Efesios 2:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Contemplamos el extraordinario y maravilloso cambio que se efectúa en un miserable pecador cuando el amor y la gracia del Dios Salvador se ponen en ejercicio a su favor.

1. Después del sombrío cuadro que los versículos Efe 2:1-3 nos presentan, vemos la acción de Dios en su soberana, libre y amorosa iniciativa de tomar a su cargo la salvación del pecador. La conjunción griega de no es tan fuerte como allá y, como en otros lugares, indica más bien aquí la parte que Dios va a tomar. Los versículos Efe 2:4-6 deben traducirse del modo siguiente: «Dios, por su parte, porque es rico en misericordia (participio con sentido de oración causal), a causa de su mucho amor con que nos amó, y a pesar de estar nosotros muertos (pronombre y participio en acusativo regido del verbo siguiente) en nuestras caídas pecaminosas (gr. paraptómasin), nos vivificó juntamente con Cristo por gracia estáis hechos salvos , y (con Él) juntamente nos resucitó y (con Él) juntamente nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (lit.). Esta última frase indica, en este contexto, «el medio vital donde nosotros vivimos, resucitamos y ascendemos al cielo» (Leal). Como se ve por los prefijos que acompañan a los tres verbos («convivificó», «conresucitó», «consentó»), Pablo pone énfasis en nuestra unión vital con Cristo, puesto que, por la fe simbolizada en el bautismo, fuimos complantados con Él (Rom 6:5), a fin de compartir con Él el proceso salvífico de su muerte, resurrección y ascensión a los cielos (Rom 6:3-11; Gál 2:20; Flp 3:10; Col 2:12).

2. Como en el versículo Efe 2:5 y Efe 1:7, Pablo se ve embargado con el pensamiento de la riquezas de la gracia de Dios, riquezas sin medida (v. Efe 2:7), como se mostrará en el gran despliegue que Dios hará en los siglos venideros, es decir, cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste (Col 3:4). Entonces se verá claramente el «terreno de cultivo» de esta inmensa riqueza de la gracia de Dios: su benignidad («vocablo que denota el amor en acción», Foulkes) para con nosotros en Cristo Jesús.

3. Los versículos Efe 2:8-10 forman una de las más importantes porciones de toda la Biblia, por lo que requieren un análisis detallado. Dicen así al pie de la letra: «Porque por la gracia estáis habiendo sido salvados mediante (la) fe; y esto no (procede) de vosotros, de Dios (es) el regalo; no en virtud de obras, a fin de que nadie se jacte. Porque de Él (Dios) somos hechura (gr. poíema, de donde viene «poema»), creados (participio pasivo de aoristo; de una vez por todas) en Cristo Jesús (el mismo sentido de Rom 6:5 y de los vv. Efe 2:6 y Efe 2:7 de este mismo cap. Efe 2:1-22) para (lit. sobre) obras buenas, las cuales de antemano preparó Dios a fin de que en ellas anduviésemos». Vemos:

(A) Que todo el proceso de nuestra salvación se debe a la gracia (el favor gratuito, inmerecido) de Dios, la cual se obtiene mediante la fe. No somos salvos por fe, sino por gracia mediante la fe. Usando una ilustración muy clara y expresiva, podemos decir que la gracia es como el alimento, y la fe es como la cuchara o el tenedor con que tomamos la comida. No es el tenedor el que alimenta, sino la comida, pero tomamos el alimento con el tenedor o la cuchara. Esta ilustración servirá para evitar confusiones.

(B) Que también la fe es, de algún modo, regalo de Dios. Es cierto que Pablo dice (v. Efe 2:8): «Y esto (neutro) no proviene de vosotros, de Dios es el regalo». Aun cuando «esto» podría referirse al proceso mismo de la salvación, la construcción resultaría forzada y, en realidad, tautológica. Lo que Pablo. sin duda, tiene aquí en mente es salir al paso de alguien que podría decir: «Dios pone la gracia; el hombre pone la fe; así que el hombre pone su parte en su propia salvación». Pablo, siguiendo la citada ilustración, parece decir: «Somos alimentados espiritualmente por Dios, y hasta el mismo tenedor con el que comemos es regalo de Dios». Toda otra explicación huele, por lo menos a semipelagianismo. El propio jesuita Leal comenta así: «La fe no es precisamente el acto humano, sino la entrada en el ámbito vital de Cristo, adonde se llega al aceptar, con la ayuda de la gracia, la predicación del Evangelio». Pero esto no es suficiente para resolver el problema que aquí se nos plantea.

