Hechos 20:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos ahora el solemne y emocionante discurso de despedida de Pablo a los ancianos de Éfeso, y ser la despedida misma no menos emocionante que su mensaje. Al comparar los versículos Hch 20:17 y Hch 20:28, aprendemos dos importantes cosas que pasan desapercibidas para muchos comentaristas:

(A) En Éfeso, como en otras iglesias de extracción gentil (a diferencia de Jerusalén), no había un solo pastor, sino varios (comp. Hch 13:1), como lo expresa la frase «los ancianos de la iglesia». (B) Estos «ancianos» (gr. presbíteros, no en sentido de edad, sino de «veteranía» en la fe) son llamados también «sobreveedores» (gr. epíscopos, de donde salió lo de «obispo»; comp. con Tit 1:5, Tit 1:7. El singular aquí, como en 1Ti 3:2, no significa que fuese «único»). Veamos ya el discurso que les dirigió:

1. Apela primero al comportamiento que ha tenido entre ellos desde que llegó al Asia (v. Hch 20:18): (A) Había servido al Señor con toda humildad, nunca había hablado con arrogancia ni se había distanciado del pueblo, sino que siempre se había abajado para servir a los demás; y con lágrimas, no de lamentación por sus padecimientos y pruebas, sino por compasión con los demás (Rom 12:15; 2Co 11:29; Flp 3:18). (B) Le había servido en medio de las pruebas que le habían venido por las asechanzas de los judíos (v. Hch 20:19). Los fieles siervos de Dios ni se hinchan con los halagos ni se arredran con los insultos y persecuciones, pues sólo se preocupan en salir aprobados de su Señor.

2. Su predicación había sido también como debía ser (vv. Hch 20:20, Hch 20:21), pues (A) no se había retraído de anunciarles nada útil, tanto en público como en privado (v. Hch 20:20); no había rehuido anunciarles todo el consejo de Dios; o, como expresa mejor la NVI, «todo el plan de salvación de Dios», sin miedos ni favoritismos. Hay porciones del mensaje que raramente se tocan en el púlpito, sea por temor o por incompetencia, lo cual va en detrimento de la edificación de las iglesias. El buen pastor ha de dar a las ovejas los pastos que les convienen, no los que más les gusten; a veces necesitarán purgas, aunque les resulten amargas. (B) Su predicación había sido tan amplia en extensión como profunda en intensidad, pues había testificado solemnemente a judíos y gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (v. Hch 20:21). Tanto la fe como el arrepentimiento (cual dos polos del mismo eje) habían sido la materia de los mensajes de Pablo a judíos y gentiles (comp. con Hch 17:30; Hch 26:20), pero puede advertirse aquí cierto contraste (de énfasis más que de tema) entre «judíos» y «arrepentimiento» con «gentiles» y «fe» (comp. Hch 2:38 con Hch 16:31). Una fe sin arrepentimiento sería incapaz de obtener el perdón de pecados; un arrepentimiento sin fe no puede alcanzarnos la justicia de Dios; así que no hay fe genuina sin arrepentimiento sincero.

3. Declara que le esperan nuevas y duras pruebas (vv. Hch 20:22-24), pues ése es el testimonio que recibe del Espíritu Santo (v. Hch 20:23). Así va (v. Hch 20:22) encadenado en el espíritu o, quizás, urgido por el Espíritu, a Jerusalén, sin saber lo que allí le espera. Debemos dar gracias a Dios por no revelarnos lo que nos espera, pues aunque la aflicción nos tome por sorpresa, al menos vivimos sin temor ni sobresalto. Una cosa sabe Pablo: que le esperan cadenas y tribulaciones. Pero no por eso se acobarda, sino que, como buen atleta espiritual y fiel soldado de Cristo, sólo le interesa (A) acabar su carrera con gozo (comp. 2Ti 4:7), y llegar alegre a la muerte que le pondrá en brazos de su Amado Salvador; (B) cumplir el ministerio que recibió del Señor Jesús (v. Hch 20:24) de predicar el evangelio de la gracia de Dios. ¿Cabe encargo más sublime y honroso? Pablo no deseaba vivir ni un día más de lo necesario para ser instrumento en manos de Dios para la siembra del Evangelio de salvación.

