Hechos 22:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Tan pronto como mencionó Pablo la comisión de ir a predicar a los gentiles, las turbas volvieron a alborotarse, y dijeron al tribuno (v. Hch 22:22): «¡Acaba de una vez con ese infame, porque no merece vivir!» (NVI). Así es como los mayores bienhechores de la humanidad suelen ser tratados: no sólo como una carga para el mundo, sino también como una plaga para su generación. Y no se contentaron con gritar, sino que (v. Hch 22:23) agitaban sus mantos y lanzaban polvo al aire, gestos que simbolizaban su furiosa enemistad contra Pablo. Dice Leal: «Este verso es muy gráfico y revela un testigo presencial por su verismo».

2. El tribuno no había entendido nada de lo que Pablo decía, pero aquel alboroto de los judíos, después de la calma que habían observado hasta entonces, debió de convencerle de que este hombre había cometido algo digno de castigo por parte de la autoridad romana y, tras ordenar (v. Hch 22:24) que lo metiesen en la fortaleza, para protección del propio reo, se propuso someterlo a suplicio o tortura, a fin de que se aclarase la verdad del caso.

3. Ya lo habían estirado con correas (v. Hch 22:25 lit.), cuando Pablo dijo al centurión de turno: «¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?» La forma en que habla muestra la santa seguridad y serenidad de ánimo que el apóstol poseía. Como en Hch 16:36-39, también ahora Pablo hace valer sus derechos de ciudadano romano, no precisamente para verse libre del tormento (comp. con Hch 21:13), sino para no mermar sus facultades físicas en perjuicio de la obra que el propio Señor le había encomendado para la difusión del Evangelio. Sobre la horrible forma de azotar (el suplicio sólo se aplicaba a esclavos o a criminales) propia de los romanos, dice Trenchard: «El horrible flagellum , como lo llamara Horacio, se aplicaba con correas provistas de pedazos de metal o de hueso de corte irregular, de modo que los golpes laceraban la carne de las espaldas y lomos de forma espantosa. Con frecuencia, la víctima moría bajo tales azotes o quedaba inutilizada para toda la vida».

4. Cuando el centurión comunicó al tribuno la noticia de que Pablo era ciudadano romano (v. Hch 22:26), el tribuno quiso cerciorarse por sí mismo. La escena (vv. Hch 22:26-29) está descrita con gran viveza y naturalidad, suficiente para calificar a Lucas como historiador de primerísima clase. Copiamos de la NVI: «Al oír esto, el oficial (centurión) fue a informar de ello al jefe (tribuno) y le dijo: ¿Qué vas a hacer? Este hombre es un romano. Entonces el jefe se acercó a Pablo y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Sí, lo soy contestó él . Yo tuve que pagar una fuerte suma para adquirir esa ciudadanía apostilló el militar . Pues yo la tengo de nacimiento le replicó Pablo . Los que estaban a punto de aplicarle los azotes para tomarle declaración, se retiraron más que deprisa. Y el comandante mismo se alarmó, al percatarse de que había hecho encadenar a uno que era ciudadano romano». Como el tribuno se llamaba Claudio Lisias (Hch 23:26), es de suponer que había adquirido la ciudadanía romana (¡y a buen precio!) en tiempo del emperador Claudio. En cambio, el padre de Pablo ya poseía la ciudadanía. Así fue como quienes no tenían miedo a Dios se alarmaron de miedo a Roma. Pero hemos de agradecer al Señor por los beneficios que las leyes humanas nos reportan.

5. Al día siguiente, el tribuno (v. Hch 22:30) presentó a Pablo delante del Sanedrín para averiguar la causa por la que los judíos le acusaban, ya que el día anterior no pudo someterle a interrogatorio bajo tortura. Se nos dice que lo desató. Como el versículo Hch 22:29 da a entender que le había desatado al conocer que era ciudadano romano, la mejor explicación de esta aparente contradicción, según J. Leal, es que «el encadenamiento del versículo Hch 22:29 se refiera simplemente a la sujeción a la columna de los azotes … Las ataduras del versículo Hch 22:30 son las corrientes de un preso cualquiera, aunque fuera ciudadano romano, propio de la custodia militaris (Hch 27:1)».

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