Hechos 14:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Predicación del Evangelio en Iconio. Así como la sangre de los mártires ha sido la semilla de los cristianos, así también la expulsión de los confesores de la fe ha servido para esparcir esa semilla. En Iconio, como en otras partes, ofrecieron el Evangelio primeramente a los judíos en la sinagoga (v. Hch 14:1). Aunque los judíos de Antioquía de Pisidia les habían tratado muy mal, no por eso se abstuvieron de predicarles a los judíos en Iconio. Así también ninguna denominación cristiana debe ser condenada globalmente por el hecho de que algunos de dicha denominación dejen poco o mucho que desear.

2. El éxito de su predicación allí (v. Hch 14:1): «Hablaron de tal manera que creyó una gran multitud, tanto de judíos como de griegos». Al final del capítulo anterior, se habla de la predicación hecha primero a los judíos, después a los gentiles, pero aquí se les nombra conjuntamente. Ni los judíos habían perdido de su preferencia al ser ignorados, ni los gentiles quedaban relegados a segundo término como si fuesen cristianos de clase inferior, sino que ambos grupos son admitidos en la iglesia sin distinción. Parece ser que hubo algo extraordinario en el modo como predicaron allí Pablo y Bernabé para que diga el texto sagrado: «hablaron DE TAL MANERA que creyó una gran multitud»; sin duda, hablaron de forma clara, convincente, ferviente y amorosa. Lo que hablaron les salía del corazón y, por eso, era de esperar también que llegase al corazón.

3. Pero también encontraron, como siempre, oposición (v. Hch 14:2). Igual que en otros lugares, «los judíos que no creían excitaron y tornaron hostiles los ánimos de los gentiles contra los hermanos». El impacto que el Evangelio hizo en los gentiles provocó a un grupo de judíos a celos santos de forma que creyeron para salvación (v. Hch 14:1), pero a otro grupo de judíos (v. Hch 14:2) les provocó a malvados celos, de forma que usaron a gentiles, también incrédulos, como instrumentos de su hostilidad contra los hermanos, es decir, tanto contra los predicadores como contra los convertidos por la predicación de Pablo y Bernabé. Los que tienen mala voluntad contra otros, tratan por todos los medios de hacerles mal.

4. A pesar de todo, continuaron trabajando allí con el auxilio de Dios (v. Hch 14:3). Cuanto mayor era la oposición que se les hacía, tanto mayor era el denuedo con que predicaban, como se ve por el, a primera vista, extraño enlace con el versículo anterior: «POR TANTO, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor». Nótese que no confiaban en su oratoria, tras los primeros éxitos, sino en la fuerza que recibían del Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia (la salvación de pura gracia por la predicación del Evangelio, Rom 1:16), ya que la gracia se atribuye a Cristo, así como el amor al Padre (2Co 13:13), y ejercían especial poder contra la resistencia que se les oponía: «concediendo que se hiciesen por medio de las manos de ellos señales y prodigios» (v. Hch 14:3).

5. La división que esto ocasionó entre los habitantes de la ciudad (v. Hch 14:4): «Y la gente de la ciudad estaba dividida». Parece ser que tan universal resultaba el interés que la predicación del Evangelio suscitaba, que todos tomaban partido o a favor o en contra; nadie permanecía neutral. Podemos ver aquí uno de los casos predichos por Jesús cuando dijo (Luc 12:51-53) que «no había venido a poner paz en la tierra, sino división». No pensemos, pues, que es cosa extraña el que la predicación del Evangelio cause división. Pero es mejor ser perseguidos como «divisores» por nadar contracorriente que ser bien acogidos como «multiplicadores» al añadirnos a los que son arrastrados por la corriente que lleva a la destrucción (comp. con Efe 2:2; 1Pe 4:4).

6. El atentado que sufrieron de parte de todos los adversarios de la ciudad, tanto de los judíos como de los gentiles, juntamente con sus gobernantes (v. Hch 14:5); divididos entre sí mismos, pero unidos todos contra los cristianos: «se lanzaron a afrentarlos y apedrearlos». Si los enemigos de la Iglesia se unen para destruirla, ¿por qué no nos uniremos los sinceros creyentes para preservarla?

7. Menos mal que Pablo y Bernabé se dieron cuenta (v. Hch 14:6) de lo que se tramaba contra ellos, y se retiraron con honor (no fue una huida vergonzosa), pues se marcharon a trabajar en otros lugares: en las ciudades de Licaonia, a Listra y Derbe, y a toda la región circunvecina, donde hallaron refugio. Dios resguarda a los suyos cuando sobreviene la tormenta. Allí hallaron igualmente quehacer, pues eso era lo que buscaban. En tiempo de persecución, los ministros de Dios pueden tener motivos para abandonar el lugar, sin que por eso abandonen la labor.

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