Ezequiel 1:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El objeto de estas visiones: (A) Infundir en la mente del profeta altos y honorables pensamientos de Dios por quien era comisionado. Lo que vio (v. Eze 1:28) fue «la apariencia de la imagen de la gloria de Jehová». Un Dios tan grande como éste había de ser servido con reverencia y piadoso temor. (B) Aterrorizar a los pecadores que quedaban en Sion, lo mismo que a los que habían llegado ya a Babilonia, y que, tanto unos como otros, habían menospreciado las amenazas de la ruina de Jerusalén. Esta referencia a la destrucción de Jerusalén parece clara si comparamos esta porción con Eze 43:3. (C) Consolar a los temerosos de Dios, que se habían humillado bajo la poderosa mano del Señor. Que sepan que, aunque están exiliados en Babilonia, tienen a Dios cerca de ellos; aunque no tengan el lugar del santuario, sin embargo tienen al Dios del santuario. Ahora que la congregación de Israel iba a ser plantada, para largo tiempo, en otro país, el Señor muestra Su gloria en medio de ellos, como lo hizo cuando los constituyó como nación en el desierto. La primera parte de la visión presenta a Dios asistido y servido por ángeles.

1. La introducción a esta visión de los ángeles es magnífica y despertadora (v. Eze 1:4). El profeta miró y vio que venía del norte un viento tempestuoso. Del norte le habían venido a Israel las grandes calamidades (comp. con Jer 1:14, Jer 1:15; Jer 4:6). La representada ahora era, por supuesto, la invasión total de la Tierra Santa a manos de los caldeos. Pero, como la visión de Isa 6:1-13, el objetivo principal era expresar la absoluta soberanía de Dios. Dice Feinberg: «Entre los atributos de Dios puestos de relieve en esta visión están Su omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia. Compárese el llamamiento de Ezequiel con el de Moisés (Éxo 3:1-22), Amós (Amó 7:15), Isaías (Isa 6:1-13) y Jeremías (Jer 1:4-10)».

2. La visión misma.

(A) El pabellón de Dios en el que descansa y el carro en que se pasea es una gran nube (v. Eze 1:4, comp. con Sal 18:11; Sal 104:3). La nube va acompañada de fuego fulgurante, como en el Sinaí, donde Jehová llamó a Moisés de en medio de la nube. Y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador (Éxo 24:16, Éxo 24:17). La primera aparición de Dios a Moisés fue también en una llama de fuego en medio de una zarza (Éxo 3:2). Y continúa Ezequiel (v. Eze 1:4): «y alrededor de él (el fuego) un resplandor». Comenta Ryrie: «Ezequiel vio una nube que fulguraba desde un centro de metal reverberante». El hebreo lo llama jashmal e indica una mezcla brillante de oro y plata, que los LXX vertieron por élektron, y la Vulgata Latina por electrum, y de ahí pasó al castellano en forma de electro. Una consideración devocional se desprende de todo esto: Si queremos hallar a Dios, es cierto que no podremos ver el centro de la luz inaccesible en que habita (1Ti 6:16), pero podremos ver el resplandor que le rodea. Tampoco Moisés pudo ver el rostro de Dios, sino sólo la espalda (Éxo 33:23).

(B) Del centro (v. Eze 1:5) emergía la figura de cuatro seres vivientes, «identificados como querubines (Eze 10:15, Eze 10:20; v. nota en Apo 4:6). Los querubines son un orden de ángeles, interesados en guardar la santidad de Dios. Guardaban el acceso al árbol de la vida (Gén 3:24)» (Ryrie). Vemos que no eran Dios, sino criaturas de Dios, obra de Sus manos. Su aspecto general era como una semejanza (hebr. demut, el mismo vocablo de Gén 1:26: «… conforme a nuestra semejanza»). Esto se dice especialmente para hacer notar que tienen inteligencia, no son animales. De ellos se nos dan los siguientes detalles:

(a) Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas (v. Eze 1:6). De las alas, el detalle general es que (v. Eze 1:9) con las alas se juntaban el uno al otro. Más adelante (v. Eze 1:11), vemos que tenían sus alas extendidas por encima, las cuales se juntaban, esto es, la derecha de uno con la izquierda de otro; y las otras dos cubrían sus cuerpos. Puede verse la diferencia, en esto, con las de los serafines de Isa 6:2. Se notará en este último lugar que los serafines ocultaban con dos alas su rostro, no su cuerpo, con otras dos sus pies, y necesitaban otras dos para volar, mientras que los querubines de Eze 1:5. no volaban, sino que caminaban (v. Eze 1:12); no necesitaban, pues, cubrir los pies, sino el cuerpo, por reverencia a Jehová. El rostro quedaba cubierto, según la más probable explanación (ya ofrecida por el Rashí), de forma que «dos de las cuatro alas de cada criatura estaban extendidas por encima del rostro y unidas por ambos lados a las alas del respectivo vecino, de forma que cada rostro quedaba oculto por las alas» (citado por Fisch).