El problema es el siguiente: Si también la fe es don de Dios, ¿es el hombre un mero instrumento de Dios, de forma que no ponga nada de su parte, sino que sea Dios quien ponga el acto de fe en él? Esta era la opinión de los Reformadores, especialmente de Lutero y Calvino, expresada con el vocablo «monergismo» (que significa, «uno solo Dios , es el que obra en todo lo que es para salvación»). Los semipelagianos decían: «Dios pone la gracia; el hombre pone la fe». Esta opinión es expresada con el epíteto de «sinergismo» (lit. cooperación). Los teólogos jesuitas dicen: «Dios pone la gracia; el hombre pone la fe, pero movido y ayudado por la gracia». Quizás se quedan un poco cortos de lo que yo llamo «energismo» (Dios obra «en» el hombre, de forma que éste, capacitado por la gracia, libertado por la verdad del Evangelio, se entrega libremente al Señor y le recibe por fe, y entra así en el ámbito de la salvación). Esto comporta las siguientes conclusiones, de acuerdo con el tenor de la Palabra de Dios tomada en su conjunto:

Primera. El hombre es, por naturaleza, incapaz de hacer nada en orden a su salvación. Pero Dios, en su misericordia, ofrece al hombre, a todo hombre (v. Hch 17:30; 1Ti 2:4, etc.), la gracia suficiente para que su mente y su corazón iluminados por la verdad (¡Heb 6:4.!), sean responsables al aceptar o rehusar la gracia salvífica de Dios. Si Dios no ofrece ninguna gracia suficiente al hombre caído, la exhortación al arrepentimiento y a la fe son un puro sarcasmo (v. el comentario a Hch 17:30).

Segunda: La decisión (llamémosla de alguna manera, pues el hombre no es una máquina) de recibir por fe al Señor es también impulsada y ayudada por la gracia, por lo que dicha actitud del creyente bien puede seguir siendo considerada como regalo de Dios, ya que, sin la gracia de Dios, tampoco el hombre, aun iluminado por la verdad, podría creer. De modo que, sin la gracia, el hombre solamente puede rehusar la invitación del Evangelio. Lo contrario es hacer de menos la operación del Espíritu Santo en la necesaria convicción de pecado y la comprensión de la necesidad de acudir al Salvador.

Tercera. Esto es suficiente para admitir que nadie puede venir a Jesús a menos que el Padre le atraiga (Jua 6:44). Pero esta atracción (esta «gracia» considerada como «fuerza») NO SIEMPRE es irresistible. Es cierto que, en muchas ocasiones (cada creyente puede dar testimonio de sí mismo), la atracción de la gracia es, de algún modo, psicológicamente irresistible, por la forma en que el mensaje, con ayuda (muchas veces) de toda clase de circunstancias, se impone al individuo, de forma que éste se ve como empujado a entrar por la puerta que conduce a la vida. Pero que éste sea SIEMPRE el caso, de forma que la gracia salvífica de Dios NUNCA sea resistida y rechazada, es algo que ni la Biblia (bien entendida) ni la experiencia demuestran en forma alguna. Es sintomático que los creyentes más afectados psíquicamente por una especie de empujón (la conversión de «crisis») sean los que se expresan en forma de lo que alguien ha llamado gráficamente «gracia tumbativa»: el propio Pablo, Agustín de Hipona, Martín Lutero, Juan Wesley, etc. Pero hay muchísimos otros que solamente se han entregado después de rechazar por algún tiempo (a veces, largo) la gracia de Dios (conversión de «proceso»).

(C) Que no somos salvos por obras, sino para obras. En otras palabras, nuestra salvación no puede depender de obras, pero está orientada hacia el bien obrar. El apóstol no usa la preposición eis («hacia» buenas obras), sino epí («sobre» buenas obras); sin duda, porque tiene en cuenta la «andadura» a la que alude en el mismo versículo. Dicha diferencia entre el «por» y el «para» se comprenderá con toda claridad por medio de otra gráfica ilustración: La fe es como la raíz de un árbol; las obras buenas son como los frutos del árbol. Lo que da la vida, la savia, al árbol no es el fruto, sino la raíz; pero el árbol manifiesta que está vivo y sano al dar buenos frutos. Del mismo modo, no son las obras buenas las que salvan al hombre, sino la fe (la gracia mediante la fe); pero el hombre demuestra ser salvo mediante las buenas obras que lleva a cabo, pues son el fruto del Espíritu (Gál 5:22).

(D) Según explicamos ya en el comentario al versículo 1 del presente capítulo, el pecador está muerto en sentido psicológico-espiritual. Su espíritu (sus facultades mentales, afectivas y volitivas) vive físicamente, pero está desorientado e inclinado al mal, por lo que la conversión se expresa (vv. Efe 2:4.) en términos de «nueva vida». De ahí que hallemos en el versículo Efe 2:10 los términos «hechura» (comp. con Gén 1:26) y «creados» (comp. con 2Co 5:17). Han de entenderse, pues, en el plano sobrenatural, no físico.

(E) El apóstol dice que Dios «preparó de antemano nuestras buenas obras para que anduviésemos en ellas» (comp. con 1Pe 2:21). Una mala inteligencia de estas frases puede causar confusión. Pablo no quiere decir que Dios tenga reservadas en algún almacén nuestras futuras obras buenas para extenderlas después como una alfombra en la que vayamos posando nuestros pies, sino que la «nueva creación» (2Co 5:17), el «ámbito vital de Cristo» (vv. Efe 2:6, Efe 2:7, Efe 2:10) dentro del cual nos movemos, comporta como necesario ingrediente el fruto de buenas obras. Junto, pues, con la gracia salvífica y la capacidad para creer, Dios dispuso de antemano que adoptásemos una conducta consecuente con la fe que hemos profesado, y esa conducta (esa «andadura») está orientada hacia el bien obrar. Quizás pueda ayudar esta ilustración: Al salvarnos, Dios nos pone en buen camino, nos da una buena luz (comp. con Sal 119:105) y nos proporciona unos buenos pies.

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