Hebreos 5:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La mención de la benignidad y de la compasión de Cristo, nuestro sumo sacerdote, lleva de la mano al autor sagrado para describir las cualidades que deben adornar a un buen sumo sacerdote, y para mostrar que Cristo las poseyó como ningún otro sacerdote.

1. Lo primero que se requiere en un sacerdote (v. Heb 5:1) es que sea hombre, pues es a los hombres a quienes representa ante Dios: «Todo sumo sacerdote es seleccionado de entre los hombres y está destinado a ser su representante en los asuntos relacionados con Dios, para presentar ofrendas y sacrificios por los pecados» (NVI).

2. La frase «en los asuntos relacionados con Dios» limita el área en que el sacerdote ha de moverse como representante de los hombres: no los representa en cualquier otro campo de la vida comunitaria (civil, social, cultural, político, etc.), sino sólo en su relación espiritual con respecto a (gr. pros) Dios.

3. Aun en el área esta de la relación espiritual con Dios, no es de su incumbencia transmitir a los hombres mensajes de parte de Dios (ésta es función del profeta, quien representa a Dios en su relación con los hombres), sino presentar ofrendas y sacrificios por los pecados del pueblo, a fin de que Dios quede aplacado y los hombres puedan tener comunión con el Dios tres veces santo.

4. Otra cualidad fundamental que se requiere en el sacerdote es la compasión (v. Heb 5:2): «Él está capacitado para tratar con la justa medida de suave indulgencia a los que pecan por ignorancia o extravío» (v. el comentario a 10:26). El autor sagrado echa mano aquí de un verbo griego (metriopalheín) que no sale en ningún otro lugar del Nuevo Testamento y significa literalmente «padecer a la medida». El sentido ha sido perfectamente captado por Trenchard: «Su función no es la de un juez, sino la de un mediador, de modo que necesita compenetrarse íntima y profundamente con la condición de sus representados, de la manera en que un buen abogado defensor procura comprender la mentalidad, temperamento y circunstancias de la persona que defiende».

5. A continuación (vv. Heb 5:2, Heb 5:3), el autor sagrado expone la razón por la que el sacerdote (teniendo siempre en mente a Aarón) ha de sentirse compasivamente compenetrado con sus representados: «porque él mismo está rodeado de fragilidad», esto es, como envuelto y aprisionado por la debilidad moral, el pecado que le asedia tanto como a sus representados. «Y por eso (v. Heb 5:3) es su deber el ofrecer sacrificios por sus propios pecados, tanto como por los pecados del pueblo» (NVI). Este requisito tiene en cuenta la condición general de los sacerdotes humanos, pero no es una cualificación indispensable para desempeñar la función sacerdotal (de lo contrario, Cristo no habría podido desempeñar como sacerdote). La cualificación tiene que ver en directo con la compasión, y Cristo pudo tenerla sin pecado (v. Heb 4:15; Heb 7:26-28).

6. Finalmente, el nombramiento para el sacerdocio no puede llevarse a cabo por autodesignación ni por votación democrática del pueblo, sino por llamamiento divino (v. Heb 5:4): «Nadie se adjudica por sí mismo tal honor; sólo puede tomarlo el que es llamado por Dios, exactamente como lo fue Aarón» (NVI). No quiere decir que su llamamiento haya de ser exactamente como el de Aarón, sino que ha de ser llamado igualmente que fue llamado Aarón. ¿Cuál es el motivo básico por el que todo sacerdote debe ser designado y llamado por Dios a cumplir con tal oficio? La respuesta es obvia: Porque Dios es soberanamente libre (A) para perdonar los pecados; y (B) para aceptar cualquier ofrenda o sacrificio que le puedan ser presentados en expiación por el pecado. A Él corresponde, por tanto, establecer los términos y las personas mediante las cuales ha de llevarse a cabo la mediación a favor del pueblo.