4. Apela a la conciencia de ellos en cuanto a la integridad con que había cumplido su cometido (vv. Hch 20:25-27): (A) Puesto que no han de volver a ver el rostro de él (v. Hch 20:25), les pone por testigos (v. Hch 20:26) de que no es responsable de la perdición de ninguno (NVI), pues eso es lo que significa la frase «limpio de la sangre de todos». Eso es un aviso para los ministros de Dios a que cumplan fielmente su misión de atalayas de la grey (comp. con Eze 3:18, Eze 3:19; Eze 33:8, Eze 33:9), y a los creyentes a que no echen en saco roto las exhortaciones y amonestaciones de sus pastores. (B) Les pone igualmente por testigos de que les ha proclamado todo el plan de salvación de Dios (NVI). El Evangelio es el plan de Dios para la salvación de los hombres, y los ministros de Dios tienen el privilegio y el deber de anunciarlo puro, sin mezcla de doctrinas humanas, y entero, sin ocultar nada, por difícil o duro que pueda parecer a los oyentes y al mismo predicador.

5. Les encarga que cumplan fielmente con su deber (v. Hch 20:28): (A) Pues han sido puestos por el Espíritu Santo. Aunque hayan sido presentados por la congregación (comp. Hch 6:6), y designados por los líderes (Hch 14:23, bien traducido) es el Espíritu Santo el que les otorga los dones (1Co 12:4, 1Co 12:7.) y el que les envía al cargo que ostentan (Hch 13:4). (B) Han de cuidar, pues, primero de sí mismos a fin de ser diligentes y ejemplares y, después, de la grey de Dios (1Pe 5:2), de apacentar la iglesia del Señor (v. Hch 20:28), no suya.

6. Tres grandes motivos para el fiel desempeño del ministerio pastoral (vv. Hch 20:28, Hch 20:29-31): (A) Ninguna oveja debe perderse por culpa o negligencia de los pastores, puesto que Dios adquirió para sí la Iglesia al precio de la sangre de su propio [Hijo] (NVI, según la lectura más probable). Compárese 1Pe 1:18. Lo que tanto ha costado, por fuerza debe de tener gran valor. ¿Nos damos cuenta de lo que vale una sola alma? ¡No la echemos a perder! (v. 1Co 8:11). No olvidemos que Dios es buen «mercader», pues nadie como Él sabe el justo precio de las cosas. (B) Después de la muerte de Pablo (v. Hch 20:29), iban a entrar en el rebaño lobos feroces que no escatimarían la vida de las ovejas. Si es cosa tan grave ser un pastor mercenario (Jua 10:12), asalariado, que huye cuando viene el lobo, ¿qué diremos cuando el pastor se mete a lobo y arrebata él mismo las ovejas, llevándolas a la perdición? Esto se iba a cumplir en el mismo siglo X de nuestra era (v. 1Jn 2:18-27, comp. con 1Ti 4:1.). Uno de los misterios más grandes de la Historia Eclesiástica es la temprana entrada de la apostasía en la Iglesia. Tan pronto como murieron los apóstoles, comenzaron a surgir (v. Hch 20:30), lenta pero decididamente, doctrinas y prácticas contrarias a la Palabra de Dios. (C) Era menester, pues, velar recordando que, por tres años, de noche y de día, Pablo no había cesado de amonestar con lágrimas a cada uno (v. Hch 20:31). Él había cumplido bien su oficio de atalaya de pastores y ovejas. Con su palabra y su ejemplo les había dejado un buen modelo que imitar (comp. con 1Co 11:1). ¿Quién de los oyentes no vibraría de emoción al oír esa exhortación del gran apóstol? ¿Quién tendría excusa para comportarse después con negligencia? Con lágrimas les servía a ellos, así como con muchas lágrimas había servido al Señor (v. Hch 20:19).

7. Los recomienda a la guía, a la gracia y al poder de Dios (v. Hch 20:32): (A) Véase cómo los encomienda a Dios; ora por ellos, así como después (v. Hch 20:36) orará con ellos. Él se marcha y no volverán a ver su rostro, pero Dios estará con ellos y no los desamparará, pues es amoroso y todosuficiente. (B) Los encomienda igualmente a la palabra de su gracia (no al Verbo, sino al Evangelio), que tiene poder (v. Rom 1:16) doble: (a) para sobreedificaros, es decir, para asegurar vuestro crecimiento espiritual ya desde ahora; (b) para daros herencia con todos los santificados, aquella «herencia» escatológica de la que habla Pedro (1Pe 1:4, 1Pe 1:5). El Evangelio nos ofrece, no sólo el conocimiento de la gracia de Dios, sino también las promesas de la gloria de Dios. Esto está reservado a los santificados, es decir, a los que han nacido de nuevo para entrar en el Reino.

