Hechos 1:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Viene ahora (v. Hch 1:6) una importante pregunta que los discípulos hacen al Maestro. Esta pregunta nota del traductor no es entendida por gran número de expositores, incluido el propio M. Henry, por lo que nos desviamos enteramente de él en este punto.

1. La pregunta es: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» No hay nada de «torpeza» en esta pregunta de los discípulos, quienes conocían bien las claras promesas del reino mesiánico en Israel aunque ignoraban que Jesús había de llegar a la gloria del reino por medio de la cruz (v. Luc 24:26, Luc 24:46, comp. con 1Pe 1:11). Las profecías sobre los sufrimientos del Mesías se habían cumplido; ¿cuándo se cumplirían las que hablaban de «venir a reinar»? Esto es tan claro que un autor tan poco sospechoso de dispensacionalista como el jesuita Juan Leal dice lo siguiente: «El reino por el cual preguntan los discípulos es el mesiánico, concebido en forma temporal. Piensan en una restauración de la dinastía davídica y de la gloria temporal del pueblo, propia de aquella época». Los discípulos estaban equivocados en cuanto a la fecha, pero no en cuanto al hecho, como se ve por la respuesta de Jesús.

2. La respuesta que les da el Señor es la siguiente: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad, etc». Dice J. Leal: «La respuesta de Jesús, en forma evasiva, afirma de modo general que cuanto se refiere al reino mesiánico está en el poder y sabiduría de Dios. Todo él se va desarrollando según el plan sabio y poderoso de Dios». Basta con comparar esta respuesta con la que dio a Felipe en Jua 14:9, donde claramente se ve la imposibilidad de ver a Dios aparte de Jesucristo. Ahora no dice que estén equivocados en cuanto al hecho del futuro reino mesiánico, sino que todo tiene sus «tiempos y sazones» (¡dispensaciones!) y que sólo el Padre conoce y lleva a cabo, a su tiempo, la restauración de Israel (v. Rom 11:26) y que a ellos les toca, mientras tanto, predicar el Evangelio a todo el mundo.

II. En efecto, a dicha respuesta añade el Señor lo siguiente: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra». Vemos:

1. Que los apóstoles habían de recibir poder de arriba, mediante el Espíritu Santo, para predicar el Evangelio y confirmarlo con milagros y hasta con sufrimientos por el nombre de Jesús. Y, para estas cosas, ¿quién está capacitado? (2Co 2:16). Nadie, sino aquellos a quienes el Espíritu Santo capacita. Dios cualifica primero, antes de enviar a los hombres a cualquier ministerio. Por esto, había mandado Jesús a los apóstoles que no se fueran de Jerusalén hasta que recibiesen ese poder mediante el descenso del Espíritu Santo prometido (v. Hch 1:4). Yerran, pues, los que piensan (y lo predican desde los púlpitos) que los apóstoles hicieron mal en dedicarse a pescar (Jua 21:1.) después de la resurrección del Señor en lugar de ir a predicar el Evangelio, puesto que tenían que ganarse el pan de cada día hasta que recibiesen el poder prometido.

2. Que, con ese poder, habían de ser testigos del Señor y para el Señor; es decir, embajadores de Él y predicadores acerca de Él. Habían de proclamar el Evangelio de Cristo de manera abierta y solemne. Los testigos confirman su testimonio con juramento, pero estos testigos lo confirmarían mediante el sello divino de los milagros y de los dones sobrenaturales extraordinarios. El vocablo griego para «testigo» es mártir; por lo cual, se llaman mártires los que sellan su testimonio al dar la vida por la fe de Jesús.

3. Que habían de predicar el Evangelio comenzando por Jerusalén y, en círculos concéntricos, hasta llegar a los últimos confines del orbe. Todo testimonio genuino ha de comenzar por «casa». Mal puede predicar en la calle o desde el púlpito quien no da buen testimonio dentro de su familia (comp. con 1Ti 3:5). Antes de misionar en el extranjero, hay que misionar a los vecinos.

III. Después de darles estas instrucciones, el Señor Jesús se marchó al Cielo (v. Hch 1:9). Les bendijo (Luc 24:50) y, viéndolo ellos, fue alzado, como para demostrar que ni aun la gloria de su ascensión a los cielos para sentarse a la diestra del Padre procedía de su propia iniciativa, sino que era obra de la voluntad y poder del Padre (comp. Hch 2:32-36). Y, arropado en una nube, como en la Transfiguración (la nube es símbolo de la divina shekinah), se ocultó a la vista de todos (comp. con 2Re 2:11; Dan 7:13; Mar 9:7; Mar 13:26; 1Ts 4:17; Apo 11:3.). Por medio de las nubes hay una especie de comunicación entre el cielo y la tierra; en ellas se hallan los vapores que ascienden de la tierra y el rocío que desciende de los cielos, así como Jesús es el Mediador entre Dios y los hombres, ya que por Él descienden a nosotros los favores divinos y suben, también por Él, las oraciones humanas. Los apóstoles seguían mirando al cielo (v. Hch 1:10). Aunque el Señor les había dicho que les convenía que Él se marchase (Jua 16:7), pero aun así habían de sentir cierta nostalgia, acostumbrados como estaban a su presencia visible. Quizás esperaban ver algún fenómeno sobrenatural al ascender Cristo a los cielos, pues Él les había dicho que verían los cielos abiertos (Jua 1:51) y, ¿por qué no ahora?

IV. Se les aparecieron dos varones (esto es, dos ángeles) vestidos de blanco (v. Hch 1:10). Para mostrar el aprecio que sentía por su Iglesia, a la que dejaba en este mundo, envió a sus discípulos dos ángeles de los que le habían salido al encuentro. Se nos refiere a continuación lo que les dijeron los ángeles: 1. «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?» Como diciendo: «No hay por qué sentir nostalgia, cuando tenéis que descender del monte para disponeros a recibir el poder del Espíritu Santo». Así se les frenaba la curiosidad inútil. 2. Pero a esto añaden una nota de consuelo: «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá así, tal como le habéis visto ir al cielo». Así confirmaban los ángeles la promesa de la segunda venida del Señor, con lo que la fe de ellos quedaba fortalecida.

(A) «Este mismo Jesús», éste que fue crucificado ignominiosamente tras un juicio injusto, volverá gloriosamente a juzgar a todos con juicio justo. (B) «Vendrá así, tal como le habéis visto ir». Envuelto en una nube se fue, y en las nubes vendrá para ser visto física y personalmente, como lo fue antes de ocultarlo la nube. De allí lo esperamos (Flp 3:20, Flp 3:21; 1Ts 1:9, 1Ts 1:10).

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