Hechos 19:21 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Pablo se ve ahora metido en una perturbación del orden público a cargo de los idólatras de Éfeso, por haber predicado contra los ídolos. Pensaba precisamente salir de allí con destino a Jerusalén (v. Hch 19:21) tras recorrer otros lugares de Macedonia y Acaya; también tenía el propósito expreso de visitar Roma. Para la expresión «tomó la decisión» o «se propuso» o «resolvió», el griego dice literalmente «puso en el espíritu», que no es probable (contra la opinión de Trenchard) que signifique aquí el Espíritu Santo, sino precisamente los planes «humanos» que él formaba, puesto que Dios va a revelarle pronto los suyos, que no coinciden con los de Pablo, aun siendo éstos nobles y bien intencionados. En efecto, pensaba recorrer las provincias citadas, a fin de consolidar más y más las iglesias que allí había fundado; la visita a Jerusalén tenía esta vez por objeto llevar la colecta para los pobres; y el propósito de ir a Roma se explica, no sólo por ser la metrópoli del mundo pagano, sino también para llegar al límite occidental del Imperio en un viaje a España (Rom 15:24, Rom 15:28).

2. Hechos estos planes, envió a Macedonia a Timoteo y Erasto (v. Hch 19:22) y él se quedó en Asia, es decir, en Éfeso, capital del Asia proconsular. Así fue como le sorprendió el disturbio no pequeño al que se refiere Lucas (v. Hch 19:23).

(A) El disturbio fue promovido (v. Hch 19:24) por un platero llamado Demetrio que hacía templetes de plata de Diana (gr. Artemis); fabricaba, pues, reproducciones en pequeño del famoso templo de Diana, y vio en la predicación de Pablo («no son dioses los que se hacen con las manos», v. Hch 19:26, comp. con Sal 115:4, entre otros lugares) la ruina del negocio. Así lo comunicó a los demás trabajadores del mismo oficio (v. Hch 19:25) en una arenga de gran fuerza oratoria. Lucas condensa bien todo el discurso del platero Demetrio: Si la gente se deja persuadir por la predicación de este Pablo (v. Hch 19:26) que niega la deidad de los ídolos que ellos hacen, no sólo sobrevendrá la quiebra del negocio que ellos llevan entre manos (vv. Hch 19:25, Hch 19:27), sino que el templo famoso y, con él, el gran honor de la gran diosa Diana, se vendrá al suelo; quedarán desacreditados los plateros y será estimado en nada el templo de Diana.

(B) La verdad de lo que Pablo predicaba acerca de los ídolos no podía ser más evidente: Los dioses no pueden ser obra de manos humanas. Pero ¡lo que puede el amor al dinero! Pues no cabe duda de que el motivo primordial del enojo de los plateros no era precisamente el honor de la diosa, sino la prosperidad del negocio (v. Hch 19:25). Todos los plateros (muchos, al parecer) prorrumpieron en gritos de aclamación a Diana (v. Hch 19:28). La ciudad se llenó de confusión (v. Hch 19:29), ya que la gente no sabía cuál era el motivo de aquel alboroto (v. Hch 19:32), pero sí tenían la vaga información de que Pablo y sus compañeros eran los «culpables» y que aquel asunto debía ventilarse en el gran teatro de la ciudad, con capacidad para 24.500 personas.

(C) Las enojadas turbas se llevaron por delante a Gayo y Aristarco (v. Hch 19:29). Muy prudente fue la actitud, no sólo de los creyentes de Éfeso, sino también de algunos amigos que Pablo tenía entre las autoridades, al persuadirle que no se presentase al pueblo. No es de suponer que estos «asiarcas» (como los titula Lucas) fuesen cristianos, pues Lucas no se habría callado esa condición. Hicieron bien en detenerle, pues es muy probable que las turbas le hubiesen linchado al enterarse de que él era el principal predicador contra la «diosa» de Éfeso. Esto nos enseña que debemos preservar la vida mientras podamos hacerlo sin faltar a nuestro deber. Entra dentro de lo posible el que se nos llame a dar la vida, pero no a tirarla. La confusión del gentío era tan enorme que, como dice Lucas con fino humor, «unos gritaban una cosa, y otros otra … y los más no sabían por qué se habían reunido» (v. Hch 19:32).

(D) Parece ser que los judíos que se hallaban presentes entre la multitud quisieron justificarse y proclamar que no tenían nada que ver con Pablo y sus compañeros. Por eso sacaron a un tal Alejandro para hablar en defensa de los judíos ante el pueblo (v. Hch 19:33), pero la cosa no les salió bien, pues al enterarse las turbas (v. Hch 19:34) de que era judío, comenzaron a gritar con más fuerza. Hay quienes piensan que Alejandro había profesado la religión cristiana, pero había apostatado volviéndose al judaísmo, por lo que era así la persona más apropiada para hablar contra Pablo, y que a él se refiere Pablo cuando habla del mucho mal que le había hecho Alejandro el calderero (2Ti 4:14) y que a él y a Himeneo los había entregado a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar (1Ti 1:20).

(E) Después de dos horas de gritos a favor de la «Diana de los efesios» (v. Hch 19:34), cuando el secretario o canciller de la ciudad, que estaba encargado de dirigir y presidir las asambleas públicas, consideró que aquello se pasaba ya de la raya, subió a la tarima para dirigir la palabra a la multitud. Con la maestría adquirida con la experiencia de manejar a las masas de la ciudad, puso de relieve, en cinco puntos, que aquella reunión era innecesaria: (a) Todo el mundo sabía (v. Hch 19:35) que Éfeso era la ciudad guardiana del templo de la gran diosa Diana y que su imagen era venida del cielo, no hecha por mano de hombre, por lo que no era necesario organizar un tumulto (v. Hch 19:36) para proclamarlo. (b) Que aquellos hombres contra quienes gritaban no habían cometido sacrilegio al no hacer violencia al templo aquel ni blasfemia contra la diosa (v. Hch 19:37). (c) Que si Demetrio y sus colegas tenían algo que alegar (v. Hch 19:38), podían pedir audiencia ante los procónsules. (d) Si tenían alguna otra cosa que pedir (v. Hch 19:39), eso podía decidirse ordenadamente en pública asamblea. (e) Finalmente, había peligro de ser acusados de sedición ante las autoridades romanas por haber levantado sin causa legítima aquel alboroto, del que ninguna razón se podía alegar (v. Hch 19:40). Así que (v. Hch 19:41), habiendo dicho esto, despidió la asamblea. Gran beneficio es para un país disponer de magistrados justos y ecuánimes, que saben administrar justicia y tienen poder para preservar la paz. La providencia de Dios hizo que este magistrado, aun sin ser amigo de los cristianos, sirviese para preservar la vida de los creyentes de Éfeso. Véase así cuántos medios tiene Dios para proteger a los suyos.

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