(b) En cuanto a las caras, la cara frontal (v. Eze 1:10) era de hombre; la del lado derecho, de león; la del lado izquierdo, de buey; y por detrás, de águila. Dicen los rabinos, según cita Ryrie: «El hombre está exaltado entre las criaturas; el águila, entre las aves; el buey, entre los animales domésticos; el león, entre las fieras; y todos cuatro han recibido dominio y se les ha dado grandeza; sin embargo, están estacionados debajo de la carroza del Santo». Otras explicaciones pueden verse en el comentario a Apo 4:7.

(c) Los pies o piernas de los cuatro seres vivientes eran derechos (v. Eze 1:7), es decir, sin junturas como la de la rodilla, a fin de estar listos para moverse rápidamente en cualquier dirección; la planta era (v. Eze 1:7) como planta de pie de becerro, es decir, «redonda, para volverse lisamente en cualquier dirección» (Lofthouse, citado por Fisch); añade que los pies (v. Eze 1:7) centelleaban a manera de bronce muy bruñido (comp. con Dan 10:6; Apo 1:15). Recordemos que el bronce es símbolo de la ira, o de la majestad severa, de Dios.

(d) Además de las caras, las alas y los pies, se añade (v. Eze 1:8) que, debajo de sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos, esto es, cuatro manos, de hombre. Feinberg compendia del siguiente modo el significado de todos estos miembros:

Las manos de hombre hablan del poder de manipulación y de cierta destreza de toque. La unión de las alas pone de relieve la perfecta unidad de acción por parte de las criaturas vivientes. Sus rostros son: el de hombre, que nos habla de inteligencia; el de león, que indica majestad y poder; el de buey, que despliega servicio paciente; el de águila, que sugiere rapidez de juicio y discernimiento a distancia.

(e) Finalmente, se nos dice (v. Eze 1:9, y se repite en los vv. Eze 1:12 y Eze 1:17) que no se volvían cuando andaban, sino que cada uno caminaba derecho hacia adelante. Para que el lector pueda imaginarse fácilmente estos movimientos, ténganse en cuenta estos tres puntos: Primero, que los cuatro seres vivientes forman un cuadrado en el que las respectivas caras de hombre miran al frente, segundo, que, al tener cada uno una cara a cada lado, no necesitan volverse cuando se les ordena cambiar la dirección del movimiento; tercero, que caminan (v. Eze 1:12) hacia donde el espíritu les mueve a que anden; no siguen sus propios impulsos, sino los del espíritu divino que les anima. El caminar derecho, como dice Feinberg, «nos declara la verdad de que los principios de la soberanía de Dios siguen su curso sin desviación». Según la dirección a las que el espíritu les impulsaba, estos seres vivientes (v. Eze 1:14) corrían y volvían a semejanza de relámpagos, ¡tal era su rapidez!

(C) El versículo Eze 1:13 es vertido de dos maneras: (a) El texto masorético dice: «Y la semejanza de los seres vivientes (era): su apariencia como de carbones de fuego, ardiendo como la apariencia de antorchas; fulguraba de un lado a otro en medio de los seres vivientes; el fuego resplandecía; y del fuego salía el relámpago» (lit.). (b) Algunas versiones modernas (no la NVI) siguen a los LXX, la Vulgata y a ciertas versiones muy antiguas, y cambian del modo siguiente la primera frase del versículo: «Y en medio de los seres vivientes, una visión como de carbones de fuego encendidos, etc.». En cualquiera de los dos casos, y no hay por qué apartarse del texto hebreo, el sentido es claro: El profeta vio estos seres vivientes a la luz misma que de ellos emanaba, debida al resplandor como de brasas ardiendo que había en el centro del cuadro que ellos formaban. Los ángeles son criaturas de luz, y están en la luz, pero nosotros los vemos a ellos y sus obras como a través de antorchas que fulguran de un lado a otro por entre ellos; cuando se marchen las sombras y despunte el día, los veremos con toda claridad.

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