Hebreos 3:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Toda esta porción, hasta Heb 4:13 inclusive, es una amonestación a que no imitemos la conducta de los israelitas en el desierto. En cuanto al presente capítulo, dividiremos la porción en tres partes: 1) análisis de la cita del Sal 95:7-11 (vv. Sal 95:7-11); 2) aplicación a nosotros (vv. Heb 3:12-15); 3) el autor sagrado especifica quiénes fueron los que se rebelaron en el desierto y por qué no pudieron entrar en el reposo de Dios (vv. Heb 3:16-19), y deja para el capítulo Heb 4:1-16 la aplicación a nosotros en cuanto a lo de entrar en el reposo. Como un cuarto punto acabaremos el capítulo con una importante aclaración doctrinal.

1. La cita del Sal 95:7-11 está tomada de los LXX y se atribuye a Dios («Como dice el Espíritu Santo …», v. Heb 3:7). Dice así en la NVI: «Hoy, si escucháis su voz (la de Dios), no endurezcáis vuestros corazones como lo hicisteis en aquella rebelión durante el tiempo de la prueba en el desierto, cuando vuestros padres me tentaron poniéndome a prueba, y vieron durante cuarenta años lo que yo hice. Por eso es por lo que me irrité contra aquella generación, y dije: Sus corazones siempre andan extraviados, y no han observado mis instrucciones. Así que he jurado en medio de mi cólera: Jamás entrarán en mi descanso».

(A) Recordemos primeramente el contexto histórico, pues la cita hace referencia a lo que se nos narra en los capítulos Núm 13:1-33 y Núm 14:1-45 de Números. Tras de recibir la Ley en el Sinaí y las instrucciones acerca de todo lo que tenía que ver con el Tabernáculo, partieron los hijos de Israel de allí y, una vez llegados al desierto de Parán, en Cadés Barnea, Moisés envió doce espías, uno por cada tribu, para que investigasen la tierra de Canaán. La multitud entonces quiso volverse a Egipto y habló de apedrear a los dos espías (Josué y Caleb) que habían animado al pueblo puesta toda la confianza en Jehová. A consecuencia de esto, Dios les hizo vagar por el desierto durante treinta y ocho años más, de forma que, si exceptuamos la tribu de Leví que no entraba en el cómputo común y que no había enviado ningún espía, todos los mayores de 20 años, menos Josué y Caleb, murieron en el desierto. Así que sólo los que eran menores de 20 años cuando salieron de Egipto y los que nacieron durante la marcha por el desierto entraron en Canaán. No por eso se corrigieron los israelitas, sino que todavía continuaron poniendo a prueba a Dios.

(B) La cita del Sal 95:1-11 está fundada en Núm 14:20-35, y lo del «reposo», que tantas veces se cita en los capítulos Heb 3:1-19 y Heb 4:1-16 de esta epístola, se halla ya en Deu 12:9, habida cuenta de que el Deuteronomio es el más espiritual de los libros del Pentateuco. Detalles notables en la cita del Salmo son los siguientes:

(a) En el texto hebreo dice el versículo Heb 3:7: «Hoy ¡si oyerais su voz!», lo que equivale a «¡Ojalá oyerais hoy su voz!» (RV 1977). Esto significa que la voz de Dios nos está hablando continuamente, como lo hacía al pueblo de Israel en el desierto. Así la exhortación a no endurecer el corazón cuando se oye la voz de Dios pone de relieve que es ese voluntario endurecimiento del corazón el que impide que la Palabra de Dios surta su efecto en nosotros. Dice Bartina: «Por efecto de este endurecimiento no se presta el oído a la voz de Dios, que llama, ni se aceptan con fe sus palabras».

(b) Para «rebelión» (provocación, en la RV) del versículo Heb 3:8, el autor sagrado usa el vocablo griego parapikrasmós que significa «una amargura que llega hasta la exasperación». Pueden verse los incidentes respectivos en Éxo 17:1-7 y Núm 20:1-13.

(c) Las referencias a las numerosas ocasiones en que los israelitas tentaron a Jehová son la base histórica de esta «tentación» que se menciona en los versículos Heb 3:8 y Heb 3:9. Además de las descritas aquí, pueden verse Núm 27:14; Deu 6:16; Deu 22:8 y Sal 106:32.

(d) El juramento de Dios (v. Heb 3:11): «Jamás entrarán en mi descanso» no significa que los israelitas desobedientes fuesen condenados a la eterna perdición. Núm 14:19, Núm 14:20 nos aseguran que Dios perdonó al pueblo; el castigo que les impuso fue una disciplina drástica, como la hemos visto en Jua 15:2; y ss.; 1Co 11:30-32 y la volveremos a ver (según la opinión más probable) en 1Pe 4:6; 1Jn 5:16.

