Daniel 9:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos aquí la oración de Daniel, una de las más admirables del Antiguo Testamento. 1. Comienza con una introducción reverente (v. Dan 9:4), en la que da gloria a Dios: (A) Como a un Dios que debe ser temido: «¡Ah, Señor, Dios grande, digno de ser temido, tú que puedes enfrentarte con el mayor y más terrible de los enemigos de Tu pueblo». (B) Como a un Dios que debe ser creído y en quien puede depositarse una confianza absoluta: «que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y, como prueba de ese amor, guardan tus mandamientos». Es un Dios que mejora Sus promesas, pues añade a Sus palabras misericordia, algo más de lo que había en la letra del pacto. Fue muy apropiado el que Daniel pensase en la misericordia de Dios ahora que iba a poner ante Su presencia las miserias del pueblo y el que, por decirlo así, le hiciese a Dios a la memoria el cumplimiento de Sus promesas.

2. Sigue con una penitente confesión del pecado (vv. Dan 9:5, Dan 9:6). Cuando rogamos a Dios por bendiciones de carácter nacional, debemos humillarnos por los pecados de carácter también nacional. Dos circunstancias hacían más graves dichos pecados: (A) Con ellos habían quebrantado las leyes (v. Dan 9:5) que Dios les había dado por medio de Moisés. (B) Con ellos habían menospreciado los amables avisos (v. Dan 9:6) que Dios les había hecho por medio de los profetas.

3. Aquí tenemos un reconocimiento humilde de la justicia de Dios en todos los castigos que ha impuesto a Su pueblo: «Las rebeliones con que se rebelaron contra ti» dice (v. Dan 9:7, al final) eran la causa de todas las aflicciones que el pueblo había sufrido. Era algo de lo que todo el pueblo presente, y sus padres, debían avergonzarse (v. Dan 9:8). Los versículos Dan 9:10-14 detallan las rebeliones del pueblo y los castigos que Dios les infligió por esas rebeliones:

(A) Al hacerse solidario de los pecados de su pueblo, dice Daniel (v. Dan 9:10) «No obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, etc.». Como hace notar Ryrie, «Daniel se hace solidario de los pecados de su pueblo 32 veces en esta notable oración de confesión». «Todo Israel añade (v. Dan 9:11) traspasó tu ley, apartándose para no obedecer tu voz.» Y más adelante (vv. Dan 9:13 y Dan 9:14): «… y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y prestar atención a su verdad … pero nosotros no hemos hecho caso de su voz». Si los hombres fuesen llevados rectamente a considerar la verdad de Dios y a someterse al poder y a la autoridad de Su Palabra, se volverían del extravío de sus caminos. El primer paso para ello es implorar el favor de Jehová nuestro Dios, a fin de que la aflicción sea santificada antes de ser retirada.

(B) Daniel confiesa que Dios ha sido justo al castigar los pecados del pueblo. Por eso, dice, «ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés» (v. Dan 9:11, alude a Lev 26:14.; Deu 27:15.; Deu 28:15.; Deu 29:20, Deu 29:27, etc.). En concreto, al referirse a los pecados que habían provocado directamente la ruina de Jerusalén («tan grande mal …» v. Dan 9:12 ), dice que «ha cumplido la palabra que habló contra nosotros» (v. Dan 9:12, comp. con Isa 1:10-31; Miq 3:1-12). Esta confesión de la justicia de Dios al castigar a Israel con tan terrible ruina tiene su clímax y compendio en el versículos Dan 9:14: «Por tanto, Jehová veló sobre este mal y lo ha hecho venir sobre nosotros, porque es justo Jehová nuestro Dios en todas las obras que ha hecho». Porteous hace notar (citado por Walvoord) que el verbo veló, que puede traducirse también por «se mantuvo dispuesto» o «vigilante», es el mismo que usa Jeremías para decir que Dios estuvo atento a Su palabra para ponerla por obra (Jer 1:12; cf. Jer 31:28; Jer 44:27).