8. Se recomienda a sí mismo, no por jactancia, sino como testimonio y para ejemplo de los pastores (vv. Hch 20:33-35): (A) «Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado» (v. Hch 20:33. Comp. con las palabras de Samuel en 1Sa 12:3). Lejos de codiciar lo ajeno, él gastaba lo suyo y se desgastaba así mismo por los demás (2Co 12:14, 2Co 12:15). (B) Precisamente por eso, añade, «vosotros mismos sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido» (v. Hch 20:34). Pablo tenía una cabeza y una lengua con las que poder ganarse el sustento y, por predicar el Evangelio, tenía derecho a vivir de él (1Co 9:14), pero él mostraba aquellas manos, no finas y delicadas de repasar papiros, sino duras y callosas de fabricar lonas. Más aún, lejos de dejar que otros ganaran para él, él ganaba para sustentar a los que estaban con él. No vamos a criticar a sus acompañantes, pero la verdad es que quienes están decididos a tomar el remo para navegar, han de hallar que los demás estarán muy contentos de disfrutar del paisaje. (C) Para mejor exhortarles a la generosidad que tan bien practicaba él, les cita una frase del Señor que no figura en los Evangelios, pero él la conocía, sin duda, por declaración de los apóstoles: «Hace más feliz el dar que el recibir» (v. Hch 20:35). El criterio del mundo es contrario a esto: los mundanos prefieren recibir (y aun robar) a dar. Una ganancia (cuanto más fácil, mejor) es la suprema aspiración de los que ponen la felicidad en las cosas de este mundo, pues con dinero pueden alcanzar todo lo demás. Pero el criterio divino es diferente: Dar nos asemeja a Dios, que da todo a todos y no recibe de ninguno cosa que Él no haya dado; también nos asemeja al Señor Jesús, quien pasó haciendo el bien. Es más agradable dar a los agradecidos, pero todavía es más honorable dar a los que son desagradecidos, pues entonces tenemos a Dios como único galardonador.

9. Llega la hora de la despedida, que fue muy solemne y muy emotiva (vv. Hch 20:36-38):

(A) «Dicho esto, se puso de rodillas y oró con todos ellos» (v. Hch 20:36). La reverencia y humildad de la oración se echan de ver en la postura, frecuente en Pablo (v. Efe 3:14), aunque casi pasada de moda entre los evangélicos. Fue una petición acompañada de adoración. ¡Buena oración, después de tan buen sermón! También nosotros debemos orar al despedir o al visitar a nuestros hermanos en la fe. Pablo seguía en esto el ejemplo del Maestro (v. Jua 17:1. Me atrevo a decir, nota del traductor, que así como a Jua 17:1-26 se le llama el «Lugar Santísimo» de tal Evangelio, yo llamaría «Lugar Santísimo» de Hechos al cap. Hch 20:1-38).

(B) Se despidieron todos con gran llanto (v. Hch 20:37), y echándose al cuello de Pablo, le besaban afectuosamente, según costumbre secular, y cristiana, de los orientales (v. el comentario a Rom 16:16). Lo que más les había llegado al corazón era la palabra que había dicho, de que no verían más su rostro. Toda despedida entre buenos amigos es triste, pero la última despedida es la más triste de todas. ¡Gracias a Dios, aunque no volvamos a ver en este mundo el rostro de nuestros seres queridos y de nuestros buenos amigos, los volveremos a ver para siempre, y mejorados, en otro mundo mejor!

(C) «Y le acompañaron al barco» (v. Hch 20:38), para gozar un poco más de su compañía y conversación y verle por un poco más de tiempo. Para consuelo de ambas partes, la presencia espiritual de Cristo se iba con Pablo, pero se quedaba al mismo tiempo con los ancianos de Éfeso. Dice bellamente Trenchard: «Con los ojos arrasados aún por las lágrimas, la pequeña compañía pasa por las calles de Mileto y desciende al puerto, y no dejar a Pablo hasta verle embarcado; y aun podemos pensar que los hermanos no dejaron el muelle hasta que la vela latina de la embarcación desapareciera detrás del promontorio, y señalar el fin de una época, tanto para ellos como para el apóstol».

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