2. Después de la cita del Sal 95:1-11, viene la aplicación a los lectores (vv. Heb 3:12-15): «Atended, hermanos, a que ninguno de vosotros tenga un corazón malvado y tan incrédulo como para llegar a apartarse del Dios viviente, sino más bien animaos día tras día unos a otros mientras suena ese Hoy, a fin de que ninguno de vosotros sea endurecido por la engañosa seducción del pecado. Pues hemos llegado a ser partícipes de Cristo, si retenemos con firmeza hasta el final la confianza que tuvimos al principio. Atentos a aquello que dice: Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones como lo hicisteis en aquella rebelión» (NVI).

(A) El autor sagrado, con el afecto que va envuelto en ese «hermanos», exhorta a los lectores judíos a atender (gr. blépete, mirad), esto es, a poner atención y consideración en el aviso que les va a dar. La exhortación es doble: negativa y positiva, con la perspectiva de lo que puede suceder si no se atiende:

(a) «No sea que en alguno de vosotros haya (más lit. habrá) corazón malvado de incredulidad en el apartarse del Dios viviente», dice el versículo Heb 3:12 literalmente. Alude a una incredulidad semejante a la de los israelitas que ha considerado en la cita del Sal 95:1-11. Para «apartarse» usa el autor sagrado el verbo griego aposténai, de la misma raíz que apostasía. Dicho verbo está en aoristo de infinitivo, como algo que se consuma de una vez por todas en ese apartamiento. Pero la palabra misma «apostasía», así como la fraseología (en el mismo sentido) de algunos textos que consideraremos en esta epístola (especialmente Heb 6:4-8; Heb 10:26-31) no da motivo para pensar en la reversibilidad de la salvación, según veremos luego.

(b) En lugar de buscar cómplices del pecado o dejarse llevar por la corriente de los incrédulos, el autor sagrado pasa a exhortar (ahora, en forma positiva) a los lectores a que se animen unos a otros mientras sigue sonando la voz de Dios. Esto es lo que, al revés de los espías malos y cobardes, hicieron Josué y Caleb (v. Núm 14:6-9).

(c) Si no se atiende a la voz de Dios, la perspectiva es de un mayor endurecimiento, debido a la engañosa seducción del pecado. Dice Bartina: «En todo pecado hay un engaño y decepción, porque por un bien pasajero e inferior se renuncia a un bien permanente y superior».

(B) El autor sagrado da una razón poderosa para seguir atendiendo a la voz de Dios (v. Heb 3:14): «Porque hemos llegado a ser, dice, partícipes (gr. métokhoi, el mismo vocablo del v. Heb 3:1, así como de Heb 1:9; Heb 6:14; Heb 12:8) del Cristo, si retenemos firme hasta el fin el principio de la confianza (gr. ten arkhén tes hupostáseos, hebraísmo por ten próten hupóstasin, la primera confianza; comp. con 1Ti 5:12: la primera fe )» (lit.).

(a) «Partícipe de Cristo» es una expresión que no se halla en ningún otro lugar de la Escritura, pero es equivalente a otras muchas como «estar en Cristo», «revestirse de Cristo», «ser miembro del Cuerpo de Cristo», etc.; en otras palabras, se trata de la participación en todos los bienes que la incorporación a Cristo nos trae (v. por ej., 1Co 1:5). Dice Bartina: «La participación común (es decir, en común) en estos bienes funda una razón de fraternidad para exhortarse a perseverar, y funda asimismo una razón de bien objetivo incalculable, que se posee y que es menester no dejar perder».

(b) La segunda parte del versículo Heb 3:14 guarda una gran semejanza con el versículo Heb 3:6. El autor va a usar, en Heb 11:1, el mismo vocablo hupóstasis para dar a entender la realidad que sirve de soporte a nuestra fe. Esa realidad es la de las cosas que esperamos (Heb 11:1), y el autor sagrado se refiere aquí a esa esperanza como a algo que latía vivamente en el corazón de los judíos creyentes cuando se convirtieron a Cristo, su Mesías. Fe, pues, y esperanza se hallan aquí íntimamente unidas, como lo estaban en los israelitas que, al confiar en la Palabra de Dios, anhelaban entrar en la esperada Tierra Prometida. Sólo que ahora esa Tierra Prometida es el cielo.

(c) Como ya dijimos en el comentario al versículo 6, la conjunción «si» no expresa duda sobre la seguridad de la salvación del creyente.

(C) La atención hay que mantenerla firme (v. Heb 3:15) mientras se sigue diciendo (gr. en to leguésthai, presente de infinitivo de la voz pasiva). Hoy, si oyeseis su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la exasperación (lit.). Con esta exhortación se da a entender a los lectores de la epístola (y a todos los creyentes de todos los tiempos) que la voz que dice: «Hoy …» no siempre se va a dejar oír, ya que, como a los israelitas en el desierto, Dios puede aplicar a los que, entre los creyentes, son recalcitrantes una disciplina similar a la que les aplicó a ellos.

