a Dios no le afectan las emociones humanas. Pero Dios no está allá lejos en el cielo, totalmente ajeno a nuestros problemas de la vida real. Él siente nuestras alegrías y nuestras tristezas. Y cuando estamos sufriendo, podría decirnos algo así:
“Puedes ver en la Biblia cuántas veces mi corazón se llenaba de compasión por los tristes, dolidos y destrozados. Cierta vez me encontré con una mujer de Samaria que había llegado sola al pozo para sacar agua (ver Juan 4). Le enseñé de qué manera mi amor podía satisfacer su sed espiritual”.
Dios sabe lo que está pasando en nuestro interior, aun cuando nadie más lo sabe. Ya sea que nos sintamos alegres o tristes, no podemos escondernos de él. ¿Lo dudas? Escucha las palabras del Salmo 139:1-2:
“Oh Jehovah, tú me has examinado y conocido. Tú conoces cuando me siento y cuando me levanto; desde lejos entiendes mi pensamiento”.
Jesús sabe exactamente lo que es sentirse desanimado. Pero más aún, él ya ha sido parte de tus experiencias dolorosas. Cuando sientes el dolor de los peores sufrimientos en tu vida, ¡puedes estar seguro de que él lo sabe y comprende, y que ha estado contigo todo el tiempo!
Dios les bendiga.
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