Ezequiel 19:10 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Jerusalén, la metrópoli del reino del sur, es presentada aquí bajo otra figura: la de una vid, y los príncipes son sus pámpanos. Ya vimos esta comparación en el capítulo Eze 15:1-8.

1. Jerusalén es una vid. El versículo Eze 19:10 comienza literalmente del siguiente modo: «Tu madre (el reino del sur), como una vid en tu sangre», esto es, «en tu vigor natural» (Fisch). Sin embargo, la mayoría de los autores lee «en tu semejanza», al cambiar ligeramente el vocablo hebreo. Y una vid en todo su vigor puede tener muchos pámpanos. Jerusalén estaba llena de hábiles magistrados, que eran robustos sarmientos (v. Eze 19:11), ramas de vigor poco común, tan fuertes que podían servir para cetros de reyes. Cuando la familia real de Judá era numerosa, y los tribunales de justicia estaban llenos de hombres con seso y probidad, la estatura de Jerusalén se elevó por encima de entre los ramajes espesos (lit.). Muchos autores modernos opinan que la o breve de abothim sustituye a una o larga, por lo que habría de traducirse: «… se elevó hasta en medio de las nubes». Cuando Sedequías se mantuvo sumiso bajo el yugo del rey de Babilonia, su reino floreció considerablemente.

2. Esta vid aparece ahora destruida. Provocado por la traición de Sedequías, Nabucodonosor la arrancó con ira (v. Eze 19:12), asoló la ciudad y cercenó todas las ramas de la familia real: «sus fuertes sarmientos fueron quebrados y se secaron; los consumió el fuego» (v. Eze 19:12). «Ahora (v. Eze 19:13) está plantada en el desierto.» Así describe el texto sagrado la condición de la capital caldea donde se hallaban ahora los deportados de Judá, porque Babilonia era realmente como un desierto para los israelitas que habían sido llevados allá cautivos. Aquellos sarmientos fuertes del versículo Eze 19:12 habían sido instrumentos de opresión, y son ahora destruidos con la vid. La tiranía es la puerta que da paso a la anarquía y, cuando la vara del gobierno se convierte en serpiente de opresión, es justo que Dios diga: «No habrá sarmiento robusto que sirva para cetro de gobernante (v. Eze 19:14); ¡sean los hombres como los peces del mar, donde el gordo se traga al chico!» El cetro quedará en las manos de Dios, hasta que venga Aquel Siloh, para quien está reservado (v. Gén 49:10; Luc 1:32, Luc 1:33. V. también Eze 21:27).

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