3. Termina el capítulo con una serie de interrogaciones retóricas, que el propio autor responde en la segunda parte de los respectivos versículos Heb 3:16-18, y termina por declarar cuál fue, en fin de cuentas, la causa de que los rebeldes no entrasen en el reposo que Dios prometió (v. Heb 3:19). Dicen así los versículos Heb 3:16-19 en la NVI: «¿Quiénes fueron los que oyeron su voz y se rebelaron? ¿No fueron acaso todos aquellos que salieron de Egipto guiados por Moisés? ¿Y contra quiénes se irritó Él durante cuarenta años? ¿No fue contra los que pecaron y cuyos cadáveres quedaron tendidos en el desierto? ¿Y a quiénes juró Dios que jamás entrarían en su descanso, sino a los que desobedecieron? Y en efecto, vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad».

(A) No hace falta comentar al por menor estos versículos, pues basta con la lectura de Núm 14:27-30, Núm 14:36-38, compárese con 1Co 10:5, para darnos cuenta de la seria y tremenda decisión de Jehová en cuanto al rebelde pueblo israelita, recién salido de Egipto.

(B) El versículo Heb 3:19 dice expresamente que la causa por la que los rebeldes israelitas no pudieron entrar en el reposo (o descanso) de Dios, fue su incredulidad. «No pudieron entrar», dice, en lugar de «no entraron», para dar a entender que la incredulidad era el obstáculo que les impedía entrar, aunque, como hace notar J. Brown, es probable que se trate de un hebraísmo equivalente a «no quisieron entrar». Casos parecidos, en los que aparece el verbo poder como sustituto de querer los tenemos en Gén 37:4 («no podían hablarle pacíficamente»); Mar 6:5 («Y no podía hacer allí ningún milagro»); Luc 11:7 («No puedo levantarme y dártelos»); Jua 8:43 («Porque no podéis escuchar mi palabra»).

4. Esta mención de la incredulidad como causa de no poder entrar en el descanso de Dios, esto es, en la Tierra Prometida, nos lleva a una consideración de tipo doctrinal de primera importancia. ¿Esta incredulidad que aquí se menciona indica la ausencia, o la pérdida, de la fe mediante la cual somos salvos (Efe 2:8)? ¿Ese «no poder entrar en el reposo de Dios» equivale entonces a la perdición eterna? Para zanjar la cuestión ya de entrada, y tener así una pauta en orden a la correcta interpretación de los pasajes más difíciles de la epístola, como son Heb 6:4.; Heb 10:26., voy a hacer las siguientes observaciones:

(A) Desde la caída de la humanidad por el pecado de nuestro primer padre (Gén 3:15), todo el que se salva eternamente, se salva por fe (formal o virtual; v. el comentario a 1Ti 2:4) en el Redentor, al que apuntaban los sacrificios y demás ritos ceremoniales, así como los tipos, del Antiguo Testamento. Ahora bien, el Cordero Pascual, con cuya sangre marcaron los israelitas los postes y los dinteles de sus casas, era tipo del Mesías y de su Obra en el Calvario (Éxo 12:7., comp. con Jua 1:29; 1Co 5:7; Heb 9:22).

(B) Los israelitas que iban a salir de Egipto fueron, pues, salvos por fe en el Redentor, cuya sangre estaba tipificada en la sangre del Cordero Pascual. Esta fe se puso en ejercicio al untar con dicha sangre los postes y el dintel de las casas respectivas, puesta plena confianza en la liberación que tal sangre les había de proporcionar (Éxo 12:13).

(C) Los pecados y la incredulidad a la que se refiere el autor sagrado en Heb 3:19 y en otros lugares, son posteriores a la promulgación de la Ley en el Sinaí. Suponen, pues, un quebrantamiento de los mandamientos de Dios y, por tanto, tienen que ver con la comunión del pueblo con Jehová, no con la salvación eterna de cada individuo.

(D) De ahí que el castigo impuesto por Dios a la rebelde generación de los israelitas que salieron de Egipto no tenga que ver con la eterna condenación, sino que fue una drástica disciplina impuesta por Dios para purificar a Su pueblo (v. Núm 14:20.).

(E) La expresión «ser cortado del pueblo de Dios», en sus diversas formas, no es sinónima de «ser condenado eternamente» (v. el comentario a 10:26), sino que significa la exclusión fuera del pueblo elegido, como una forma extrema de «excomunión», según los lugares citados en esta misma sección (1, B , d ).

(F) A esta luz han de verse los lugares difíciles de esta epístola, que estudiaremos más adelante. No olvidemos que la epístola no va dirigida a inconversos, sino a creyentes judíos inmaduros espiritualmente.

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