Deuteronomio 32:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de haber presentado a Dios como el gran Bienhechor, en general, de Israel, ahora Moisés refiere en estos versículos algunos casos de la bondad de Dios hacia ellos, y del cuidado que ha tenido de ellos. 1. Había casos antiguos, a los que apela: Acuérdate de los tiempos antiguos (v. Deu 32:7). Las historias auténticas de los tiempos antiguos son de gran provecho, en especial la historia de Israel y la historia de la primitiva Iglesia. 2. Otros casos eran más recientes y, a este respecto, apela a la memoria de sus padres y de los ancianos de Israel que todavía vivían y estaban entre ellos.

Tres son específicamente los casos de bondad de Dios hacia su pueblo Israel, a los que desciende Moisés con particular detalle:

I. La temprana designación de la tierra de Canaán para que fuese la heredad de ellos, pues ella era tipo y figura de la herencia espiritual que nosotros habíamos de tener en Cristo. Esta designación estaba determinada y preparada en los divinos designios (v. Deu 32:8).

1. Que, cuando la tierra fue dividida entre los hijos de los hombres Dios tenía ya a Israel en su pensamiento, pues reservó para él una heredad proporcional a lo numeroso del pueblo actual.

2. La razón que se da del cuidado singular que Dios tuvo con su pueblo, antes de que entrase en la escena de la historia humana, razón que exalta en gran manera la bondad de Dios y obliga a un profundo agradecimiento, es que la porción de Jehová es su pueblo (v. Deu 32:9). Aunque Dios es el Dueño y Señor de cielos y tierra, ha querido reservarse como heredad peculiar a Israel en un sentido mucho más íntimo que cualquier otro pueblo de la tierra.

II. Hacer de ese pueblo una nación un pueblo corporativamente bien organizado, para que estuviesen a punto para entrar en posesión de la herencia, como un primogénito llegado a la mayoría de edad, en el tiempo prefijado por el Padre. Y, en este sentido, era Canaán también tipo de nuestra herencia espiritual porque, al haber nacido de nuevo por la Palabra y el Espíritu también se nos ha adoptado por hijos mayores de edad, para que disfrutemos conscientemente de los privilegios que nos otorga la participación de la naturaleza divina, con el ingreso pleno en las actividades de la familia de Dios (Rom 8:15-17; Gál 4:5-7; Col 1:12). ¡Cuánto tiempo y trabajo se necesitó para moldear a este pueblo, darle una forma bien definida, y adaptarlo a las grandes cosas destinadas para ellos en la tierra prometida!

1. Le halló en tierra de desierto (v. Deu 32:10). Aquí se describe a Israel como una criatura abandonada y famélica, destinada a morir en el desierto, y a Dios se le presenta como a un viajero rico, poderoso y misericordioso, que se encuentra a esta pobre criatura, la rescata y se cuida de ella con todo cariño (v. Eze 16:3-9). Efectivamente, Israel se hizo pueblo en el desierto, allí comienza propiamente su historia, en aquellos cuarenta años durante los cuales Dios le sostuvo con sobrenatural alimento y solícita protección sin los que necesariamente hubiese perecido por completo. Se le llama la congregación en el desierto (Hch 7:38). Allí nació, fue criado y educado. (A) Su condición era desesperada. Era un yermo de horrible soledad (v. Deu 32:10), en el que no habría podido sobrevivir por sí mismo. (B) Su natural disposición era muy poco prometedora. La mayoría de ellos eran tan ignorantes de las cosas divinas, tan estúpidos e ineptos para entenderlas, tan volubles, displicentes y antojadizos, que bien podría deducirse que habían nacido en un desierto o en una selva, y allí habían sido descubiertos.

2. Lo trajo alrededor y lo instruyó. Lo condujo por medio de la columna de nube; pero no lo introdujo directamente en la tierra de Canaán, sino que, por la incredulidad de ellos, les obligó a dar un gran rodeo y de este modo les instruyó y educó. Los que aprenden cualquier asignatura, han de tomarse el tiempo necesario para aprender bien la materia. Mediante esta escuela, les puso a prueba la fe y la paciencia, así como su dependencia de Dios, y les acostumbró a la dureza del desierto, para fortalecerles el carácter. Cada etapa comportaba alguna instrucción. Podemos imaginarnos cuán poco preparado habría estado este pueblo para entrar en Canaán, si no hubiese pasado por la dura disciplina del desierto.

3. Lo guardó como a la niña de su ojo con todo el cuidado y toda la ternura posibles, y los protegió de las malignas influencias de los elementos en un campamento al aire libre, y de todos los peligros de un inhóspito desierto. La columna de nube y fuego era guía y protección para ellos.

4. Hizo con ellos lo que el águila hace con sus polluelos (vv. Deu 32:11-12). Se alude a este símil en Éxo 19:4: «Os tomé sobre alas de águilas». Aquí se detalla mejor este símil. El águila se caracteriza por el gran afecto que muestra hacia sus polluelos, ya que los protege y provee para ellos, y enseñándoles a volar. Para ello, excita la nidada revoloteando sobre ellos, a fin de que salgan de su sopor y se lancen al espacio, no sin antes tomarlos sobre sus alas para acostumbrarlos a surcar los aires apoyados en la madre, para que aprendan así a mover las alas, y puedan hacerlo después, sin peligro, por sí mismos. De paso, esto es un ejemplo para los padres, a fin de que sepan cómo educar a sus hijos y prepararlos para la vida, no permitiendo que se acostumbren a gustar de la ociosidad y educándoles con su ejemplo a seguir el camino recto y volar siempre hacia las alturas. Esto es lo que hizo Dios con Israel; cuando estaban ya acostumbrados a la esclavitud, y poco inclinados a dejarla, los excitó por medio de Moisés, a que aspiraran a la libertad. Los sacó de Egipto, les condujo a través del desierto, y ahora los puso a las puertas de la tierra prometida.

III. Los estableció en una buena tierra. Esto ya estaba realizado en parte, con la feliz instalación de las dos tribus y media, anticipo de lo que segura y rápidamente iba a hacerse con el resto de las tribus, que habían de disfrutar de gran abundancia de todo lo bueno: Miel de la peña, y aceite del duro pedernal (v. Deu 32:13). Incluso de las rocas les había dado miel, y del terreno silicoso de Palestina emergían abundantes olivos. Pastos y ganados, mieses y viñedos de aquella tierra del otro lado del Jordán, eran ya proverbiales por su exquisita calidad. Todo ello es, una vez más, tipo y figura de las abundantes y valiosísimas riquezas que en Cristo poseemos nosotros, especialmente el pan de su cuerpo, el vino de su sangre y el aceite de su Espíritu.

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