7. Al aplicar a Cristo (vv. Heb 5:5-10) estas cualificaciones, que ya se requerían en el sacerdocio levítico, bueno es observar de entrada algunas notables diferencias: (A) En el sacerdocio levítico, Aarón (y cada uno de sus sucesores y sacerdotes subalternos) estaba muy cercano al pueblo, puesto que también él era meramente humano y pecador, pero eso mismo le alejaba del Dios infinito y santo; en cambio, Cristo está muy cercano a Dios, cuya naturaleza comparte y, aun como hombre, es perfectamente santo y sin pecado, lo cual le aleja de los pecadores. Es, pues, en este aspecto donde necesita un especial acercamiento, como dan a entender los versículos Heb 5:7-9. (B) Aarón no sólo era mero hombre, sino, además, débil y mortal, por lo que necesitaba subalternos y sucesores; en cambio, Cristo, por su condición divina, dio a su sacrificio un mérito infinito, quedando así satisfecha la santidad de la justicia divina; por eso, no tiene sucesores ni subalternos. El sacerdocio ha cesado de ser una casta en el pueblo de Dios, donde todos somos un reino de sacerdotes (1Pe 2:9; Apo 5:10), sin que necesitemos ningún otro mediador humano que nos represente.

8. Podemos ya estudiar los versículos Heb 5:5-10, que dicen así en la NVI: «Así que tampoco Cristo se arrogó la gloria de constituirse a sí mismo sumo sacerdote, sino que la recibió de Aquel que le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Y en otro lugar dice así: Tú eres sacerdote para siempre, de la misma clase sacerdotal que Melquisedec. Durante los días de la vida de Jesús en este mundo, ofreció Él oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que tenía poder para salvarle de la muerte, y fue escuchado en atención a su reverente sumisión. Y a pesar de ser Hijo, aprendió con la experiencia de sus sufrimientos lo que significa obedecer, y una vez que quedó así consumadamente cualificado, vino a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen; y fue públicamente designado por Dios como sumo sacerdote, a semejanza de Melquisedec». Analicemos estos versículos:

(A) El autor sagrado muestra que, conforme a la norma general de los requisitos para el sacerdocio, tampoco Cristo se nombró a sí mismo sacerdote (v. Heb 5:5), sino que fue proclamado por Dios públicamente como sumo sacerdote (v. Heb 5:10), de una clase sacerdotal diferente de las 24 que existían en el sacerdocio levítico (v. 1Cr 24:1-18). El autor sagrado dedicará todo el capítulo Heb 7:1-28 a mostrar que el Hijo de Dios es sacerdote para siempre según la clase sacerdotal de Melquisedec. Por ahora le basta con hacer notar que el mismo Dios que le designó rey, príncipe heredero del trono, conforme al Sal 2:7 (v. Heb 5:5), le designó también sacerdote, conforme al Sal 110:4 (v. Heb 5:6). De esta manera, el sacerdocio de Cristo tuvo su tipo en el de Melquisedec, quien también fue rey y sacerdote (Heb 7:1). A partir de Heb 5:6, que es la primera mención, el autor sagrado repite una y otra vez (Heb 5:10; Heb 7:3, Heb 7:11, Heb 7:15, Heb 7:17, Heb 7:21) esta semejanza del sacerdocio de Cristo con el de Melquisedec.

(B) Si en los versículos Heb 5:5 y Heb 5:6 se nos ofrecen las cualificaciones de Cristo para ser nuestro gran sumo sacerdote, en los versículos Heb 5:7-9 se nos dice cómo llevó a cabo su función sacerdotal en cuanto a su único sacrificio en la cruz. Recordemos que el sacrificio de Cristo estaba tipificado, de manera especial, por el que ofrecía el sumo sacerdote el Día de la Expiación (v. Heb 9:7-15, comp. con Lev 16:1-34, especialmente los vv. Lev 16:11-17). Notemos el orden: (a) la inmolación del becerro se llevaba a cabo en el altar de los holocaustos (Lev 16:11); (b) el sumo sacerdote entraba a continuación en el Lugar Santísimo con el perfume, símbolo de la oración, y con el incensario lleno de brasas, sacadas del altar de los perfumes, para hacer la incensación delante de Jehová (vv. Heb 5:12 y Heb 5:13); (c) rociaba después con la sangre del animal hacia el propiciatorio siete veces (número de perfección; v. Heb 5:14).

