VENCIENDO LOS OBSTACULOS



Por: Esequiel Guerrero Marte

guerreroesequiel@hotmail.com



LUCAS 19: 2-3

“Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quien era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura”.

No hay nada que tratemos de hacer, que no presente una oposición. Cada vez que planeamos efectuar alguna cosa que nos sea provechosa, existirán piedras en el camino que no permitirán que lo planeado sea realizado en forma efectiva desde el principio.

Y aunque alguna persona logre realizar un sueño de la noche a la mañana, de seguro que en el transcurso de su trayectoria, encontrará algún cuello de botella que le hará agarrarse con las dos manos los pelos de la cabeza con mucha fuerza.

Los mismos grandes hombres de negocios, que hasta el momento son prósperos, han tenido momentos angustiosos e innumerables horas de reuniones con su personal, buscando alternativas viables que les ayuden a conseguir una idea innovadora, capaz de construir una balsa que pueda ayudarlos a mantenerse a flote ante un mundo competitivo y traicionero, en algunos momentos. Siempre existirá una oposición que, como la gravedad, va a impedir que levantemos el vuelo al éxito.

En el capítulo 19, Lucas nos presenta una interesante historia, que hemos escuchado desde que éramos pequeñitos: La historia de Zaqueo. El nombre Zaqueo, es la abreviatura de Zacarías y significa “Justo”. Lucas aprovechó la ocasión para calificar a este señor como un hombre “rico”, de modo que debía obtener un status social relevante en aquella época.

Era el jefe de los publicanos (cobradores de impuestos del imperio romano, quienes subyugaban al pueblo de Israel en el tiempo de Cristo). Mateo, antes de conocer al Señor, era cobrador de impuestos y posiblemente recibía órdenes de Zaqueo.

Es probable que Zaqueo obtuvo sus riquezas a través de la recolección de los impuestos, pues a los romanos no le importaba que los que hacían este oficio extorsionaran al pueblo cobrándole más de lo que ellos exigían.

Por lo que los recaudadores, que eran israelitas, mantenían en zozobra a sus compatriotas cobrándoles más de lo debido, para sus propios lucros personales.

Los israelitas odiaban a muerte a los recaudadores de impuestos por dos razones:

a) Porque siendo israelitas, no les importaba la situación económica que estuvieran pasando sus compueblanos e inmisericordemente les arrebataban aún lo que no tenían para ellos satisfacer sus gustos.

b) Porque ellos estaban ayudando al imperio romano, que eran considerados inmundos, pues eran gentiles y los judíos no podían juntarse con tales personas.

Zaqueo no era un simple cobrador de impuestos ¡Era el jefe de ellos! Mateo se le reconoce como cobrador de impuestos, pero no como un hombre rico. Zaqueo sí lo era. Puedo creer, de acuerdo a lo que vemos a diario en nuestro medio circundante, de que pudo Zaqueo hacerse poderoso, por los “extras” que recibía de los demás cobradores.

Él era el que recibía el dinero de todos, por lo que, a lo mejor, tenía un margen de ganancia en lo recaudado. Sin embargo, aunque era rico, había un vacío en su corazón que el dinero no lo podía llenar. Había un problema en lo más profundo de su ser, que lo estaba matando y no podía solucionarlo con sus propios medios.

Nadie sabe el tiempo que estuvo con esta penosa situación, pero lo que sí sabemos es que se decidió a buscar la cura para su mal, cueste lo que le cueste.

Mientras pensaba en esto, a lo mejor se dio cuenta de que Mateo dejó el trabajo de cobrador de impuestos para seguir a un misterioso personaje, que a todos atraía como abeja a la flor. ¿Cómo era posible? Tal vez los demás recaudadores le informaban a Zaqueo, la transformación que obtuvo Mateo luego que decidió seguir a ese majestuoso personaje, que le llamó profundamente la atención. Quizás pensó: “Él puede ayudarme a solucionar mi problema” y desde ese mismo instante, propuso conocerle.

Pero había un obstáculo: el ricachón era un enano y la multitud que estaba alrededor del hombre, que era nada más y nada menos que Jesús, le impedía allegarse a él, por más que lo intentara.

En esta parte podemos percibir el menosprecio que el pueblo le tenía a Zaqueo, pues nadie tuvo la molestia de hacer lo posible para que pudiera tener una entrevista directa con el Maestro, como había sucedido con aquel centurión que fue recomendado a Jesús por los ancianos del pueblo, para que le resolviera un caso, en una ocasión. Al contrario. Le impidieron el paso. Pero esto no le intimidó.

Estaba decidido a vencer todo obstáculo, con tal de conocer a este hombre que de seguro le ayudaría a llenar el gran vacío que por años había invadido su alma y que no pudo hacerlo a pesar de tenerlo todo. Hoy son muchos los que viven igual.

Zaqueo rompió las reglas de la etiqueta y el protocolo al trepar un árbol, mirándolo todo el que estaba a su alrededor. ¡No me importa! Diría. Subió al árbol y esperó con ansias. Sólo deseaba contemplar a Jesús. Su alma lo necesitaba, ansiaba con todas sus fuerzas conocerle y ese esfuerzo dio sus frutos.

No sólo tuvo la oportunidad de verle, sino que el mismo Jesús le miró y se detuvo para informarle que posaría en su casa en ese mismo instante. ¡Gloria a Dios! Zaqueo pudo encontrarse con Jesús, porque venció los obstáculos. No miró a la multitud ni el menosprecio. Decidió buscar el rostro del Señor y lo encontró.

Su vida fue diferente instantáneamente. Pudo encontrar lo que buscaba, porque con solicitud se empeñó a realizar sus sueños.

Esta es una bella historia que nos enseña a todos que debemos vencer los obstáculos que impiden la búsqueda de Dios.

Tenemos todos los recursos para hacerlo. Sólo debemos sentir el deseo y voluntad de tener un encuentro personal e íntimo con Jesús y esforzarnos hasta conquistarlo, como lo hizo Zaqueo.

De seguro que nuestra vida nunca más será igual, cuando nos encontremos con la mirada amorosa de nuestro maravilloso Señor.

Que el Señor bendiga nuestras almas, hoy y siempre.


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