Ezequiel 3:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Las instrucciones que siguen las dio Dios a Ezequiel al cabo de los siete días (v. Eze 3:16), es decir, al séptimo día después de la visión que había tenido; y es probable que tanto ésta como aquélla tuviesen lugar en sábado. Vino, pues, a él palabra de Jehová (v. Eze 3:16). Después de meditar toda la semana sobre las cosas de Dios, estaba preparado para hablar al pueblo en nombre de Dios, y para oír a Dios hablándole. Vemos:

1. El oficio al que es llamado el profeta (v. Eze 3:17): Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel. Ezequiel va a ser un vigía, como es el guarda en una ciudad, el pastor en un rebaño, el centinela en el campo de batalla, especialmente en un país invadido por el enemigo o en una ciudad sitiada, a fin de que vigile los movimientos de las fuerzas enemigas y haga sonar el toque de alarma ante la inminencia del peligro. Esto supone que la casa de Israel se halla en estado de guerra y expuesta a los ataques de un enemigo poderoso y sutil. Los centinelas corren grave peligro, pues el enemigo obtiene una señalada victoria si logra dar muerte, o hacer desertar, a los centinelas, ya que así puede tomar por sorpresa a las tropas adversarias. Por otra parte, los centinelas no pueden abandonar su puesto, sea cual sea el peligro que les aceche, pues caerían ejecutados por sus propios jefes. Tal es el dilema de los pastores de la Iglesia, vigías del rebaño: los hombres los maldicen si son fieles, pero Dios los maldice si son falsos.

2. El oficio de un centinela es recibir informe y dar informe.

(A) El profeta, como atalaya, tiene que tomar nota de lo que Dios ha dicho con respecto a Su pueblo. No debe hacer como los demás atalayas, que vigilan y miran a todas partes para espiar un peligro o adquirir por sí mismos la necesaria información, sino que ha de mirar arriba, a Dios y a nadie más (v. Eze 3:17): «Oirás, pues, la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte».

(B) Debe informar de lo que ha oído, no por su propia investigación, ni en su propio nombre, sino en nombre de Dios y conforme a la información recibida de Dios.

(a) Dios ha dicho, y dice, a todo pecador que si continúa pecando, de cierto morirá. Su iniquidad será de seguro su ruina. Pero si se convierte de su pecado, vivirá ciertamente (Eze 33:14-16), y se evitará la ruina con que le había amenazado Dios. Para ello, se le avisa del peligro en que está. Deber de los ministros es advertir a los pecadores del peligro del pecado, y darles seguridad del beneficio del arrepentimiento. Los que sean fieles tendrán su recompensa, aunque no hayan tenido éxito visible.

(b) Entre aquellos a los que Ezequiel tenía que predicar, había otros que eran justos; a éstos tenía que advertirles que no se apartasen de su justicia (vv. Eze 3:20, Eze 3:21). Un buen medio para guardarnos de caer es guardar un santo temor de caer (Heb 4:1). Cuando una persona se aparta de su justicia, pronto aprende a cometer iniquidad, pues al volverse descuidada en sus deberes, pronto se torna fácil presa del tentador. La justicia abandonada no servirá para nada, por no haber sido continuada. No se debe halagar al pecador como si no le amenazase una ruina eterna, pero tampoco se ha de halagar al justo como si nada tuviese que temer mientras está de este lado del cielo. Nada hay tan bello como un reprendedor sabio sobre un oído obediente; el amonestado vivirá porque fue amonestado; el que le amonestó habrá librado su alma (v. Eze 3:21). Justamente hace notar Fisch que «el descuido en salvar la vida equivale al asesinato».

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