Deuteronomio 22:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos hay varias leyes que parecen volar muy bajo y hacerse cargo de cosas pequeñas y sin importancia.

I. Hay que mantener bien clara la distinción de los sexos mediante el vestido, para mejor preservar la castidad propia y la ajena (v. Deu 22:5). Hay quienes opinan (y es muy probable) que aquí se tiene en cuenta la costumbre pagana de vestir a las mujeres con arreos de soldado, pues el hebreo dice: instrumentos de guerrero. Pero también podría referirse a las filacterias que sólo los varones usaban. No debe olvidarse, por otra parte, que en aquel tiempo, tanto los hombres como las mujeres usaban faldas; y que, en ocasiones, pueden resultar más modestos en una mujer unos pantalones no demasiado ajustados que una falda, especialmente si ésta es corta. 2. La ley tenía por objeto preservar una clara distinción entre el ropaje y el porte exterior de los sexos. 3. Es probable que la confusión en el ropaje hubiese servido de ocasión para cometer ciertas inmoralidades y, por este motivo, es objeto de especial prohibición.

II. Si se encontraba algún nido podían tomarse los huevos o los polluelos, pero se había de dejar libre a la madre (vv. Deu 22:6-7). Pero, ¿se cuida Dios de los pájaros? podríamos preguntar, a imitación de Pablo (v. 1Co 9:9). A esta pregunta responde el propio Salvador, cuando, quizás aludiendo a esta porción, dice: ¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios (Luc 12:6). Esta ley: 1. Prohíbe ser crueles con los animales, o gozarse en destruirlos. 2. Nos educa así para sentir compasión hacia nuestros propios semejantes, y para aborrecer hasta el pensamiento de todo cuanto tiene apariencias de bárbaro, de cruel, especialmente si se trata del sexo más débil, al que siempre hay que considerar con el mayor respeto, teniendo en cuenta, además de su calidad humana y su condición parigual a la del varón en cuanto a la herencia de la gracia de la vida (1Pe 3:7), sus trabajos y fatigas en dar a luz y criar a los hijos (Gén 3:16; 1Ti 2:15).

III. Al edificar una casa, hay que poner sumo cuidado en que no haya peligro de caerse de la azotea (v. Deu 22:8). Comoquiera que las casas remataban en azoteas o terrados, por los que los dueños y sus amigos solían pasear (y dormir), era necesario ponerles un pretil alrededor para evitar caídas que podían ser mortales. Según los rabinos, dicho pretil o parapeto había de tener, al menos, dos codos de altura. La negligencia en cumplir esta ley hacía al dueño culpable de la muerte que pudiese ocasionarse. De aquí puede verse: 1. En cuánto aprecio tiene Dios la vida humana pues la protege, no sólo con su providencia, sino también con su ley. 2. En cuánto aprecio, por consiguiente, hemos de tener también nosotros la vida de nuestro prójimo, y procurar evitar todo aquello que pueda ponerla en peligro, poner pretiles en puentes y espacios vacíos, cubrir pozos, reparar muros, guardar a buen recaudo, o sujetar con cadenas, etc. los animales que puedan atacar a las personas, y cualquier otro caso similar.

IV. Se prohíben las mezclas que no conglutinan decentemente (vv. Deu 22:9-10). Ya vimos algo de esto en Lev 19:19. Aparentemente, no hay nada inmoral en estas mezclas, excepto su carácter ceremonial y simbólico de la pureza y sinceridad. Por ello, carecen de vigencia actualmente; podemos sembrar juntamente trigo y avena o centeno, arar con caballos y bueyes, vestir de lino y lana, con conciencia tranquila. No olvidemos, además, que estas leyes tenían en cuenta a la sazón costumbres paganas de los pueblos vecinos y, por ello, los hijos de Israel habían de distinguirse también en esto, como pueblo separado para Dios.

V. Hay otra ley concerniente a los flecos que habían de ponerse en los bordes del manto, como recordatorio de los mandamientos de Dios. Se repite así lo dicho en Núm 15:38-39. Por todo esto, habían de distinguirse de los demás pueblos de modo que, a primera vista, pudiese decirse con seguridad: ¡Ahí va un israelita! En el Talmud se halla una bien conocida historia de cierto joven de vida licenciosa que, al fijarse un día en los flecos de su manto, volvió en sí hasta el punto de abandonar su vida depravada. Es cierto que, como dice el viejo refrán, «el hábito no hace al monje», pero también es verdad que, en muchas ocasiones, ayuda a mantener el respeto propio.

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