Si aplicamos esto al sacrificio de Cristo, el orden ceremonial se altera: Cristo pasa primero por el altar de los perfumes, con su oración; esta oración, al revés que la del sumo sacerdote, fue por los suyos (cap. Jua 17:1-26 de Juan) antes que por sí (Heb 5:7, comp. con Mat 26:39-44; Mar 14:35, Mar 14:36; Luc 22:41-44); pasa después por el altar de los holocaustos, inmolándose en obediencia al Padre (Heb 5:8, comp. con Heb 10:5-14 y Flp 2:8); tercero, hecha la inmolación en el Calvario, entra en el Lugar Santísimo celestial, no con la sangre de animales, sino por medio de su propia sangre (Heb 9:12); cuarto, el sumo sacerdote tenía que volver al año siguiente a realizar las mismas ceremonias, porque la sangre de los animales no podía quitar los pecados (Heb 9:25; Heb 10:3, Heb 10:4); en cambio, la sangre de Cristo, así como hizo de la obra de la Cruz un sacrificio perfecto (Jua 19:30: «Consumado está», gr. tetélestai, pretérito perfecto de la voz pasiva), así también hizo de Jesús un sacerdote perfecto (v. Heb 5:9 «perfeccionado», gr. teleiotheís, el mismo verbo de Jua 19:30, pero en participio de aoristo, de una vez por todas). Para entender mejor este «perfeccionamiento» de Cristo como sumo sacerdote nuestro, según le confesarnos (Heb 3:1), véase el comentario a Jua 17:19, así como a 2:10 de esta misma epístola. El mismo concepto vuelve a repetirse en Heb 7:28, al final.

Vamos a estudiar ahora, por separado, los versículos Heb 5:7-9. El versículo Heb 5:10 no necesita más comentario.

(a) El versículo Heb 5:7 tiene que ver con la oración de Cristo en el huerto de Getsemaní. El autor de Hebreos, lo mismo que los evangelistas (v. Mat 26:38-44; Mar 14:36-40; Luc 22:42-44), nos presenta el tremendo patetismo de aquel drama, y añade el detalle del «fuerte clamor y lágrimas», lo que nos hace ver la oración de Jesús como un llanto a grito pelado, no como el manso y silencioso correr de lágrimas en Jua 11:35. Otros dos detalles (difíciles de entender, a primera vista) de este versículo necesitan explicación:

Primero, lo de «al que tenía poder para salvarle de la muerte». Es de notar que el autor sagrado no usa aquí la preposición griega apó, que tendría sentido de preservación, sino ek, en el sentido de extraerle de las fauces de la muerte, una vez padecida ésta. Resulta misterioso este sentido (pues lo que realmente deseaba Jesús, al decir «pase de mí esta copa» era ser preservado de la muerte), pero así se entiende mejor el contexto que habla de reverencia y de obediencia.

Segundo, lo de «fue escuchado en atención a su reverente sumisión» (NVI). La preposición apó, que el autor sagrado usa ahora, admite gran variedad de matices: de, desde, a causa de, como resultado de, en atención a, etc. Para resolver mejor la dificultad que ofrece el verbo fue escuchado, hay autores (entre ellos, Bullinger) que ven aquí una elipsis y traducen: «fue escuchado y librado de su temor». Esto es una verdad bíblica, a la vista de Heb 12:2 («por el gozo puesto delante de sí»), pero dudo mucho que sea esto lo que el texto quiere decir aquí, ya que las siete veces que la raíz griega eulab ocurre en el Nuevo Testamento, el sentido no es jamás de un temor sinónimo de miedo, como lo sería aquí, sino de una reverencia piadosa (eulábeia es sinónimo de eusébeia).

