Hechos 1:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. A Teófilo (y a nosotros en él) se le hace memoria aquí del Evangelio que Lucas había redactado anteriormente, y a todos nos servirá de gran provecho atender a lo que el sagrado historiador dice sobre dicho Evangelio.

1. La persona a quien dedica Lucas el libro es un tal Teófilo (v. Hch 1:1). La dedicación de libros a personas particulares ha sido costumbre muy extendida desde la antigüedad. Cada libro de las Escrituras podemos tomarlo como dirigido a cada uno de nosotros.

2. Lucas llama a su Evangelio «primer tratado». Hizo este primer tratado por inspiración divina y, también bajo inspiración divina, se dispone a escribir este otro, porque los eruditos de Cristo han de progresar hacia la perfección y no pensar que las anteriores labores les excusan de seguir trabajando. Como en el primer tratado había puesto los cimientos, en este otro va Lucas a edificar sobre ellos. Los nuevos libros y los nuevos sermones no han de servirnos para olvidar los antiguos, sino hacer que recordemos lo bueno que aprendimos y estimularnos a seguir aprendiendo cosas nuevas también.

3. El contenido de su Evangelio constaba de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar: (A) Cristo hacía y enseñaba. Los mejores ministros de Dios son los que hacen y enseñan, aquellos cuya vida es un constante sermón. (B) Comenzó a hacer y enseñar. Él puso los cimientos. Sus apóstoles habían de continuar lo que Él comenzó. Cristo los introdujo en su escuela y luego les mandó seguir, pero envió su Espíritu para darles poder. Es un consuelo para los que se esfuerzan en llevar adelante la obra del Evangelio saber que Cristo mismo la comenzó. (C) Los cuatro evangelistas, y Lucas en particular, nos han transmitido lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar; no todos los detalles, pero sí los puntos principales, a fin de que, por ellos, estemos en disposición de juzgar y entender lo demás.

4. El lapso de tiempo de la historia evangélica, o primer tratado de Lucas, se extiende hasta el día en que fue recibido arriba (v. Hch 1:2). Fue entonces cuando dejó este mundo y cesó de estar con nosotros su presencia corporal.

II. La verdad de la resurrección de Cristo es aquí sostenida y evidenciada (v. Hch 1:3). La gran evidencia de su resurrección fue que se presentó vivo a sus Apóstoles, dejándose ver de ellos. 1. Las pruebas eran infalibles, tanto de que estaba vivo (anduvo y conversó con ellos, comió y bebió con ellos), como de que era Él mismo y no otro, pues una y otra vez les mostró las señales de las heridas en las manos, en los pies y en el costado. 2. Eran muchas y repetidas con frecuencia. Se les apareció durante cuarenta días, y aunque no residió con ellos de continuo, sí conversó con ellos con mucha frecuencia durante esos días.

III. Un compendio muy somero de las instrucciones que dio a sus discípulos durante esos días. Les instruyó acerca de la obra que habían de llevar a cabo: Dio mandamientos a los apóstoles que había escogido (v. Hch 1:2). Los que Él había elegido para el alto ministerio del apostolado habrían podido esperar promociones, pero recibieron instrucciones. Les dio mandamientos por medio del Espíritu Santo, pues así obraba Jesús desde que fue ungido por el Espíritu en su bautismo. Les habló acerca del reino de Dios, tema que abarca no sólo las bendiciones que emanaban de la obra de la Redención, llevada a cabo mediante la crucifixión y resurrección del Señor, sino también las que habían de tener su consumación en el futuro reino mesiánico, con lo que se entiende mejor la pregunta que los discípulos hacen en el versículo Hch 1:6.

IV. La especial seguridad que se les da de que, en breve, habían de recibir el Espíritu Santo (vv. Hch 1:4, Hch 1:5).

1. El mandato que les da de esperar hasta el plazo fijado, que es ahora dentro de no muchos días (v. Hch 1:5). Los que, por fe, esperan que han de cumplirse los favores prometidos, deben esperar con paciencia hasta que se cumplan. Deben esperar en el lugar designado, en Jerusalén. Allí fue expuesto Cristo al oprobio público, y allí se le debe también dar este honor, y a Jerusalén se le ha de hacer este favor, a fin de enseñarnos a perdonar a nuestros enemigos y perseguidores. Los apóstoles recibían ahora una comisión de carácter público. Jerusalén era el candelero más apto para que en él se pusiesen estas luces.

2. La seguridad que les da de que no esperarán en vano.

(A) La bendición que se les ha asignado llegará: Seréis bautizados con el Espíritu Santo. Jesús había soplado ya sobre ellos el Espíritu Santo (Jua 20:22) y se habían dado ya cuenta del beneficio recibido, pero ahora van a tener una medida mucho más amplia de sus dones, gracias y consuelos. «Seréis limpiados y purificados con el Espíritu Santo», como los sacerdotes eran limpiados y purificados con agua cuando eran consagrados para sus funciones sagradas; «ellos tenían el signo, pero vosotros recibiréis la realidad significada. Con eso, quedaréis ligados y comprometidos con vuestro Maestro más eficazmente que en ninguna otra ocasión. Tan ligados quedaréis a Él que ya no volveréis a abandonarle».

(B) Este gran don del Espíritu Santo es, según dice el mismo Señor, (a) la promesa del Padre, la cual oísteis de mí (v. Hch 1:4). El Espíritu había sido prometido. El Espíritu de Dios no se da como el espíritu de los hombres, sino por la palabra de Dios, con lo que el don resultaba mucho más valioso, más seguro, más gratuito: de gracia y recibido por fe, lo mismo que se recibe a Cristo. De esta promesa del Padre les había hablado Cristo una y otra vez, cuando les decía que les sería enviado el Consolador; (b) Esta donación del Espíritu había sido predicha por Juan el Bautista, además de por Cristo, cuando decía (Mat 3:11): «Yo a la verdad os bautizo con agua …, pero el que viene detrás de mí … os bautizará con Espíritu Santo». Es un gran honor el que Cristo rinde aquí a Juan. Así es como confirma Él la palabra de sus siervos, sus mensajeros. Pero Cristo puede hacer mucho más que sus ministros. Es un honor para éstos ser usados en la dispensación de los medios de gracia, pero es prerrogativa de Cristo dar el Espíritu de gracia.

(C) Este don del Espíritu Santo, aquí prometido, es el que hallamos recibido por los discípulos en el capítulo siguiente, pues allí es donde tiene pleno cumplimiento la presente promesa. Otras porciones de la Escritura hablan del don del Espíritu Santo a creyentes ordinarios, con relación especial al poder particular con el que eran investidos los primeros predicadores del Evangelio. Pero aquí se promete una llenura, sin precedentes, del Espíritu Santo, como de quienes quedaban sumergidos en Él.

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