Efesios 5:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta sección, el apóstol particulariza la exhortación del versículo Efe 5:21 de tal modo que, sin repetir el verbo «sometiéndoos», dice textualmente (v. Efe 5:22): «Las mujeres estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor», pero el verbo «estando sometidas (esto es, subordinadas) o, mejor aún, por paralelismo con el versículo Efe 5:25, «estad sometidas» está claramente sobrentendido. Comienza, pues, Pablo aplicando la norma general de la mutua subordinación a las relaciones conyugales. Lo hace en toda esta sección. Un resumen de todo lo que dice en Efe 5:22-33; Efe 6:1-20 se halla en Col 3:18-25; Col 4:1-3Col 3:18-25; Col 4:1-3. Notaremos las diferencias en el comentario a Colosenses. De entrada, conviene observar el hecho de que, mientras Pedro dedica seis versículos a los deberes de las esposas, y uno sólo a los de los maridos (v. 1Pe 3:1-7), Pablo dedica aquí tres versículos (Efe 5:22-24) a los deberes de las esposas, y siete a los maridos (Efe 5:25-31), y resume los deberes de ambos en el versículo Efe 5:33, y es el versículo Efe 5:32 un pequeño paréntesis. Pedro era casado; Pablo, no.

1. Dirigiéndose a las casadas, les advierte que deben estar sometidas a sus respectivos maridos en todo, de la misma manera que la Iglesia está sometida a Cristo (vv. Efe 5:22, Efe 5:24). La razón (v. Efe 5:23) es que «el marido es cabeza de la mujer (comp. con 1Co 11:3), así como Cristo es cabeza de la Iglesia (Efe 1:22, Efe 1:23; Efe 4:15; Col 1:24). Por la frase final del versículo Efe 5:23, «la cual es su cuerpo, y Él (Cristo) es su Salvador», se advierte el «sentido esencialmente vital y soteriológico. Proporcionalmente debe tomarse la metáfora en el mismo sentido cuando se aplica al marido» (Leal). En efecto, así lo insinúa la comparación que hallamos en el versículo Efe 5:25. La última frase del versículo Efe 5:22 «como al Señor» (no sólo «en el Señor») da a entender que, en la nueva dimensión sobrenatural del matrimonio cristiano, las mujeres casadas deben someterse a sus respectivos maridos como quien se somete a la santa voluntad de su bendito Salvador. Dice Hendriksen: «Esta obediencia debe ser, de parte de ella, una sumisión voluntaria; y, por cierto, solamente a su propio marido, no a cualquier hombre. Lo que, por otra parte, le hará más fácil dicha obediencia es que se le manda entregarla como al Señor ; esto es, como parte de la obediencia a Aquel que murió por ella».

2. Si a la mujer casada se le pide sumisión y respeto (vv. Efe 5:22, Efe 5:33) al marido, al marido se le pide amor y sacrificio por la mujer.

(A) Como cabeza de la mujer, el marido (v. Efe 5:25) ha de amarla, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (comp. con el v. Efe 5:2). Mayor amor que éste no cabe, y ésta es la meta que se le propone a todo creyente casado con respecto a su mujer: un amor sacrificado, que no busca su propio interés, sino el bien (de toda clase) de su esposa.

(B) El apóstol parece hacer una digresión (vv. Efe 5:26, Efe 5:27) a fin de explicar cuál era el objetivo escatológico de la redención: «santificarla (separarla para sí, que es el aspecto positivo y primero) y purificarla (limpiarla, que es el aspecto negativo) con el lavamiento del agua en la palabra». Que el «nuevo nacimiento» se lleva a cabo «mediante la palabra (gr. diá toú logóu el mensaje en su contenido) de Dios» (1Pe 1:23), no admite duda; el agua material no puede limpiar el espíritu humano. Pero el Nuevo Testamento (v. Jua 3:5), especialmente Pablo (Rom 6:3.; Efe 5:26, Tit 3:5), asocia la purificación llevada a cabo mediante la Palabra de Dios con el agua bautismal, que es símbolo del bautismo interior (comp. con 1Co 12:13). Por consiguiente la frase paulina del versículo Efe 5:26 («con el lavamiento del agua en la palabra gr. en rhémati , la palabra como expresión concreta) engloba, en mi opinión (que es la de la mayoría absoluta de los autores), el símbolo del agua material juntamente con el contenido de la confesión de fe, previa al bautismo o, mejor aún, con el de la fórmula bautismal (v. Mat 28:19). Esta opinión se confirma por la velada alusión (probable) al baño nupcial, que era ceremonia corriente en las bodas de los griegos.

(C) El simbolismo nupcial, que acabamos de mencionar, tiene su mejor expresión en el versículo Efe 5:27: «a fin de presentar Él a sí mismo gloriosa la Iglesia, no teniendo mancha ni arruga ni nada de tales cosas, sino para que sea santa y sin mancha (los mismos vocablos de Efe 1:4)» (lit.). Si se compara este versículo con Apo 19:7, Apo 19:8; Apo 21:2, no puede menos de advertirse la semejanza. Es el momento en que se van a celebrar «las bodas del Cordero», lo cual supone, por tanto, que el Esposo ha venido ya a «presentarse a sí mismo la esposa». En las bodas ordinarias, es la novia la que se prepara a sí misma para presentarse ante el novio, pero en esta boda del Cordero, «la novia no puede hacer nada por sí misma para presentarse hermosa a los ojos de su Señor. Por necesidad, todo es obra de Él» (Foulkes).