Al admitir, pues, la lectura que ofrecen nuestras versiones y la NVI, cabe preguntar: ¿Cómo fue escuchado el Señor en su oración, al ver que no fue librado de la muerte? La mayoría de los autores piensan que lo fue al ser librado del sepulcro, e insisten así en el uso de la preposición ek, en el sentido explicado arriba. Esta explicación no acaba de convencerme; por lo que, siguiendo a J. Brown, opino que la forma en que fue escuchado se describe en Luc 22:43 (comp. con Isa 53:11; Flp 2:9-11; Heb 12:2): al ser confortado por el ángel, aunque no pasó la copa (ya que eso no era posible dentro del plan de salvación de la humanidad véase Isa 53:5-10 ; Jua 10:18; Gál 4:4-6; Heb 2:10, entre otros lugares), sí pasó, en gran parte, la amargura de la copa. La reverencia de Jesús se echó de ver en las frases: «si es posible … mas no se haga mi voluntad, sino la tuya», según aparece, con ligeras variantes, en los evangelios sinópticos.

(b) El versículo Heb 5:8 nos dice que, «a pesar de ser Hijo, aprendió con la experiencia de sus sufrimientos lo que significa obedecer» (NVI), esto es, obedecer, no como Hijo, sino como esclavo (comp. con Flp 2:7, Flp 2:8). ¿En qué sentido aprendió el Hijo de Dios lo que significa obedecer? No puede entenderse en el sentido de que desconociese antes lo que es la obediencia, puesto que la practicó desde el momento mismo de entrar en el mundo (sentido probable, no del todo seguro, de Heb 10:5.). Mucho menos significa que, como los hijos díscolos y rebeldes, aprendiese a obedecer a fuerza de disciplina. ¡Lejos de nosotros tal blasfemia contra el eternamente santo! Tampoco es satisfactoria la interpretación de que así aprendió cuán dolorosa cosa puede ser la obediencia, pues, como dice J. Brown, «Es nuestra depravación, nuestro orgullo, nuestro deseo de independencia, lo que hace que la obediencia sea algo doloroso. Estos principios no existían en la mente de nuestro Señor». Aprender obediencia significa, en este caso, ni más ni menos que tener un conocimiento, no meramente intelectual, sino experimental de lo que significa obedecer. De la misma forma que «no conoció pecado» (2Co 5:21) equivale a «no pecó», así también «aprendió obediencia» equivale a «obedeció».

(c) Así empalma fácilmente con el versículo Heb 5:9, pues, «perfeccionado a través de sus padecimientos, soportados con reverencia y con absoluta obediencia, quedó en plenas condiciones para cumplir sus funciones como nuestro gran sumo sacerdote, consumadamente cualificado, vino a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen» (NVI). Véase también Heb 2:9, Heb 2:10; Heb 7:25, Heb 7:28, compárese con Hch 3:15; Hch 5:31. Para el vocablo que nuestras versiones traducen «fuente», el autor sagrado usa el griego aítios, que significa «causa u origen». En el Calvario se abrió una fuente de agua viva (v. Jua 4:10, Jua 4:14), a la que pueden llegarse cuantos quieran (Apo 22:17, comp. con Isa 12:2, Isa 12:3), pues el deseo que Dios tiene de salvar es para todos (1Ti 2:4), aunque la salvación sólo les llega a los que obedecen al Señor. Fe y obediencia andan siempre juntas (v. Rom 1:5; Rom 16:26; 2Co 10:5), pues la fe misma que justifica es ya una respuesta de obediencia a la oferta de salvación.

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