Hechos 17:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Las dos Cartas de Pablo a los tesalonicenses nos presentan a tal iglesia con tan brillantes rasgos, que no podemos menos de sentirnos gozosos al leer el informe de la fundación de aquella comunidad.

1. A pesar de lo mal que habían sido tratados en Filipos, Pablo y Silas no se retiraron a descansar ni desistieron de su ministerio. La oposición que habían encontrado (v. 1Ts 2:2), en lugar de acobardarles los animó más todavía, lo cual ciertamente no habrían podido efectuar por sí mismos si no hubiesen sido capacitados por un poder venido de arriba. Pasaron (v. Hch 17:1) por Anfípolis y Apolonia. Al ser grandes las distancias (48 km de Filipos a Anfípolis; 46 desde Anfípolis hasta Apolonia; 57 desde allí hasta Tesalónica), es de suponer que se detuviesen en aquellas ciudades lo suficiente para proclamar allí el Evangelio de la salvación, y preparasen el camino para la venida de otros misioneros.

2. Halló en Tesalónica (la actual Salónica) una sinagoga de los judíos (v. Hch 17:1) y allá se fue, como acostumbraba (v. Hch 17:2), y por tres sábados discutió con ellos, basándose en las Escrituras. No es en argumentos llamados de «razón», o en tradiciones de escuela o denominación, como hemos de basarnos para proclamar el Evangelio. Estos judíos tenían con Pablo una base común de estudio y discusión: La Biblia, el Antiguo Testamento de las Escrituras, y sobre esa base es como les predicó Pablo a Cristo crucificado y resucitado (v. Hch 17:3; nótese la semejanza con las palabras del propio Jesús en Luc 24:26, Luc 24:46). Así lo hizo por tres sábados, mostrándonos con su ejemplo la paciencia que es menester en la conversión de las almas. También Dios espera a que se conviertan los pecadores; no todos son cambiados en un instante como el propio Saulo o el carcelero de Filipos. Pablo les demuestra que no sólo era conveniente, sino necesario, que el Mesías padeciese muerte y recibiese resurrección. Sin eso, ni Él sería Salvador perfecto ni nosotros seríamos perfectamente salvos. «Jesús es el Cristo» (v. Hch 17:3) es el resumen y la conclusión de su mensaje, y así deben predicar los ministros del Evangelio.

3. El fruto de su predicación allí (v. Hch 17:4): Y algunos de ellos creyeron y se juntaron con Pablo y con Silas». Quienes se convierten a Cristo, entran en comunión con los ministros de Cristo y con todos los demás convertidos a Cristo. Además de algunos judíos, también se convirtieron (v. Hch 17:4) de los griegos piadosos (gentiles temerosos de Dios) gran número, y mujeres principales (comp. con Hch 13:50) no pocas. La iglesia de Tesalónica estaba formada, en su mayoría, de gentiles convertidos, como vemos por 1Ts 1:9. Por cierto, ese texto de 1 Tesalonicenses nos muestra que no sólo griegos piadosos, sino también idólatras, se convirtieron al Evangelio.

4. Pronto surgió la oposición de los judíos que no creían (v. Hch 17:5), movidos, como siempre, de celos y, también como en otros lugares, se sirvieron de turbas de la más baja ralea para alborotar la ciudad y asaltar la casa de Jasón (el nombre griego que corresponde aquí a Josué o Jesús), donde se alojaban los siervos de Cristo. Alboroto y asalto son siempre obra del diablo, sea quien sea el que los efectúe. Todos estos procedimientos eran ilegales, y el mismo Pablo hace memoria a los tesalonicenses (1Ts 2:15, 1Ts 2:16) de estos desafueros.

5. Al no poder hacerse con los apóstoles (v. Hch 17:6), pues quizá Jasón (judío convertido) los había escondido, se lo llevaron a él y a otros hermanos ante las autoridades de la ciudad. El cargo de que les acusan ante las autoridades (v. Hch 17:6) es muy curioso: «Los que trastornan toda la tierra habitada, éstos se han presentado también aquí» (lit.). Es cierto que, cuando llega el Evangelio a las almas, las trastorna, en el sentido etimológico del verbo griego de sacar a uno del lugar donde se hallaba fijo, pero esto es una bendición cuando dicho lugar es el poder del Maligno (v. 1Jn 5:19), donde «yace» (ésa es la traducción correcta del verbo griego) el mundo entero, es decir, el sistema mundial que se opone a Dios y a Cristo. El que sale de ahí, es sacado de muerte a vida. No es el imperio de la verdad y del orden el que es trastornado con la predicación del Evangelio, sino el imperio del diablo de la mentira y de la maldad. Otro cargo, el mismo que les habían hecho en Filipos (Hch 16:21), pero aquí (v. Hch 17:7), más explícito, es que contravenían los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús. Es cierto que Jesús es rey, pero su reino no es de este mundo, por lo que ni Pilato halló en ello ningún delito (Jua 18:36, Jua 18:38). Así que su reino no entra en competencia con ninguno de los reinos de este mundo, aunque un dia llegará en que acabará con todos ellos (Dan 2:35, Dan 2:44, Dan 2:45).

6. El resultado de todo esto (vv. Hch 17:8, Hch 17:9). Aunque alborotaron al pueblo y a las autoridades de la ciudad, como habían hecho en Filipos (Hch 16:20), los magistrados de Tesalónica, aunque el cargo contra Pablo y Silas era más grave (al menos, más explícito) que el presentado en Filipos, obraron con más cautela y prudencia, pues aunque se veían obligados a no dejarles permanecer en la ciudad, obtenida fianza de Jasón y de los demás, los soltaron (v. Hch 17:9. No a Pablo y Silas, sino a Jasón y los demás). Entre los perseguidores del cristianismo, así como tenemos muchos ejemplos de loca furia y brutal trato de los predicadores del Evangelio y de los creyentes en Cristo, también los tenemos de otros prudentes y moderados.

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