(D) Tras de esta digresión, el apóstol exhorta a los maridos a amar a sus mujeres, no sólo en calidad de cabeza (que denota superioridad), sino por formar una sola carne (v. Gén 2:24) con la mujer (vv. Efe 5:28-31). En efecto, Pablo cita completo (v. Efe 5:31) el mencionado versículo Efe 5:24 del capítulo Efe 5:2 del Génesis. Al ser, pues, ya una sola carne, «el que ama a su mujer, se ama a sí mismo» (v. Efe 5:28). Y, por cierto, el amor que uno se tiene a sí mismo es sumamente práctico (v. Efe 5:29): «Porque ninguno odió jamás su propia carne, sino que le proporciona constantemente sustento y abrigo, así como el Cristo a la Iglesia» (lit.). Y para dar razón de una identidad semejante a la de los versículos Efe 5:28, Efe 5:29 y Efe 5:31, añade (v. Efe 5:30): «porque somos miembros de su cuerpo (de Cristo)». Lo siguiente («de su carne y de sus huesos») no aparece en los MSS más antiguos; esto hace pensar que «fue añadido bajo la influencia de Gén 2:23» (Foulkes). Lo importante es la mención del sustento y del abrigo (calor, refugio y defensa) que el marido debe proporcionar a la mujer.

3. El versículo Efe 5:32 constituye un inciso que, por las malas interpretaciones que se le han dado, requiere un análisis especial.

(A) El texto dice al pie de la letra: «El misterio este grande es, mas yo (lo) digo con respecto (gr. eis) a Cristo y a la Iglesia». Una comparación con 1Ti 3:16 («… grande es el misterio de la piedad») nos ayudará a la comprensión del presente versículo. Estamos, pues, aquí dentro del repetidamente llamado «misterio de Cristo». El sentido, como lo ha visto bien Foulkes, es: «La verdad que aquí subyace, escondida pero revelada en Cristo, es admirable». La Vulgata Latina vertió el griego mystérion por el latín sacramentum, y así se introdujo en la Iglesia la idea del matrimonio como «sacramento», pero esta idea es totalmente ajena al texto y al contexto. Es un alivio el notar que los propios exegetas catolicorromanos han abandonado ya tal interpretación. Comenta admirablemente J. Leal: «En Efe 3:1-14, y particularmente en Efe 3:6, se nos describe el misterio de Cristo como la unión de los judíos y gentiles en un solo cuerpo bajo una misma cabeza, que es Cristo. El gran misterio es, pues, la unión de Cristo y de la Iglesia, descrita con los términos mismos con que Gén 2:24 describe la unión del hombre y la mujer. El misterio consiste en que Cristo y la Iglesia forman una unidad, como el marido y la mujer forman una carne, y, en la perspectiva de la exhortación a los maridos, que Cristo ve en la Iglesia su propia carne para tratarla como a tal. Este misterio estuvo escondido por los siglos, pero ahora, después de la glorificación de Cristo, ha sido revelado a los profetas de la Nueva Alianza, y por esto Pablo puede fundar en esta unión matrimonial de Cristo y de su Iglesia la moral de los casados».

(B) La razón, pues, por la que Pablo añade la frase: «mas yo lo estoy diciendo con referencia a Cristo y a la Iglesia» (v. Efe 5:32) es para que nadie piense que el «misterio» está en la unión íntima del hombre y la mujer. Adán ciertamente no estaba revelando ningún «misterio» cuando dijo las palabras que leemos en Gén 2:24. Este «misterio» sólo era tal con referencia a la unión de Cristo con la Iglesia, de forma que, en un solo Cuerpo (la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo 1Co 12:13; Col 1:24 ), tuviesen cabida, como miembros del mismo rango, aunque de diversa función, todos los creyentes, tanto de extracción judía como de extracción pagana. El apóstol ha insertado aquí la mención de tal «misterio» únicamente porque le servía para poner de relieve el carácter sobrenatural del matrimonio cristiano.

4. El versículo Efe 5:33 es una especie de conclusión o compendio de lo que Pablo acaba de exponer concerniente a las relaciones conyugales, pero su conexión con lo que antecede queda algún tanto oscurecida en muchas versiones. La Nueva Biblia Española y la de Las Buenas Nuevas ofrecen una espléndida traducción, aunque algún tanto libre para los que prefieren fidelidad a la «letra». La mejor versión, por equilibrar la letra y el sentido, es la NVI, que dice así: «Sin embargo, también cada uno de vosotros debe amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer debe respetar a su marido». Con ese «Sin embargo, también …» (lit. gr. plen kai), el apóstol da a entender que la verdad encerrada en el «misterio de Cristo» tiene también aplicación a la ordinaria unión matrimonial entre creyentes cristianos, pues también en ella el marido debe amar a su mujer como Cristo amó a su Iglesia (comp. con el v. Efe 5:25), y la mujer debe respetar a su marido, como la Iglesia a Cristo (comp. con el v. Efe 5:24).

La última frase del versículo Efe 5:33 dice literalmente: «y que la mujer tema al marido». En esa conjunción «que» (gr. hína, para que, a fin de que) se advierte cierto énfasis, como si dijese: «Y que no se le olvide a la mujer que debe respetar a su marido». El verbo griego es phobétai («tema»), pero, como se ha de entender siempre en la Biblia, se trata de un temor reverencial, de un respeto que no está reñido con el amor ni con la confianza íntima. Aunque parezca extraño, el griego no tiene dos vocablos diferentes para distinguir el temor reverencial del miedo, como los tiene el hebreo; pero el contexto indica claramente si el texto se refiere al temor o al miedo.

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