4. Tenemos luego una confiada apelación a la misericordia de Dios. (A) Dios siempre ha estado dispuesto a perdonar el pecado (v. Dan 9:9). Es «un Dios de perdones» (Neh 9:17. Lit.), «amplio en perdonar» (Isa 55:7, al final). (B) Daniel se remonta al pasado para dar aliento a su fe (v. Dan 9:15): «Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, etc. ¿Y no nos sacarás ahora de Babilonia con esa misma mano poderosa? ¿No ha dicho Dios que su liberación de Babilonia había de oscurecer a la que llevó a cabo al sacarles de Egipto (Jer 16:14, Jer 16:15)?»

5. Viene después una patética queja del oprobio bajo el que se hallaba el pueblo de Dios, y de las ruinas en que yacía el santuario de Dios. Sus vecinos se reían de ellos hasta el escarnio (v. Dan 9:16) y se alegraban de su desgracia (comp. con Éxo 32:12). El lugar santo de Dios estaba en ruinas; Jerusalén, la ciudad santa, hecha oprobio de Israel (v. Dan 9:16); el santuario, asolado (v. Dan 9:17); los altares, demolidos; todos los edificios, reducidos a cenizas.

6. Su oración se hace santamente importuna al rogar a Dios que restaure la condición de los judíos cautivos: «Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia (v. Dan 9:16), que son también actos de misericordia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte … Ahora, pues (v. Dan 9:17), Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus ruegos». Atendamos bien al objeto de sus peticiones:

(A) Pide que Dios aparte Su ira y Su furor de Jerusalén, Su santo monte (v. Dan 9:16). Esto es lo que todos los santos temen y así es como todos ellos imploran a Dios. No ruega directamente para que Dios los aparte a ellos del cautiverio (que Jehová obre con ellos como mejor le parezca a Sus ojos), sino, en primer lugar, que se aparte la ira de Dios. Si se quita la causa, cesará el efecto.

(B) Pide a Dios que Su rostro resplandezca (v. Dan 9:17, comp. con Núm 6:25) sobre el santuario asolado. El resplandor de la faz de Dios sobre las desolaciones del santuario es el único medio de que el santuario sea reparado, y sobre ese fundamento ha de ser reedificado. Por consiguiente, si los que aman el santuario quieren empezar su obra por el lado correcto, deben primero implorar con ahínco el favor de Dios.

7. Tenemos varios alegatos y argumentos con que Daniel refuerza sus peticiones. Dios nos permite, no sólo orar, sino también apelar, no para moverle a Él (pues sabe bien lo que va a hacer), sino para movernos a nosotros mismos y avivar nuestra fe.

(A) Confiesa que no merecen el favor de Dios, pues no dependen de ninguna justicia propia, sino sólo de la misericordia divina (v. Dan 9:18). Ya Moisés le había dicho a Israel (Deu 9:4, Deu 9:5) que lo que Dios hiciese por ellos no se debería a la justicia de ellos ni a la rectitud de su corazón.

(B) Se anima a orar a Dios, y toma de Dios mismo el ánimo para orar, sabedor de que Dios les favorecerá y perdonará en atención a la gloria de Su santo nombre: «¡No tardes más, en atención a ti mismo, Dios mío!» (v. Dan 9:19. También al final del v. Dan 9:17). En fin de cuentas, «Suyo es el tener compasión y el perdonar» (v. Dan 9:9). Todo aquello por lo que pide es algo que le atañe de cerca a Dios: «tu pueblo» (v. Dan 9:15), «tu ciudad Jerusalén, tu santo monte» (v. Dan 9:16), «tu santuario asolado» (v. Dan 9:17), «la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre» (v. Dan 9:18), «porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo» (v. Dan 9:19, al final). Es como un eco del Sal 119:94: «¡Tuyo soy yo, sálvame!»

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