Ezequiel 18:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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A veces, los malos proverbios engendran buenas profecías.

1. Un malvado proverbio, comúnmente usado por los judíos en su cautiverio, con el que se acusa de injusticia a Dios (v. Eze 18:2): «Usáis este proverbio sobre la tierra de Israel, ahora que está desolada por los juicios de Dios, y decís: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera; somos castigados por los pecados de nuestros antepasados, lo cual es tan absurdo como si los hijos sufriesen dentera por haber comido sus padres uvas agrias, mientras que, si los hombres comen o beben algo que haga daño, ellos solos sufren las consecuencias». Es cierto que Dios había dicho con frecuencia que había de visitar la iniquidad de los padres en los hijos, especialmente el pecado de idolatría, con lo que expresaba la maldad del pecado. Había también declarado a menudo, por medio de los profetas, que, al traer sobre Judá y Jerusalén la presente ruina, tenía en cuenta los pecados de Manasés y de otros reyes que le precedieron. Todo esto lo veían como una injusticia por parte de Dios.

2. Dios da una justa respuesta a este injusto proverbio: «Vuestra propia conciencia os es testigo de que vosotros mismos habéis comido de esas uvas agrias que vuestros padres comieron antes de vosotros; si no fuese así, no sufriríais ninguna dentera». Dios no castiga a los hijos por los pecados de los padres, a no ser que sigan las pisadas de sus padres y llenen así la medida de su iniquidad (Mat 23:32). Sólo en las calamidades temporales es donde los hijos suelen pasarlo peor a causa de la maldad de sus padres, pero Dios puede hacer que esas calamidades les sirvan de provecho espiritual. En cambio, en cuanto a las miserias espirituales y la condenación eterna, de ninguna forma pagan los hijos por los pecados de los padres.

3. Al dar esta respuesta, Dios declara también Su absoluta soberanía sobre cada ser viviente (v. Eze 18:4): «He aquí que todas las almas son mías». Como dice Fisch: «Incluso el padre y el hijo, que tan relacionados están físicamente el uno con el otro, son entidades separadas a los ojos de Dios». Por eso, no carga la culpa del padre sobre el hijo, ni la del hijo sobre el padre. Tiene tal amor por cada alma, que ninguna morirá (v. Eze 18:4, al final) si no es por su propia culpa. El pecado es un acto del alma (el cuerpo es sólo un siervo obediente; de suyo, neutral); por consiguiente, el castigo del pecado es tribulación y angustia sobre toda alma (Rom 2:9, lit.). Si un hombre es justo y obra según el derecho y la justicia (v. Eze 18:5), de seguro (v. Eze 18:9) vivirá, dice el Señor Jehová.

4. Ahora bien, un hombre justo es diligente en guardarse: (A) De pecados contra el segundo mandamiento del Decálogo. En esta materia, «no come sobre los montes» (v. Eze 18:6), es decir, no participa de los sacrificios rituales ofrecidos a los ídolos sobre los lugares altos (comp. con 1Co 10:20). (B) De pecados que violan el séptimo mandamiento (v. Eze 18:6), pues conserva bajo control, en sujeción a la razón y a la virtud, los apetitos de la pasión sensual. (C) De pecados contra el octavo mandamiento (vv. Eze 18:7, Eze 18:8); no sólo no peca por comisión, sino que tampoco peca por omisión; no oprime a nadie ni se aprovecha de la necesidad de nadie, sino que trata a todos con justicia y caridad. En una palabra (v. Eze 18:9), obra rectamente en todo; «es un auténtico tsaddiq justo ante los hombres y sobre todo ante Jehová; de aquí la promesa seguro que vivirá con una vida que se opone a la muerte del pecador (v. Eze 18:4)» (Asensio).

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